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Troika o troica

¿Qué es la troika? ¿Por qué la llamamos así?
El significado más frecuente de troika, o troica, es la de ‘equipo dirigente formado por tres personas u organismos entre los que no existe diferencia jerárquica’. Equivale en muchas ocasiones a un triunvirato, pero el olvido de la cultura clásica permite que se esté imponiendo el uso de troika.
En los últimos tiempos, y en el contexto de la crisis económica europea, suele referirse al equipo formado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, que se encargan de imponer y supervisar las medidas económicas para combatir la crisis:
“Este lunes regresan a Portugal los técnicos de la Troika (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea y Banco Central Europeo) para discutir con el gobierno portugués las nuevas medidas de austeridad.” (El Mundo, España, 2013)
La ortografía académica (Dicc. Panhispánico de Dudas) aconseja escribirlo con k, (aunque en el Diccionario Académico de 2001 parece preferir la variante troica) y prescribe que no se incluya ninguna tipografía específica (ni comillas ni cursiva), por ser una palabra integrada plenamente en el idioma.
Es una palabra de origen ruso (тройка) que significa ‘trío, tríada, terna’ y que originariamente designaba ‘al tiro de tres caballos y por extensión al carruaje grande, montado sobre patines, que es tirado por tres caballos de frente’. Estas definiciones (con grafía troica)son las que recogen el Diccionario de María Moliner [1966-67] y los DRAE usuales de 1985 y 1989), aunque encontramos su uso en español desde finales del siglo XIX:
“¿Saben ustedes lo que es una troika? Pues una troika, que en nuestro idioma equivale poco más o menos a la locución ‘trinidad’, es un tiro de tres caballos.[…] Dada esta explicación, diré que, invitados a cazar osos en las cercanías de Moscou, salimos varios amigos en trineo-troika.” (Quito, “Desde Rusia”, Revista Blanco y Negro, 21-1-1893)
“Su corazón galopaba con la furia y la rapidez de una troica.( ¡Qué bien hace este término ruso metido aquí de pronto!)” (Enrique Jardiel Poncela, “El nihilista que tenía padre”, Revista Blanco y Negro, 9-9-1928)
A partir de la Revolución Rusa, se empezó a usar el término metafóricamente para designar al tipo de organización política formada por tres dirigentes. Creemos que se originó en la propia Rusia, cuando Iósif Stalin, Grígori Zinóviev, Liev Kámenev formaron un triunvirato en 1922, tras el abandono de Lenin, para dirigir el Partido Comunista, y el Estado. En ese mismo país y época, troika podía referirse al grupo de tres personas al servicio del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) encargados de castigar extrajudicialmente a los disidentes políticos.
Durante los convulsos años 30 se extendió el uso del término dentro del ámbito político, con connotaciones positivas o peyorativas, según la ideología de quien lo utilice:
“La alianza de Kameneff y Zinovieff contra Stalin revela bruscamente el desacuerdo que maduraba hacía largo tiempo ya entre los compañeros de tiro de la ‘troika’”. (Curzio Malaparte, Técnica del golpe de Estado, 1931, traducción de Julio Gómez de la Serna)
“…se deduce que la troika, Zinovieff, Stalin y Kameneff, únicamente creían en aqul tiempo en la revolución democrática…” (Julio Álvarez del Vayo, Siluetas (URSS), 1937)
“En cada localidad o circunscripción debe nombrarse una “troika” local (Comité de tres), cuyos tres miembros se pondrán en contacto con la”troika” nacional, que residirá en Madrid.” (Mauricio Karl [M. Carlavilla], Revista Blanco y Negro, 2-2-1936)
En la relativa popularización del término en España (aunque referido al tipo de trineo), influyó el estreno en 1930 de la Troika, una película de ambiente ruso, que la propaganda calificó como “el primer film sonoro ruso”, aunque realmente era francés. (IV Congreso de la AEHC)
Posteriormente el empleo de troica, como término político, se especializó en la referencia a los sucesivos equipos dirigentes de la Unión Soviética, formados por el presidente de la República, el jefe de Gobierno y el secretario general del Partido Comunista:
“Pudiera ser que, además, [Brejnev] pasase definitivamente de la dirección colegiada -mantenida en la troika que se formó a la sucesión de Krushov junto a Podgomy y a Kossiguin- al mando personal.” (El País, España, 1977)
No obstante, durante la dictadura franquista y la censura política en prensa, se llamaba troika o troica a los tríos de personas u organizaciones que no eran afines al régimen franquista. La connotación peyorativa se reforzaba apuntando al peligro comunista o a la falta de orden:
“Está confidencialmente confirmado que en Italia ha sido constituida una organización clandestina denominada Troika, compuesta de elementos rusos, yugoslavos e italianos, para cumplir, a las órdenes del Gobierno ruso…” (ABC, Madrid, 7-12-1946)
“El Gabinete wilsoniano incorpora una troica de dirigentes de la extrema izquierda.” (ABC, Madrid, 6-3-1974)
“Dos caballos de la troica –Sindicatos y empresas– tiran de la economía hacia metas opuestas. El otro, el Gobierno, sigue practicando el arte de la meditación.” (ABC, Madrid, 10-1-1975)
El término se revitalizó cuando, tras el Informe de Londres [1981], en la Unión Europea se estableció la troika comunitaria, formada por tres países: el que ejercía la Presidencia del Consejo, el saliente de la Presidencia y el que iba a ejercerla a continuación:
“…la reunión celebrada entre Bangkok entre los países que integran la “troika” comunitaria (Alemania federal, España y Grecia) y ASEAN (países del sureste asiático)...” (ABC, España, 1988)
Posteriormente, como consecuencia de diversos Tratados (Amsterdam, 1999; Lisboa, 2007) ha ido cambiando la composición de esa troika comunitaria, que representa a la Unión Europea en las relaciones internacionales.
Una vez derrumbada la Unión Soviética, parece que el término se ha extendido (sin connotaciones negativas) a cualquier equipo formado por tres políticos, países u organizaciones:
“…los representantes de la “troika” (Estados Unidos, Portugal y Rusia) encargada de controlar el protocolo de paz de Lusaka, firmado en 1994 entre los beligerantes…” (La crónica de hoy, 01/04/2002, México)
“Samper [presidente de Colombia, 1994-1998] lo nombró entonces [a Lemos] jefe del debate en Bogotá en una terna integrada con Carlos Lleras y Sonia Durán. Esa troica produjo el milagro de derrotar a Andrés Pastrana en la capital” (Revista Semana, Colombia, 1996)
Con la aparición de la actual crisis económica, la palabra troika parece haber despertado las connotaciones negativas asociadas a imposición y peligro, que latían en el subconsciente colectivo.

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Arregostarse. Significado y usos.

¿Qué significa arregostarse? Según la última edición del DRAE, significa ‘engolosinarse, aficionarse a algo’ y es un verbo pronominal.
Pero esta definición nos parece demasiado genérica y no recoge matices que se aprecian en la mayoría de los ejemplos encontrados.
Arregostarse generalmente implica ‘malacostumbrarse’, habituarse, acomodarse a un beneficio o favor del que es difícil prescindir, y percibido como inconveniente por quien habla. Es frecuente que el provecho se obtenga a costa de otra persona, de cuyo primer favor se abusa hasta convertírselo en una obligación o carga.

Por esto, suele ser peyorativo y aparecer en advertencias (“No te arregostes a que yo resuelva tus problemas / a llegar tarde todos los días / a que te invite…”) o en frases que implican censura o queja (“Fulano es un caradura: se ha arregostado a vivir del cuento y a que le paguen sus caprichos”; “Mengano se está arregostando a llegar tarde: todos los días tenemos que esperarle”).
No obstante, puede encontrarse también con un cierto sentido afectivo, por influencia de “regusto”. En este caso, es frecuente aplicárselo a uno mismo (“Pero salió tan bien lo del verano pasado que me he arregostado“; “Me he arregostado a tus mimos”).
María Moliner acierta al destacar el valor incoativo de este verbo, aunque no creemos que deba referirse solo a los placeres materiales: “Arregostarse: (Variante de regostarse) «Engolosinarse. Tomar el gusto». Aficionarse a un placer material recientemente descubierto.” (Diccionario de Uso del Español, María Moliner).
La idea de exceso o abuso, había aparecido en antiguas ediciones del DRAE:
Una nota etimológica, entre 1884 y 1947: “(De a y el lat. regustare, gustar con insistencia, saborear)”.
En las ediciones de 1925, 1927 y 1950, se definió como ‘engolosinarse o empicarse a alguna cosa’ (empicarse: ‘aficionarse demasiado’).
Entre 1970 y 1992, regostarse se definió como ‘…enviciarse [en algo], arregostarse’ (enviciarse: ‘Aficionarse demasiado a algo, darse con exceso a ello.’).
La mejor definición de arregostarse está, según nuestra opinión, en el Diccionario de Autoridades de 1726 a través de la explicación de un antiguo refrán:
Arregostarse: v. r. Repetir, continuar y reiterar una cosa, por haber gustado mucho de ella, o porque uno saca de ella utilidad y provecho a costa ajena. Es voz baja […]”
Arregostóse la vieja a los bledos, ni dejó verdes ni secos” Refrán que reprehende el abuso que algunos hacen de la liberalidad y cortesía de otros: a los quales acuden con más frecuencia e importunidad, desfrutando desordenadamente sus beneficios y agasajos, hasta ponerse en términos de disgustar o apurar en algo la paciencia de aquellos que los favorecen. Otros lo entienden de otra manera; pero este parece el sentido más natural”.
En fuentes escritas, hemos encontrado otras versiones de este refrán, en las que arregostarse puede ser sustituido por regostarse o empicarse; y los bledos por bredos o berros: “Empicóse la vieja a los berros, no dexó verdes ni secos” (DRAE, 1791, lema empicarse). Otras versiones, en el Diálogo de la lengua de Valdés y en Refranes que dizen las viejas tras el fuego del Marqués de Santillana.
En Guadalajara y Cuenca hemos oído la expresión arregostarse como la vieja a los higos, versión truncada del refrán clásico, y que aparece en advertencias (“no te arregostes como la vieja a los higos”) y quejas (“le invité una vez y se ha arregostado como la vieja a los higos”). En esta zona también hemos escuchado otro refrán que muestra la mala fama del arregosto o arregostamiento: Es peor un arregostado que un hambriento. Se dice cuando alguien resulta molesto por abusar de un favor: el hambriento pide por necesidad y lo agradece, el arregostado parece exigirla y por su gusto.

Por otra parte, hemos encontrado un uso transitivo (no pronominal) de este verbo, con el significado de ‘acostumbrar’ o ‘malacostumbrar’: “Has arregostado a tu hijo a darle todos los caprichos”. La RAE solo recogió este uso transitivo en su Diccionario Histórico de 1933, pero con la acepción de ‘engolosinar’ (|| Excitar el deseo de alguien con algún atractivo) y el ejemplo: “Encarecieron la cura arregostándome con buenas esperanzas” (Juan de Luna, Segunda parte del Lazarillo de Tormes, 1620).

Desde el DRAE de 1970, parece que la Academia considera arregostar una palabra de uso general, y no incluye en su definición ninguna marca que indique delimitación geográfica, cronológica o de uso o registro. Sin embargo, hasta la edición de 1956 venía marcada como propia del registro familiar (fam.); y, para el Autoridades 1726, era una “voz baxa”.
Nosotros creemos que no está limitada a un determinado registro de habla, porque aparece en diferentes tipos de textos:
Lenguaje periodístico: “Zapatero, […] no se va dejando a su partido en la ruina, que para España no sería malo, sino tras un mes de vacío y arregostamiento en una trampa económica, política e institucional. (F. Jiménez Losantos, El Mundo 23-11-2011).
Lenguaje formal: “Me disgusta mucho, porque en Puerto Rico me había arregostado a trabajar todos los días. Y se me figura que ya he perdido esa costumbre, que tantos años tardé en adquirir”. (Pedro Salinas, Correspondencia, 1923-1951)
Lenguaje poético: “[en los montes altos] donde la nieve aún se arregosta en julio a los canchales,” (Dámaso Alonso, Hijos de la ira, 1944)
Registro familiar dentro de una novela: “- ¿Qué esperas? ¿Que te dé algo, no? Bueno, mira, hoy es un gran día. Toma un real, pero no te arregostes, ¿eh? “ (Arturo Barea, La forja de un rebelde, 1951)
Entrevista a un cabrero: “[El cachorro] se arregosta a ir con el perro y el día que no llevo el perro pues no va él”. (Pellagofio.com)
En cuanto al ámbito geográfico del uso de “arregostarse”, hemos encontrado en internet, referencias que la consideran palabra propia de La Manchuela (Albacete) (1), Almería (2), Murcia (3) o Ávila (4). Según una pequeña encuesta entre amigos y conocidos de diversos lugares de España, se conoce y utiliza eventualmente en la mitad este de la península al sur de Soria-Zaragoza. (Teruel, Cuenca, Guadalajara, Madrid, Ciudad Real, Murcia…) y en Canarias; pero es desconocida en el norte del país (León, Burgos, País Vasco, La Rioja, Huesca).

Aunque Juan de Valdés (5) se lamentaba, ya en el siglo XVI, de que hubiera dejado de utilizarse arregostar, no creemos que sea una palabra anticuada, ni muerta. Hay que reconocer, eso sí, que su uso es poco frecuente.

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El políglota autodidacta

Políglota y autodidacta son adjetivos que se usan muy frecuentemente como sustantivos. Aunque etimológicamente proceden del griego, han llegado a la lengua española a través del francés; esto explica que, en general, se usen con una sola terminación en -a, (autodidacta y políglota) común para el masculino y el femenino.
Autodidacta significa ‘aprendizaje por sí mismo’ y se refiere a la persona que se instruye sin ayuda de ningún maestro y a todo lo relacionado con ella.
Políglota significa, referido a un texto, ‘escrito en varias lenguas’ y, referido a una persona, ‘que conoce y domina varias lenguas’
Originariamente eran adjetivos de dos terminaciones, de acuerdo con su etimología griega, y aún es posible utilizarlos de esta forma. El masculino de autodidacta es autodidacto o autodidacta. El masculino de políglota es polígloto o políglota (con acentuación llana o esdrújula).

El Diccionario de la Academia considera preferible usar estas palabras con dos terminaciones, pero en el Diccionario Panhispánico de Dudas se reconoce que lo normal es usar las formas en -a también para el masculino.,Algunos lingüistas, como Manuel Seco, critican los masculinos políglota y autodidacta y recomiendan autodidacto y polígloto, al menos en la lengua más culta y cuidada.
El uso de las formas acabadas en -ta para el masculino puede deberse tanto a una ultracorrección que sigue los modelos de otros helenismos en -ta, considerados tradicionalmente masculinos (poeta, atleta, asceta...) como al hecho de que los usos sustantivados se hayan tomado de las formas francesas autodidacte y polyglotte. En francés se han transcrito habitualmente las desinencias griegas -os, -a, -e, -as, es con una -e final, que también es la terminación de femenino en esa lengua; esto facilita el que numerosos galicismos procedentes de palabras con -e final, en español tengan una -a final, aunque no responda a la etimología original. Ejemplos de sustantivos de género común con -a final, por estar tomados del francés, son estratega (del fr. strategue, gr. στρατηγς), hermafrodita (fr. hermaphrodite, gr. Ηρμαφρδιτος), acróbata (fr. acrobate, del gr. κρβατος)

Autodidacta es la forma más habitual del masculino, aunque no es raro encontrar autodidacto, como adjetivo o sustantivo. En el CREA de la Real Academia Española encontramos 31 casos de autodidacto, frente a los aproximadamente 150 masculinos de autodidacta (278 casos, sumando masculinos y femeninos).

En el caso de políglota, la forma terminada en -o prácticamente dejó de usarse desde la primera mitad del siglo XX, y sólo hemos encontrado, en el CREA, tres ejemplos aislados de polígloto, en España, Chile y México.
Creemos que la generalizada pronunciación esdrújula de políglota refuerza la percepción de que se trata de un cultismo, lo que, unido a un mayoritario uso como sustantivo, ha favorecido la ultracorrección y se ha generalizado la forma con -a final. En cambio, la pronunciación llana de autodidacta y un frecuente uso como adjetivo contribuyen a conservar el uso de la forma autodidacto.
La influencia de la acentuación en la preferencia por la forma en -ta o en -to se refleja en el hecho de que existan más ejemplos de la forma poligloto (llana) que de polígloto (esdrújula).

En consonancia con el modelo de autodidacta y políglota, algunos hablantes del español de América, utilizan analfabeta como forma de masculino:
“La elite es alfabeta, el campesino analfabeta y el indígena folk prealfabeta.” (Gonzalo Aguirre, Antropología médica, México, 1986)
No es un fenómeno generalizado. Por otra parte, la existencia del sustantivo alfabeto, un masculino indiscutible, junto con la condena de la Academia, contribuye a frenar el proceso y mantener la oposición analfabeto / analfabeta.

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Adlátere

Según el DRAEadlátere significa ‘persona subordinada a otra, de la que parece inseparable’ y añade que es de uso despectivo y forma común para los dos géneros. En realidad, lo sentido despectivo suele afectar tanto al adlátere como a la persona de quien depende y, por ello, su significado incluye matices semánticos a los conceptos de subordinación e inseparabilidad: actualmente se califica así a quien no solo acompaña subordinadamente a alguien que actúa mal, sino que lo adula y apoya en sus acciones con el fin último de beneficiarse. Por esta razón, en algunas ocasiones puede llegar a ser sinónimo de compinche:
“La indirecta legalización de la izquierda abertzale que suponen las papeletas de Bildu podría cerrar una etapa de excepción impuesta por el terrorismo etarra y sus adláteres.” (diariovasco.com,  22 de mayo del 2011)
“[Milosevic] ha acumulado un sinnúmero de poderosos y violentos enemigos. Los primeros son los adláteres del pistolero Arkán.” (Clarín, 9 de octubre del 2000, Argentina)
“’Tertulianos y adláteres’, como les llamó Felipe González en tono despectivo, han cerrado filas y dictado sentencia” (Luis Oz, El Mundo, 26/01/1996)
“Se trataba del saqueo generalizado de los fondos por Vera y sus adláteres en su propio beneficio...” (“Fondos reservados”, Heraldo de Soria, 22 de septiembre del 2004)
No obstante, podemos encontrar (aunque cada vez menos frecuentemente) el sustantivo adlátere sin ninguna connotación negativa, con el significado de ‘compañero’:
“Él estudiará más que nunca, trabajará para sostener la familia que funden, Antonia será su adlátere estimulante, el cariño les defenderá de las aviesas leyes...” (Manuel Longares, La novela del corsé, 1979)
También puede ser empleado como adjetivo sinónimo de subordinado, dependiente o contiguo:
“En proporción también directa a los cierres de fábricas de automóviles y de industrias adláteres, ascendió abruptamente el índice del desempleo.” (Félix Grande, Fábula, 1991)
“En el suspiro se escapa toda una figura hecha a nuestra semejanza que se deforma y se incinera según se duplica en el espacio adlátere...” (Ramón Gómez de la Serna, Automoribundia, 1948)
Adlátere nació por la confusión de preposiciones en la locución latina a latere, ‘al lado’, pero actualmente, como afirma Manuel Seco, ya es totalmente independiente de dicha locución, tanto por el significado como por la categoría gramatical: adjetiva en latín y sustantiva en castellano.
La Academia incluyó la palabra en las ediciones manuales del DRAE en 1927 y 1950 y en el Diccionario Histórico de 1933 como barbarismo y corrupción de a látere, que era la forma entonces preferida. A partir de la edición del DRAE de 1983 adlátere es la forma preferida por la Academia y la más empleada por los hablantes y escritores.
La contradicción que existe en el origen de esta palabra (creada y usada por hablantes cultos a partir de un error en el uso de la preposición latina) hace que los hablantes y escritores duden sobre cómo se debe pronunciar y escribir:
A LÁTERE: En las ediciones del DRAE comprendidas entre 1880 y 1970, su segunda acepción indicaba que, en sentido figurado y familiar, era la ‘persona que acompaña constante o frecuentemente a otra. Se toma a veces en mala parte’. En el Suplemento del DRAE de 1970 remitió a alátere, y a partir de la edición manual de 1983, a adlátere, como forma preferida.
“Los toreros o sus a láteres no gustan de que se les dé grano a los toros.” (José María de Cossío, Los mejores toreros de la historia, 1966)
ALÁTERE: Responde fielmente a la etimología, pero es una forma poco usada. Aunque el Dic. Panhispánico de Dudas, reconoce su existencia, la Academia solo la ha incluido en el Suplemento de la edición de 1970.
“[el Sr. Figuerola] defendió la libertad religiosa con este clarísimo, llano y apacible argumento que Sanz del Río había hecho aprender memorialiter a sus discípulos, compañeros y aláteres.” (Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, 1881)
ADLÁTER: Es un incorrecto singular regresivo formado a partir del plural adláteres, por analogía con las palabras llanas acabadas en –ter (cráter, váter, catéter, uréter, éter...), más frecuentes que las esdrújulas en –tere (solo hemos encontrado títere).
"Emiliano Iglesias era un adláter de Lerroux que tenía muy mala prensa en Cataluña a causa de su funesta actuación cuando los sucesos revolucionarios de 1909."(José Peirats, Los anarquistas en la crisis política española, 1964)
ALÁTER: Es otro incorrecto singular regresivo a partir del plural aláteres.
“...y como seguía riendo, ya sin motivo otro que no fueran sicofancias (=‘imposturas’) de aláter, [...] fatigado volvióse al libro.” (G.Cabrera Infante, Tres tristes tigres, 1964-67)
ATLÁTERE: Puede responder a la pronunciación como -t de la –d implosiva, rasgo propio de los catalanes castellanohablantes. Por ello no resulta extraño que aparezca, con el significado de 'ayudante', en el libro Vivir en Madrid (1968) del escritor catalán Luis Carandell. También podría tratarse de una ultracorrección o forma analógica a atlas, atlántico o atleta, porque en internet se encuentran numerosos ejemplos de muy diversa procedencia.

La locución latina a latere, ‘al lado’, sólo aparece en la locución “legado a látere”, ‘cardenal con amplias atribuciones, que es enviado por el Papa para que le represente en algún asunto’. Como locución latina, es invariable en número (legados a látere) y solo admite la preposición “a”, por lo que son incorrectas las formas *a láteres o *ad látere y, por supuesto *ad láteres.

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Monomarental o monoparental

¿Monomarental o monoparental sin más? ¿Qué significa monomarental?

Desde hace unos años se está utilizando el adjetivo monomarental para definir a las familias formadas por una mujer sin pareja y sus hijos. Aparecía en trabajos de Sociología y Antropología, unas veces con un afán de precisión y, en la mayoría de las ocasiones, como reivindicación feminista. Durante la campaña electroal de 2011, la palabreja saltó a los medios periodísticos de España a través de una propuesta electoral del PSOE y últimamente con la llegada de Irene Montero al Ministerio de Igualdad ha vuelto a ser relanzada con intenciones políticas.

Cada vez que surge en el discurso político, se desata el debate entre quienes critican la creación de un neologismo absurdo y los que lo defienden con el argumento de que “las cabezas de familia con hijos a su cargo son mayoritariamente mujeres" o pretenden diferenciar los problemas de una familia monomarental (a cargo de una mujer sola) y los de una familia monoparental (a cargo de un hombre solo). Con la defensa del uso del término monomarental, se trata de reivindicar, desde el punto de vista social y político, el papel de las mujeres en el sostenimiento de este tipo de familias. Apelan a un supuesto lenguaje inclusivo, que, en verdad es diferenciador, porque el término monoparental sí incluye tanto a todas las familias encabezadas por una madre sola o un padre solo.

Quizás la precisión técnica exija un par de adjetivos opuestos para diferenciar las familias monoparentales según estén encabezadas por una mujer o por un hombre; pero la creación del neologismo monomarental para oponerlo a monoparental, solo demuestra una enorme ignorancia lingüística de quienes lo pusieron en circulación y de quienes lo defienden. No sólo evidencian el error de considerar parental referido a padre (como hombre, o como término neutralizador de padre/madre), sino que, albarda sobre albarda, retratan su ignorancia desde varios ángulos.
La diferencia de género entre padre y madre no se debe a que la p- o m- iniciales sean morfemas de género y actúen sobre una misma raíz –adre: la oposición padre-madre, viene dada por heteronimia, igual que ocurre en los casos de hombre-mujer, toro-vaca o caballo-yegua.

El prefijo mono- no indica que ‘solo’ exista lo que significa la raíz, sino que de ello hay ‘uno sola unidad’: monoplano ‘avión con las alas en un solo plano, por oposición a biplano’, monorraíl ‘tren sobre un solo raíl’, monóculo ‘un solo ojo’. Monomarental significaría ‘de una sola madre’. Llevando al absurdo la etimología mostrenca de los ignorantes, la  llamada “familia tradicional” sería simultáneamente monomarental y monoparental; y las encabezadas por una pareja homosexual serían bimarentales (dos madres) o biparentales.(dos padres).
Ignoran que etimológicamente monoparental significa ‘un solo pariente’. Empezamos a leer la definición de pariente en el DRAE y nos encontramos que ‘respecto de una persona, se dice de cada uno de los ascendientes...’; si continuamos un poco más abajo, veremos que, en la quinta acepción, ya anticuada, parientes era el término un término dual que englobaba ‘padre y madre’, de igual forma que, en inglés, parents es la suma de father y mother y, por eso denominan “lone.parent family”, “one-parent family” o “single-parent family” a nuestra “familia monoparental”.

Tampoco parecen darse cuenta de que si monoparental procediera de los masculinos pater o padre, debería aparecer la t o la d, como ocurre en todos sus derivados: patrón, patronal, patria, patriarca, patrimonio, patrocinar, patronímico, padrón, padrino...

Pero es que desde un punto de vista feminista, también es absurdo censurar el término monoparental referido a la familia formada por una madre sola y sus hijos. Pariente viene del verbo latino parĕre ‘parir’, y significaba ‘la que pare’, por lo que en rigor sólo puede ser la madre, aunque, ya en latín, se aplicó a ambos padres y a los antepasados. Pariente está emparentado (redundancia intencionada) con parto, parturienta, paritorio, todo ello relacionado con el concepto de madre. Parricidio, a pesar de su significado, ‘asesinato del padre o de la madre’ no parece estar relacionado con padre ni con pariente, pero sí parida ‘sandez’. La muerte lenta del estudio del latín, nuestra lengua madre, es la causa de que se digan y escriban muchas paridas o ‘sandeces’:
“[‘Monoparental’ es la palabra] utilizada habitualmente; aunque nos parece que un nombre más adecuado, que refleje mejor la realidad, sería ‘monomarentales’, ya que la mayoría de estas familias están compuestas por madres con hijas y/o hijos.” (Cristina Carrasco, Instituto de la Mujer, “Mujeres, trabajos y políticas sociales”, 1997)
“Nos parece desacertado seguir denominándolas familias monoparentales cuando, en el 88% de los hogares, la persona de referencia es una mujer; por ello creemos más conveniente la expresión de familias monomarentales”. (Ana Poyatos, “Mediación familiar y social en diferentes contextos”, 2003)
Si se considera que existe un hueco semántico para definir un tipo específico de familia, la Fundéu recomienda las expresiones familia monoparental materna, familia monoparental de madre o familia monoparental de mujer.
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Nominaciones y nominados

¿Qué significa nominar y nominación? ¿Es correcto decir "nominaciones para los Oscar" y "actor nominado"? ¿O, como dicen los puristas, estas palabras son anglicismos injustificados e innecesarios? ¿Conocen estos puristas los usos y significados de nominar y nominación en el castellano clásico?
Veamos, en primer lugar, cómo las define el Diccionario de la RAE (2001):
nominar. (Del lat. nomināre).
1. tr. Dar nombre a alguien o algo.
2. tr. Designar a alguien para un cargo o cometido.
3. tr. Presentar o proponer a alguien para un premio.
nominación. (Del lat. nominatĭo, -ōnis).
1. f. Acción y efecto de nombrar.
2. f. Acción y efecto de nominar.
Por tanto, según la Academia, es correcto utilizarlas en los ejemplos anteriores. Aunque, hasta hace poco, su uso era restringido, en el español actual se han recuperado y extendido por influencia del inglés; incluso se abusa de ellas al hablar de aspectos ligados a la cultura anglosajona, como son la designación de candidatos para las elecciones norteamericanas y los premios cinematográficos (los premios Goya o los Oscar). Conviene alternar estar nominado con estar propuesto, ser candidato o ser aspirante; y nominación con candidatura.
Se equivocan quienes condenan el uso actual de nominar cuando dicen que “desde el Diccionario de Autoridades (1734) hasta la edición de 1992, el único significado registrado de [nominar] era ‘dar nombre a una persona o cosa’. (1) Creemos que repiten un error difundido por Lázaro Carreter en sus famosos Dardos, sin molestarse en comprobar los Diccionarios.

La verdadera historia lexicográfica de nominar y nominación es otra:
Tanto nombrar (forma romance) como nominar (forma culta) proceden de nominare, que en latín significaba tanto ‘nombrar’ o ‘mencionar’ como ‘designar’. La existencia de ambas formas no implicaba una diferencia de significado, sino de uso: la forma romance era de uso general, mientras que la forma culta era de uso esporádico y solía limitarse a textos notariales o historiográficos.
Por esta razón, desde el Diccionario de Autoridades (1734) y hasta la edición de 1954, la Academia definió nominar como ‘lo mismo que nombrar’ o simplemente ‘nombrar’. En coherencia con esto, durante todo ese tiempo, nominación fue ‘lo mismo que nombramiento’. Ya en la primera edición del Diccionario encontramos que nombrar es ‘elegir o señalar a alguno para algún cargo o empleo’ (es decir, se nombra tanto cuando se elige como cuando se señala, o propone) y nombramiento es la ‘acción o efecto de nombrar’ y la ‘cédula o despacho en que se nombra a alguien para un cargo u oficio’.
No fue hasta la edición de 1970 del Diccionario, cuando quizá un falso purismo escandalizado por la frecuente aparición de los términos nominar y nominación asociados al cine (americano, por supuesto) y a las elecciones democráticas (americanas, por supuesto), debió de imponer la redefinición de ambas como ‘dotar de nombre a una persona o cosa’ y ‘acción o efecto de nombrar’.
De esta brocha se han quedado colgados los pretendidos puristas, sin acudir a los textos clásicos ni consultar los diccionarios académicos, en cuyas ediciones manuales de 1984 y 1989, (en esta última con la advertencia de que es un anglicismo) nominar ya era ‘elegir o señalar a uno para un posible cargo, dignidad, premio, etc.’ y en el lema de nominación se añadió, al de ‘nombramiento’, la definición injustificadamente restrictiva de ‘elección de la persona que debe desempeñar un cargo eclesiástico’. Al inicio del artículo ya hemos visto las definiciones actuales, en las que no se incluye ninguna marca sobre el origen o uso de estas palabras.

Actualmente y en general, nombrar y nominar distribuyen su uso de la siguiente forma:
Nombrar se suele emplear con el sentido de ‘designar o elegir a alguien para un cargo, oficio de relevancia o premio’: se nombra ministro, director general, interventor, mejor jugador del año, etc.
Nominar, en cambio, suele utilizarse como ‘proponer, presentar o señalar a alguien para que se le premie, se someta a unas elecciones o se le conceda un beneficio’: “¿Quién está nominado para los Oscar?, “En las primarias, el partido político nomina el candidato para las elecciones generales”.

Errores frecuentes con estas palabras:
Con uno u otro verbo es incorrecto anteponer como al cargo, premio o puesto al que se presenta: no se puede decir “*nombrado como embajador” o “*nominado como candidato a diputado”.
Tampoco es aceptable usar el verbo nominar como ‘proponer a alguien para un castigo o algo negativo’. Parece que este error ha surgido y popularizado en programas de televisión, como Gran Hermano, en los que “se *nomina a los concursantes para ser eliminados”. Como en otros casos, el error surge cuando la pedantería ignorante toma un cultismo o préstamo especializado para utilizarlo en ámbitos ajenos al de la adopción original.

Veamos con más detalle la evolución de nominar y nominación:
En muchos textos antiguos nominado tiene un valor deíctico dentro del texto y equivale a ‘citado’, ‘mencionado’: “los cinco nominados pueblos”, “los nominados señores”...
Los significados de nominar como ‘designar para un cargo’ o ‘proponer para un beneficio’ ya estaban en el uso tradicional del castellano. Por ser semánticamente tan cercanos, el sentido exacto depende de un contexto extralingüístico como es el poder y autoridad del nominador (‘el que elige y nombra a algún sujeto para algún empleo’): con autoridad suficiente la nominación conlleva alcanzar el oficio o beneficio; sin ella, la nominación sólo es una propuesta, una candidatura.
Aunque el significado habitual de nominación fue el de ‘nombramiento o designación para un cargo u oficio’, no necesariamente eclesiástico, en tiempos de los Reyes Católicos ya equivalía a ‘propuesta’:

“Sobre lo que añade acerca de la nominación de interventor y guarda almacén, no me parece debe hablarse nada en este particular aquí.” (Epistolario de Pedro Rodríguez Campomanes, 1759)
“...si el maestre de Rodas hubiere de entender en ello, enviad la nominación, que fuere menester, para el maestre de Rodas, de guisa que se envíe de ahí la provisión, que fuere menester, del duque, para quien en ello hubiere de entender.” (Documento notarial de los Reyes Católicos al embajador en Venecia, 1496)

Más claro estuvo, desde el inicio en inglés, que, cuando adopta una palabra latina, suele recurrir a las fuentes originales. Aunque tomó nominee, to nominate y nomination con el sentido de ‘llamar por el nombre’, rápidamente amplió su uso a ‘nombrar (a alguien) para un cargo o función’ y poco más tarde al de ‘presentar formalmente (a alguien) como candidato a una elección’. (2)
No obstante nominar era ‘proponer a alguien para un cargo o beneficio’, mucho antes de que a principios del siglo XX, los periódicos empezaran a publicar crónicas de la política norteamericana y, a través de ellas, revitalizaran el significado de nominación como ‘candidatura’ y de nominado como ‘candidato’:

“...para que el prelado diocesano les dé la canónica institución de ellos [de los curatos], sin formarse concurso a los tres primeros, pues no pueden optarlos otros [religiosos]que los tres nominados.” (Conde de Superunda, Relación de los principales sucesos de su gobierno, Perú, 1745-1756)
“En su nominación [de Alfred Smith], el Partido Demócrata se ha mostrado más conservador que el Republicano”. (José Carlos Mariátegui, Artículo sobre la campaña electoral en los Estados Unidos, Perú, 1928)

A partir de mediados del siglo XX, la información de los premios Oscar de cine, más atractiva que la información política, contribuyó a que los hispanohablantes recuperaran un significado tradicional, gracias a la influencia del inglés:

“...grandes retratos al óleo de los candidatos a alcalde, a concejal, a senador que parecen todos nominados al Oscar, de creer al artista del pincel que los magnificó -y retocó un poco”. (G. Cabrera Infante, Tres tristes tigres, Cuba, 1964-1967)

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El rinoceronte, el unicornio y la abada

No se trata del título de una fábula, sino de los nombres que, en español, ha recibido un mismo animal.

Rinoceronte es el nombre común y generalizado actualmente. Significa cuerno en la nariz y es palabra de origen griego que nos ha llegado a través del latín (lat. rhinocĕros; gr. ρινόκερως; de ρίς, ρίνός, nariz, y κέρας, cuerno).

Unicornio es otra palabra que se usó hasta los Siglos de Oro para denominar al rinoceronte. De esta forma, compartió nombre con el animal imaginario que, en forma de caballo presenta un cuerno en mitad de la frente:

“Dios, cuya fortaleza es muy grand, él como unicornio los sacó de Egipto (e qué cosa es rinoceros e unicorinio departido vos lo avemos en las razones del libro Levítico)” (Alfonso X, General Estoria, 1275)
Vnicornis [...] masculino genero vn animal grande y feroz que tiene solamente vn cuerno. [...] E nota que este nombre vnicornis tambien conuiene al rinoceronte pues tiene vn cuerno enla nariz.” (Rodrigo Fernández de Santaella, Vocabulario Eclesiástico, 1499)
“Porque el unicornio, que tiene sobre la nariz un cuerno tan duro como hierro, habiendo de entrar en el desafío con el elefante,...” (Fray Luis de Granada, Introducción del símbolo de la fe, 1583)

Quizá el hecho de compartir nombre llevó a atribuir al cuerno del rinoceronte las mismas virtudes medicinales que se imaginaban para el del animal fabuloso. Hasta la edición de 1817, la RAE no alude claramente al rinoceronte como significado de unicornio: “Los naturalistas dan alguna vez el nombre de unicornio al rinoceronte, que efectivamente no tiene más que un asta y rara vez dos” (DRAE, 1817). Anteriormente la definición era muy vaga, aludía a “animal de un solo cuerno” sin diferenciar lo que podía ser un animal fabuloso de las especies descritas por los naturalistas.
Abada (y su variante bada) es el nombre que vino a sumarse hacia 1581, cuando el gobernador portugués de Java envió a Madrid, como regalos para el rey de España, un elefante y un rinoceronte. En la Corte española se empezó a denominar al rinoceronte abada o bada (con género femenino), como los portugueses, que habían tomado la palabra del malayo badaq. Este nombre, aunque se conserva en el DRAE, es totalmente desusado. Parece ser que llegó a ser una denominación muy popular; pero sólo debió emplearse mientras se mantuvo en la memoria de los hablantes el recuerdo de la presencia de este animal salvaje en el Madrid de la época. A partir de mediados del siglo XVII, el CORDE no ofrece ejemplos de su uso en la Península y solo uno en Filipinas en 1754. (Hoy casi nadie sabe que la calle Abada, cercana a la Puerta del Sol de Madrid, recibe dicho nombre porque fue en ella donde, se supone, que estuvo el animal).

“[En Lisboa] está agora un rinoceronte, que vulgarmente llaman abada” (Gonzalo Argote de Molina, Montería, 1582)
“¡Vive Dios que es lagartija / la que nos pareció abada! (Luis Quiñones de Benavente, El guardainfante, 1645)
“...vn cuerno de bada con un pieçeçillo de plata...” (Gaspar de Fuensalida, Memoria de inventario, 1661)

En 1726, el primer Diccionario de Autoridades definía erróneamente abada como ‘la hembra de rinoceronte’, al confundir el género gramatical de la palabra con el sexo del animal. Fernández de los Ríos debió de rescatar la palabra de este Diccionario, para incluirla en 1875 en su Guía de Madrid:

“Trageron del Brasil unos portugueses en el siglo XVI una abada o rinoceronte hembra”

En 1770, la Real Academia ya define abada como ‘lo mismo que rinoceronte’ y afirma que es una palabra original del portugués, aunque por error se atribuya a las lenguas orientales:

“El nombre de abada le dieron los portugueses a este animal al tiempo de sus conquistas en el Oriente: y como la lengua portuguesa se hizo casi general en los puertos y escalas de la India, los escritores viajeros que oían llamar así al rinoceronte, aun a los mismo naturales, creyeron fuese voz indiana, y dieron motivo a que este error corra impreso en muchos libros de Europa, lo que también ha sucedido con otras voces portuguesas”. (RAE, Diccionario de Autoridades, 1770)

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Etimología popular


Se llama etimología popular al proceso que lleva a relacionar erróneamente dos palabras parónimas de distinto origen etimológico, porque el hablante encuentra proximidad semántica y, a partir de esa falsa relación, se modifica el significado o pronunciación de una por analogía con la otra.
Surge de enfrentarse la arbitrariedad de la palabra, como signo lingüístico, con el empeño de los hablantes por encontrar una motivación fonética, morfológica o semántica para los términos que les resultan extraños. Por esta razón, suele afectar a préstamos de otras lenguas y a palabras cultas o técnicas empleadas por el pueblo.
El calificativo de popular no es exacto, porque muchos de esos errores surgieron entre copistas medievales o humanistas del Renacimiento. Algunos lingüistas prefieren hablar de etimología asociativa.
Aunque estas deformaciones semánticas o fonéticas suelen percibirse como vulgarismos, o creaciones humorísticas, a menudo, pasan a la lengua común y son aceptadas por los hablantes cultos.

Existen dos grupos de casos de etimología popular:

  • 1- Se mantiene el significado de la palabra, pero se modifica el significante para acomodarlo al de otro término con el que cree que tiene relación semántica. Por ejemplo: se dice *mondarina en lugar de mandarina, porque se cree que el nombre de la fruta debe estar relacionado con los conceptos de monda y mondar. Entre los casos que han pasado a la lengua común, podemos citar el de cerrojo, que modificó su forma etimológica verrojo (de verucŭlum, diminutivo latino de veru, ‘cierre’) para asociarlo a su función, la de cerrar; también existieron las formas ferrojo y herrojo, por asociación con el material de que está hecho, el fierro o hierro.

  • 2- Se modifica el significado, pero se mantiene el significante, la forma, porque es parecido al de otra palabra con significado conocido de la cual se cree que procede. Por ejemplo: se emplea la palabra *inhumar como ‘incinerar’, por asociación con humo y desconocimiento de la etimología de humus ‘tierra’. Miniatura es un ejemplo de los que sí han entrado en la lengua común: su origen etimológico está relacionado con minio ‘óxido de plomo de color rojizo empleado como pintura’; pero estas miniaturas, ‘imágenes que iluminaban los libros y en las que el minio era el principal colorante’, solían ser muy pequeñas y los hablantes empezaron a relacionar la palabra con mínimo, menor, de donde tomó el significado de ‘cosa muy pequeña’.

    Otros ejemplos de etimología popular son:

    1 a - Con cambio de significante (no aceptados por la RAE):
  • *Canalones (canelones) por la forma tubular, se cree que viene de canal
    *Esparatrapo (esparadrapo) porque se relaciona con trapo.
    *Guiñarla (diñarla, ‘morir’) porque al morir, como en los guiños, se cierran los ojos.
    *Pinómano (pirómano) porque quema pinos.
    *Telesférico (teleférico) porque la terminación –férico no tiene un referente claro.
    *Sinfonier (chifonier) por la idea de conjunto de cajones, de armonía, de composición sinfónica.
    *Atiforrarse de comida (atiborrarse) por analogía con forrarse de dinero.
    *Semáfaro (semáforo) porque se ve formado por faros.
    *Cortacircuito (cortocircuito) porque produce cortes de luz.
    *Destornillarse (desternillarse) por influencia de perder un tornillo.
    *Ideosincracia (idiosincrasia) por influencia de idea y la terminación –cracia.
    *Gulimia (bulimia) por relación con gula.
    *Micromina (mercromina) porque desinfecta, elimina microbios.

    1 b - Con cambio de significante (ya aceptados por la RAE):
    Vagamundo (vagabundo) asociación con vagar por el mundo, sin tener en cuenta que se trata de la terminación –bundo (moribundo, meditabundo...)
    Altozano (antuzano, ‘delante de la puerta’) porque solía aplicarse a los de las iglesias, que solían estar en la parte alta de las poblaciones.
    Sabihondo (sabiondo) por hondura, profundidad.
    Estar en pelotas (en pelota, ‘desnudo’) por entender que se refiere al vulgarismo pelotas ‘testículos’, aunque proceda de pelo.
    Verdolaga (debería ser *bordolaga o *pordolaga por proceder de portulaca) por asociarlo al color verde.

    2 a - Cambio de significado (no aceptado por la RAE):
    *Latente (como ‘palpitante’) porque se cree que procede de latido, cuando realmente significa ‘oculto, escondido o aparentemente inactivo’.
    Hacer *paseíllo (por hacer pasillo), por influencia del lenguaje taurino y porque por el pasillo otras personas pasan, o pasean.
    *Cerúleo (como ‘céreo’) porque se relaciona con cera, al perderse la idea de ‘azul como el cielo despejado’ caerulĕus.
    2 b - Cambio de significado (aceptados por la RAE):
    Abigarrar (como ‘Amontonarse, apretujarse’, referido a cosas varias y heterogéneas) a partir del significado ‘dar o poner a algo varios colores mal combinados’.
    Álgido (como ‘culminante, crítico’ a partir de ‘muy frío’).
    Lívido (‘pálido’ a partir de ‘amoratado’).

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    Acepciones semánticas de pulla. Etimología.

    En el anterior artículo vimos la confusión que se producía entre puya y pulla, por su cercanía semántica. En el significado de ambas están las ideas de agresión y herida: física y sangrante en el caso de puya; verbal y moral en el de pulla. De ahí, las dudas a la hora de echar y lanzar puyas o pullas.
    Aunque siempre ha existido la asociación de sentidos con puya, se fue acentuando a medida que pulla fue perdiendo el significado de ‘dicho obsceno’, hasta el punto de que algunos diccionarios ya prescinden de esta acepción:
    ‘Dicho agudo o irónico, esp. el que tiene intención de picar o herir a alguien’. (Dic. CLAVE)
    ‘Palabras con que indirectamente una persona se burla de otra, la critica o la regaña’. (Dic. Elpaís.com)
    Sin embargo, en la época clásica, las ideas de ofensa o provocación y de obscenidad estaban más equilibradas y podían presentarse unidas o por separado:
    Mientras que para Covarrubias (Tesoro de la lengua castellana o española, 1611) una pulla ‘es un dicho con gracia, aunque algo obsceno’ (la gracia prima sobre la obscenidad, y no tiene por qué ser ofensivo); Gonzalo Correas (Vocabulario de refranes y frases proverbiales, 1627), prescinde del supuesto carácter obsceno: y destaca la ofensa: ‘Echar pullas. Por: dezir kosas vanas i dichos mordazes en burla.’
    Con estas definiciones, perdería fuerza el ataque de Quevedo a Góngora, “docto en pullas, cual mozo de camino”, si no fuera porque en la siguiente estrofa insiste en llamarlo “chocarrero de Córdoba y Sevilla, / y, en la Corte, bufón a lo divino” (chocarrero: quien acostumbra a decir chocarrerías, chistes groseros). El autor de los Diálogos de John Minsheu, con sus ejemplos, dejó claro que las pullas “no se han de echar a los amigos”, porque solían ser groserías obscenas:
    “AGUILAR Pedro, allí viene un caminante: échale una pulla.
    PEDRO Hola, hermano: ¿por dónde van?
    CAMINANTE ¿A dó?
    PEDRO En casa de la puta que os parió.
    AGUILAR Buena, a fee; otra a el compañero que queda atrás.
    PEDRO Ah, señor: ¿es suyo el mulo?
    CAMINANTE ¿Cuál mulo?
    PEDRO Aquel que beséis en el culo”.
    (Anónimo, Diálogos de John Minsheu, 1599)
    Por ejemplos como estos, la Academia, desde el Diccionario de Autoridades hasta la última edición del DRAE, ha considerado, como primera acepción, la que destaca el carácter obsceno, incluso sucio de la pulla.
    Sin embargo, Maria Moliner, en su Diccionario de uso del español, destaca en la primera acepción su carácter ofensivo: ‘dicho agudo con que se zahiere a alguien’ o ‘dicho agudo y gracioso con que se zahiere a alguien en broma’, y deja, como segunda, la de ‘dicho obsceno’. Creemos que este orden responde acertadamente al uso actual de la palabra: generalmente pretende ofender; es raro que se haga con verdadera gracia y en broma; y excepcionalmente se aplica a una obscenidad.

    El origen etimológico de pulla es incierto, y las diferentes hipótesis pueden explicar las actuales confusiones ortográficas y de sentido.
    Covarrubias considera que se trata de un epónimo: “llamóse pulla de la Apulla tierra de Nápoles, donde se empeçó a usar” (Tesoro de la lengua castellana, 1611) y el Diccionario de la Academia, que procede del portugués pulha, aunque en algunas ediciones anteriores ha aventurado otras etimologías (pellěre ‘lanzar, arrojar’ DRAE 1884 o ampulla ‘ampolla’ DRAE 1899). Sin embargo, Joan Coromines afirma que pulla aparece en castellano antes que pulha en portugués y pouille en francés, idiomas que habrían tomado la palabra como castellanismo. Para esta autor, pulla podría ser una alteración de puya, púa, (‘metaphoricamente se dice de las cosas no materiales que causan sentimiento y dolor interno’, Dic. Autoridades) por cruce con el antiguo verbo repullar 'repicar satíricamente', y su derivado repullón ‘composición satírica breve’:
    “Haziendo el contrario, / [...] vos haga escozer de gran comezón. / A todos y a todas, perhin a el vicario, / arrojo una pulla con su repullón”. (Torres Naharro, Diálogo del Nascimiento, 1505-1517)
    En apoyo de la tesis de Coromines, destacaremos la apreciación de Covarrubias (repetida en el Dic. de Autoridades) de que las pullas son dichos “que comúnmente usan los caminantes quando topan a los villanos que están labrando los campos, especialmente en tiempo de siega, o vendimias”, y la facilidad con que las palabras referidas a objetos punzantes o hirientes adquieren connotaciones sexuales (clavar -Méx, R.Dom-, clavarla -Esp-, afilar -Chile-, estoque -Esp-, cuchillo -Méx-, machete -Ven-, estaca -Méx-, pico -Chile-, pistola -Arg-...) Es posible que la postura agachada de los labradores durante la siega o la vendimia motivara sátiras obscenas en las que se aludía a la púa, con connotaciones sexuales.

    Aunque el DRAE, considera que es puyar (clavar la puya) el verbo que se utiliza coloquialmente (en Cuba) para referirse al coito; también hemos encontrado pullar con el mismo sentido:
    “Pullar. Es un verbo que significa tener sexo, follar. Advertencia: No confunda pullar con hacer el amor son cosas muy diferentes, el pulleo es algo sucio”. (Diccionariolibre.com)
    Tampoco se puede obviar que, en algunos contextos, pulla (o puya, en la actual confusión) aparece junto a dedos, que estirados pueden utilizarse con sentido obsceno:

    “Si estas conuiene fazer vomito enel comienço del frio poniendo los dedos o pulla si buena mente lo puede fazer”. (Alfonso Chirino, Menor daño de la medicina, 1429)
    “...el ritmo más antiguo era llamado puya. Su nombre deriva del verbo puyar, sinónimo de punzar. [Se bailaba con] las dos manos cerradas a la altura del pecho con los dedos apuntando hacia delante y simulando que se puyaba repetidamente a quien danzaba adelante”. (Wikipedia, “Vallenato”)

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    Nombres comunes procedentes de nombres propios.

    Nombres comunes procedentes de nombres propios

    Una parte del vocabulario que utilizamos tiene su origen en los nombres propios de personas o lugares. La Deonomástica es el estudio del léxico que procede de la onomástica. Los epónimos son las palabras que en origen eran el nombre de una persona o lugar, pero que han llegado a designar otras realidades con las que se asocian.
    Cuando hablamos aquí de nombres, nos referimos tanto a sustantivos como a adjetivos.

    Algunos productos u objetos se denominan con el topónimo del lugar en que se produce o del que procedía antiguamente. Otros han recibido el nombre de su inventor, su difusor o promotor.
    Aunque muchos científicos consideran que los epónimos en la Ciencia deberían evitarse porque resultan inexactos, caprichosos y personalistas; son frecuentes las designaciones a través del nombre del científico que descubrió determinada realidad o se dedicó a su estudio.
    En las ciencias sociales y la política es frecuente que un personaje de lugar al nombre de una ideología, comportamiento, tendencia, etc.
    Asimismo, la literatura ha dado lugar a muchos calificativos de personas o situaciones que se refieren a personajes o autores.

    En el vestuario siempre se ha valorado la exclusividad de los modelos y las telas. Gran parte de esa exclusividad venía de su lejana procedencia: el nombre de un lugar exótico concedía distinción y provocaba admiración. Hoy han pasado al léxico general y, en la mayoría de los casos, hemos perdido la referencia geográfica. Los tejidos eran de angora (por Angora, hoy Ankara), cachemira (por la región cercana al Himalaya), damasco (por la capital de Siria), satén (por la ciudad china de Tse-Thung, llamada Zaitún, en árabe), muselina (de Mosul); había cueros de tafilete (procedente de la región marroquí de Tafilalt), o guadamecí (adornado con dibujos o relieve y procedente de la ciudad libia de Gadames).
    Actualmente el exotismo sigue manteniéndose en el nombre de algunas prendas relacionadas con el ocio: bikini (por el atolón Bikini) o bermudas (Islas Bermudas), pero son más frecuentes los casos en que una prenda recibe el nombre de una persona que la popularizó o con quien se la relaciona: las manoletinas (de Manolete) son zapatos parecidos a los que usan los toreros; la rebeca es una chaqueta de punto como la utilizada por la protagonista de la película de Hitchcock, Rebeca; los leotardos se llaman así por el acróbata francés Jules Leotard, que usaba esa prenda en sus actuaciones.

    Otros productos u objetos se denominan por el nombre su inventor o promotor: los motores diésel (por el ingeniero R. Diesel), el saxófono (por su inventor Adolphe Sax) el dirigible zepelín (por F. von Zeppelin), la nicotina (por Jean Nicot, que introdujo el tabaco en Francia), la guillotina (por el cirujano y diputado de la Asamblea Nacional francesa, J. I. Guillotin, que recomendó su uso para evitar el sufrimiento de los ejecutados).

    En las Ciencia y Medicina es muy frecuente usar el nombre de un científico como nombre común, aunque muchas veces se sigue escribiendo sin adaptarlo al español y con mayúscula. Se habla frecuentemente, fuera del ámbito científico de la enfermedad de Alzheimer (por el neurólogo alemán que identificó sus síntomas), del síndrome de Down (por el médico inglés Jonh Down, médico inglés que describió sus características) o del párkinson.

    Otras veces un nombre propio o derivados de él se transponen en común porque un rasgo, que en principio podía ser único, se reconoce en lo colectivo.

    De la religión hemos tomado numerosos epónimos calificativos: un judas (‘un traidor’), un cristo (‘alguien maltratado, herido’), una magdalena (‘mujer penitente y visiblemente arrepentida’), un adán (‘hombre desaliñado o sucio’), un satanás (‘un perverso, malvado’), barrabás y barrabasada (por el judío indultado en lugar de Jesucristo).

    De la literatura, proceden los adjetivos kafkiano (‘absurdo o angustioso’, como situaciones descritas por Kafka), dantesco (‘que causa espanto’, como las situaciones descritas por Dante en La Divina Comedia), chovinista (por Nicolás chauvin, soldado francés de gran patriotismo y devoción por Napoleón que se convirtió en personaje de teatro, como referente para burlarse del nacionalismo exagerado) o sustantivos como mentor (‘consejero, guía’, por Mentor, amigo de Ulises y ayo de su hijo Telémaco), quijote (‘persona que antepone sus ideales a su conveniencia, como el personaje de Cervantes’), tenorio (‘hombre mujeriego’) o celestina (‘alcahueta’).

    Filósofos, políticos y otras personas históricas también han dado lugar a nombres comunes por originar una ideología, atribuírseles una determinada cualidad o ser protagonista de un hecho notable: boicot (por el administrador irlandés Boycott, que lo sufrió por negarse a rebajar el precio de los arrendamientos); linchamiento (por Ch. Lynch, juez americano que en el siglo XVIII ordenó la ejecución de una banda de conservadores sin haberlos juzgado); maniqueo (‘concepción dicotómica de la realidad’ por el pensador Manes, que afirmaba la existencia de dos principios creadores, uno para el bien y otro para el mal); marxista ( doctrina derivada de las obras de K. Marx); canuto (‘término despectivo con que se denomina, en Chile, a los protestantes, que siguen al pastor J.B. Canut de Bon’); draconiana (‘condición o ley excesivamente severa o sanguinaria’ por Dracón, legislador ateniense).
    Estos son algunos de los epónimos que pueden considerarse de uso común o general y que pueden entenderse sin necesidad de conocer la referencia histórica o geográfica. Hay otros que se han utilizado en un momento dado por algún autor o que se refieren a campos o hechos muy concretos, por lo que es necesario conocer el contexto o la referencia culta para averiguar su significado.

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    Piratas y corsarios. Bucaneros y filibusteros.

    Piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros han regresado a las noticias y han dejado de ser héroes literarios.
    Aunque tanto en España como en América, los periodistas utilizan los cuatro términos como sinónimos, algunos puristas, diccionario en mano, afirman que no lo son.

    Según el DRAE, pirata es la ‘persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar’ y corsario, ‘el buque o navegante que andaban al corso, con patente del gobierno de su nación’. Es decir, hacen lo mismo, pero el pirata va por libre, mientras que el corsario está protegido por las autoridades.
    Sin embargo, desde los orígenes del español, ambos términos se han considerado sinónimos:

    “...el qual pirata o cosario respondió...” (Alfonso de la Torre, Visión deleytable, 1430-1440).
    “Pirata. es cosario enla mar robador & ladron & matador comun enemigo a ninguno fiable a todos fementido.” (Alfonso de Palencia, Universal vocabulario de latín en romance, 1490).
    “Cossario dela mar: lat. pirata.ae.” (Antonio de Nebrija, Dictionarium latino-hispanicum, 1492).
    “...pasó desde África a Asia un gran pirata o cosario que había nombre Cidi Abenchapela.” (Fray Antonio de Guevara, Epístolas familiares, 1521-1543).
    “Pirata: el cosario que roba por la mar” (Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, 1611).

    Etimológicamente, pirata procede de la palabra homónima latina, tomada de la griega peiratés ‘bandido, pirata’, derivada del verbo peirán ‘intentar, aventurarse’. Pero Alfonso de Palencia ofrece otra versión más sugerente: “dizen se piratas por que encienden las naues o las yslas que toman”, es decir, procedería de pira, hoguera.
    Corsario es quien “hace el corso” o “anda en corso” (del latín cursus ‘carrera’, palabra emparentada con correría ‘hostilidad que hace la gente de guerra, talando y saqueando el país.’). Según Covarrubias, andar en corso es ‘andar robando por la mar, de donde se dixo corsario, y perdida la r cosario’. Así pues, no es cierto que se llamen corsarios por actuar “con patente de corso” (‘cédula o despacho con que el Gobierno de un Estado autorizaba a un sujeto para hacer el corso contra los enemigos de la nación’), sino por hacer el corso, aunque sea sin permiso de ningún Gobierno.
    Las dos primeras acepciones de corsario en el DRAE son eufemísticas y suponen un intento de dar prestigio y falso brillo al robo promovido por los reyes y a sus ladrones protegidos.

    Filibusteros y bucaneros son formas de llamar a los piratas del Caribe durante los siglos XVII y XVIII. Como puede verse en las citas que incluimos, son equiparados a los corsarios.

    La palabra bucanero procede del francés boucanier, derivado de boucan (de la palabra indígena mukem) ‘parrilla de madera utilizada para ahumar carne’. Sin embargo, para María Moliner, procede del inglés bacon. Los bucaneros, en un principio, eran aventureros franceses que se habían instalado en el norte de la isla de Santo Domingo y vivían de la venta de carne ahumada a los barcos. Cuando el negocio se agotó, se dedicaron a la piratería.

    Filibustero, según la Real Academia Española, procede del francés flibustier. Sin embargo el origen etimológico viene de más lejos: el Dictionnaire de l'Académie française afirma que flibustier está tomada del inglés freebooter, que a su vez la tomó del neerlandés vrijbuiter ‘saqueador’ (de vrij, ‘libre’, y buiter, ‘botín’). Los filibusteros fueron los piratas que, arrinconados por los bucaneros, se refugiaron en la Isla Tortuga, donde crearon la Cofradía de los Hermanos de la Costa, con unas normas muy simples, pero muy estrictas.

    “Debilitada la madre patria, las colonias españolas no tenían protección eficaz contra las incursiones y ataques de los corsarios aventureros de otras naciones. Bajo los nombres de bucaneros, filibusteros o piratas éstos infundían terror a los colonos españoles diseminados por muy extensas regiones de América.” (Anónimo, Traducción de la Historia de Puerto Rico de P. G. Miller, 1939).

    “[Los Boucaniers] vivían como salvajes en una total independencia y libertad, sin ley ni religión. A los principios se ocupaban en la caza de vacas y caballos que se habían multiplicado pasmosamente en toda la isla; se mantenían con la carne de los animales que mataban; la sobrante y los cueros vendían á los piratas que frecuentaban aquellas costas [...] Poco después estos bandidos no contentos con derramar la sangre de las fieras, penetraron la isla hasta los pueblos y llevados de su furor sacrificaban a cuantos encontraban sin distinción de edad ni sexo, solo por robar a los españoles faltos de fuerzas para resistirles. [...]
    Los piratas conocidos con el nombre de
    Flibustiers fueron más numerosos e inhumanos; se fortificaron en la isla de la Tortuga, [...] y la eligieron por guarida universal de todos los libertinos. Formaron compañías de ciento, doscientos ó mas hombres, nombraban entre ellos un Capitán que dirigía sus expediciones de mar y tierra, aunque su autoridad estaba limitada solo á mandar en la acción del abordaje ó asalto, siendo igual en todo lo demás a sus compañeros. Cada uno de estos traía sus armas y municiones [...] Luego acordaban el paraje en que se había de hacer el corso ó el pueblo que debían robar, lo que ejecutaban con tanto coraje que la vista del navío u objeto de su destino enardecía su sangre hasta trasportarlos en una furiosa demencia”. (Fray Iñigo Abbad, Historia geográfica, civil y natural de da Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, 1788).

    Como vemos, no hay motivo para censurar el uso de corsario como pirata (3ª acepción de corsario, DRAE 2001), y aunque con bucanero y filibustero se designe a los piratas que actuaron en una época y zona geográfica concreta, se puede permitir su uso por extensión, lo que es muy frecuente en nuestro idioma.

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