google.com, pub-8147523179298923, DIRECT, f08c47fec0942fa0 -La vida de las palabras - Lengua española y otras formas de decir

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Sustantivos femeninos terminados en -o

Los pocos sustantivos femeninos que terminan en –o, tienen orígenes diversos:

1- Sustantivo patrimonial: El único es mano y posiblemente la excepción se haya conservado porque se opone al masculino pie y la consideremos, como a la cabeza, una hembra creadora de nuevas realidades.
Sin embargo, a lo largo de la historia de la lengua, han entrado nuevos sustantivos femeninos en –o.

2- Préstamos antiguos del catalán: nao y seo.

3- Sustantivos cultos: Los cultismos femeninos en –o siempre han estado sometidos a la fuerza analógica de los masculinos en –o: la eco, la método o la cartílago terminaron siendo masculinos: el eco, el método y el cartílago:
“Al vislumbrar de la modesta luna le responde la eco solitaria.” (L. Fernández de Moratín, Poesías completas, 1778-1822).
“...lo cual se hará escriviendo con la método i términos devidos a cada cosa”. (Juan de Robles, El culto sevillano, 1631).
Otros sustantivos cultos, como caligo, virago o libido, resisten como femeninos, aunque el primero no esté recogido en el DRAE con ninguno de los dos significados que hemos encontrado, el segundo vacile en cuanto al género por su propia significación de ambigüedad sexual y el tercero genere, como ya vimos, numerosos errores:
“Lo oculto de Dios, según el lenguaje del libro del Éxodo, está representado en aquella nube densa y oscura, es decir, en la caligo”. “El ocultamiento luminoso de Dios...” José M. Moraga Esquivel).
“La caligo beltrao es una mariposa de las selvas brasileñas, que alcanza los 18 centímetros de envergadura alar.” (
Animalandia, acceso 21-10-2009)
"La haitiana era una mulata auténtica; un virago color chocolate". (La Venus mecánica, José Díaz Fernández, 1929).
"Cuando el germano de estos siglos se ocupa en idealizar la mujer, imagina la walkiria, la hembra beligerante, virago musculosa que posee actitudes y destrezas de varón". (Artículos, Ortega y Gasset, 1917-33)
4- Acortamientos coloquiales: Resultados de acortamiento o abreviación de palabras compuestas. Unas mantienen el género con conciencia etimológica: la moto ‘motocicleta’, la foto ‘fotografía’, la eco ‘ecografía’ (no incluida en el DRAE). Pero en otras no se conserva el sentimiento etimológico: radio, dinamo, magneto, polio ‘poliomielitis’.
Las personas con poca cultura pueden considerar, por analogía, estas palabras como masculinas y crear un vulgarismo con prótesis de a-. Un sintagma del tipo "una moto", "alguna moto" lo segmentan como "*un amoto", "*algún amoto" y, a partir de ellos, forman: *el amoto, *el afoto, *el arradio...

5- Los nombres de letras: Presuponen el apelativo “la letra”: la o, la ro ‘decimoséptima letra griega’.

6- Sustantivos de género común referidos a mujeres: la testigo, la soprano, la miembro...
Un caso especial son los nombres de oficios considerados tradicionalmente propios del hombre, cuando se aplican a las mujeres. Aunque actualmente existe la tendencia a usar la forma femenina en –a para referirse a las mujeres, no es extraño encontrar la medico, la abogado, la ingeniero... En otras profesiones y cargos (especialmente militares) predomina la forma común en –o y es extraño encontrar la forma en –a: la sargento, la cabo, la soldado...

7- En los nombres propios de ciudades, regiones, empresas, entidades, organizaciones, etc. en los que sobreentiende el nombre común: la Toledo misteriosa, la Texaco, la Metro, la NATO, la Gestapo...

En resumen, se puede decir que los pocos femeninos en -o que han entrado en la lengua española son de poco uso y suelen vacilar en cuanto a su género.

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Sobre las palabras libido y lívido.

Maratón: origen y significados de la palabra

¿Cuál es el origen de la palabra maratón, que designa una carrera de atletismo y otras competiciones y actividades largas e intensas?

Procede del griego Μαραθών, y hasta principios del siglo XX, este sustantivo sólo se utilizaba en español como topónimo del lugar en que los atenienses se enfrentaron y vencieron a los persas el año 490 a.C. y desde donde, según la leyenda, el soldado Filípides corrió hasta Atenas para anunciar la victoria, tras lo cual murió por agotamiento. (1)
Cuando en 1896 se celebraron en Atenas los primeros Juegos Olímpicos modernos, el lingüista francés Michel Bréal propuso a Pierre de Coubertin que incluyera una carrera de fondo desde Maratón hasta Atenas para recordar la hazaña de Filípides. Esta carrera fue denominada de Maratón.

Mientras que el sustantivo se limitó a designar la carrera de atletismo, la Real Academia no lo incluyó en su Diccionario. Sólo fue acogido cuando empezó a utilizarse, por extensión, para referirse a otras duras competiciones deportivas y a otras actividades prolongadas, intensas y duras. Esto debió de ocurrir durante los años sesenta del siglo XX, y explicaría que no se incluyera la entrada en el DRAE Usual de 1970, pero sí en el Suplemento al Diccionario de ese mismo año, aunque la segunda acepción se limitara al ámbito del deporte. José Mª de Cossío, en 1966, aún consideraba esta significación una ocurrencia de la Prensa:
Su campaña americana [de M. Benítez, El Cordobés] está toda ella marcada con el signo de lo fabuloso. Fabuloso es que su estancia, prevista para un mes, se prolongue durante cinco. Fabuloso que Cantinflas le ceda su avión particular para poder cumplir con lo que la Prensa dio en llamar el “maratón”.
(José Mª de Cossío, Los mejores toreros de la historia, España, 1966)
No obstante, un año antes ya se había utilizado con similar sentido en una novela:
...se nos impuso la medalla a quienes no la poseíamos. -Ser hija de María no puede ser un premio de conducta, ni obtener la medalla un maratón.
(Elena Quiroga, Escribo tu nombre, España, 1965)
A través de las distintas ediciones del DRAE, vemos cómo la Academia no encuentra las definiciones más adecuadas para maratón, cuando la palabra deja de referirse a la carrera de atletismo:
Empezó ofreciendo dos acepciones, limitadas al deporte, en el Suplemento de 1970 y en el Dic. Usual de 1984: 1- La carrera de atletismo. 2- ‘Por ext., designa algunas otras competiciones deportivas de resistencia’.
En los Diccionarios Manuales de 1984 y 1989 se incorporaron nuevos matices a las definiciones: en 1984 se amplió la segunda acepción, porque “maratón, además de competiciones deportivas podía designar ‘actividades duras y prolongadas’ y, en 1989, se añadió una tercera: ‘fig. Actividad o conjunto de actividades que se desarrollan apresuradamente, en menos tiempo del que requerirían si se realizasen con ritmo normal’.
En 1992, el Dic. Usual incorporó esta tercera acepción propuesta en 1989 y debió de considerar que ya se incluía en ella parte de la segunda, por lo que ésta volvía a ser la original de 1970: 2- ‘Por ext., otras competiciones deportivas de resistencia’. Es decir, se eliminó que designaba algunas ‘actividades duras y prolongadas’, precisamente, lo que es un maratón en la novela de Elena Quiroga y lo que, junto a la idea de rapidez, está en “lo que la Prensa dio en llamar el maratón [de El Cordobés por América]”. Incluso de lo que debe entenderse en los ejemplos de de 1994 del escritor paraguayo Pancho Oddone.
En el Dic. Usual de 2001, la segunda acepción se amplía para incluir cualquier tipo de ‘competición de resistencia’ y, para dejar claro que no se limita a lo deportivo, pone el ejemplo de “un maratón de baile”. También trata de corregir, en parte, el error anteriormente indicado redactando una nueva tercera acepción: ‘actividad larga e intensa que se desarrolla en una sola sesión o con un ritmo muy rápido’, con los ejemplos de maratón de cine y maratón de entrevistas.

En el Diccionario de uso del español de María Moliner (1966) no se incluía maratón. En la edición de internet del ahora así llamado diccionario, se han tomado las mismas acepciones del DRAE, aunque se hayan agrupado las dos primeras en una.
El Diccionario Clave de uso también toma las dos primeras acepciones del DRAE de 2001, aunque cambia el orden en atención a la frecuencia de uso: la primera es ‘competición dura, prolongada o de resistencia’ y la ‘carrera de atletismo’ pasa a ser la segunda. Para la tercera acepción recurre a la que figura en el DRAE de 1992, en lugar de la última edición.
El Diccionario Alkona reproduce las tres acepciones del DRAE Manual de 1989.

Actualmente no debería utilizarse la mayúscula inicial, salvo cuando se trata del topónimo. Por otra parte, aunque es infrecuente, no falta quien escribe marathón, por influencia del inglés o porque considera que la θ griega debe así transcribirse:
“Nada comparado con la secreta pretensión de pasar del límite, hacerse el dueño de las distancias, como cuando Jeróme Benedetti, en 1944, acabó su marathón, siguió corriendo hasta un bosque cercano y nadie volvió a encontrarle jamás.”
(Alejandro Gándara, La media distancia, España, 1984)
Incluso puede haber algún pedante que pronuncie la th como interdental:
"Y, usted, dígame, ¿pronuncia Maratón con th o sólo con te?" "Sólo con te."
(Gonzalo Torrente Ballester, La saga/fuga de J.B., España, 1972)
Aquí la norma de la Academia y el uso que desde siempre ha tenido en español, cuando se refería al topónimo, impone la t.


(1) NOTA: Ningún autor griego menciona la mítica carrera de Maratón. Heródoto cuenta que los atenienses enviaron a Filípides para pedir ayuda a Esparta y que tardó unos dos días en recorrer los 240 Km. que separan a ambas ciudades. Después volvió a Atenas, con la negativa de los espartanos; pero no se cuenta que muriera tras esta misión, ni que fuera Filípides el encargado de anunciar la victoria tras la batalla de Maratón, ni que quien lo hiciera muriera por agotamiento.

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Maratón, ¿masculino o femenino?

¿El sustantivo maratón es masculino o femenino? ¿Debemos decir el maratón o la maratón?
Las dos formas son válidas porque, actualmente, se trata de un sustantivo de género ambiguo, aunque la RAE y Manuel Seco (Dicc. de dudas y dificultades de la lengua española) prefieran la forma masculina y Lázaro Carreter (El dardo en la palabra) condenara repetidamente el uso en femenino.

En los primeros Juegos Olímpicos modernos se incluyó una carrera de fondo entre Maratón y Atenas en recuerdo de la que legendariamente corrió el soldado Filípides para anunciar a Atenas la victoria sobre los persas. A partir de entonces, y aunque a menudo se denominara la carrera de Maratón, esta prueba atlética empezó a recibir el nombre de el maratón.
En español se consideró palabra masculina por analogía con las acabadas en -tón (no en -ón, terminación que está en muchos femeninos), pero también debió influir que la palabra griega etimológica era masculina, una referencia cultural similar a la que concibió la prueba, le puso nombre y hacía escribirla con mayúscula. El francés y el alemán también se decantaron por el género masculino, mientras que el italiano y el portugués lo hicieron por el femenino.
En un artículo de 1985, Lázaro Carreter indicaba que, en español, se había empezado a utilizar el femenino desde hacía pocos años, pero que iba camino de triunfar. Condenaba este uso, (que no sabía si atribuir a la influencia del italiano o a una concordancia subyacente) y defendía apasionadamente el uso en masculino “porque así se dice en español”, por norma del DRAE y por el uso de siempre.
Sin embargo, desde Argentina, Enrique José Milani, considera indiscutible el uso femenino, porque está implícita la idea de carrera, competición...: “[la forma masculina] suena extraña y como traída de los cabellos, por lo menos, en estas latitudes. Por aquí siempre -por lo menos desde que yo tengo memoria- se dijo la maratón”.
Alguna razón debe de tener este articulista al asegurar el antiguo uso generalizado del femenino en Argentina (y otros países cercanos), cuando en el Estadio Nacional de Chile existe la Puerta de la Maratón o cuando ya lo encontramos en una revista de 1931:
...”marchando como esos competidores de la Maratón que calculan sus metros tenazmente.”
(Eduardo Mallea, "Sumersión", Revista Sur, Buenos Aires, 1931).
Es cierto que cuando apareció la primera vez en el Suplemento del Diccionario de la Real Academia Española de 1970, maratón figuraba como masculino en sus dos acepciones., y así se mantuvo en el Diccionario Usual de 1984, pero en las ediciones del Diccionario Manual de ese mismo año y de 1989 ya se indicaba que, con el significado de ‘otras competiciones deportivas de resistencia, y actividades duras y prolongadas’ también se usaba como femenino. A partir del Diccionario Usual de 1992, se considera sustantivo masculino en sus tres acepciones, pero con la marca en todas ellas de que también se usa en femenino.
En el Diccionario Panhispánico de Dudas la RAE da por válido el extendido uso de maratón en femenino.
Otros diccionarios, que no pueden considerarse normativos, mantienen diferentes criterios: género ambiguo si se refiere a la carrera y masculino si se refiere a la actividad intensa y prolongada (María Moliner); ambiguo para la carrera y otras competiciones duras y de resistencia y masculino para la actividad desarrollada en una sola sesión o en menos tiempo del necesario (Clave) masculino para la carrera y masculino o femenino para otras competiciones y actividades duras y prolongadas (Alkona)

Nosotros hemos tratado de averiguar si un uso predomina sobre el otro y, aunque el método no se pueda considerar científico, los resultados obtenidos muestran que el femenino se uso lo mismo que el masculino:
Hemos buscado en Internet (con Google, el 11 de agosto del 2009), páginas en español con los sintagmas exactos de “el maratón” y “un maratón”, y hemos encontrado 392.000 páginas (249.000+143.000); después hemos hecho lo mismo con los sintagamas exactos “la maratón” y “una maratón”, y hemos encontrado 355.000 (257.000+98.000)
Cuando hemos buscado estos mismos cuatro sintagmas en el CREA, (base de datos de la Real Academia Española que incluye textos escritos y orales de todos los países de habla hispana desde 1975 hasta 2004) los resultados han sido: 117 documentos (69+48) en los que se emplea el sustantivo en masculino y 81 documentos (57+24) en los que aparece en femenino.
Si el masculino es un poco más frecuente, creemos que se debe a la presión académica (no solo de la RAE, sino también de la escuela). Cuando, en un mismo texto, encontramos vacilaciones entre ambas formas, podemos deducir que la forma espontánea del hablante es la femenina, aunque en ocasiones la corrija para adaptarse a la preferencia normativa:
“Pero no se trataba solamente de una especie de maratón erótica en la cual estuviéramos lanzados como hacia un solo objetivo. [...] ... nos dormimos abrazados, cansados, furiosos, lastimados, después de un maratón de reproches inútiles, injustos, violentos, despiadados,...”
(Pancho Oddone, “Guerra Privada”, Paraguay, 1994)

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Bikini: origen y fecundidad de la palabra

¿Por qué se llama biquini o bikini al traje de baño de dos piezas? El origen de la palabra está en el nombre de un atolón situado en las Islas Marshall, en el Océano Pacífico.

Este tipo de traje de baño fue diseñado en 1946 por el ingeniero Louis Réard, quien se encontró con que ninguna maniquí de París quiso presentarlo porque consideraban que era indecente vestirse con él. Para su presentación, el 5 de julio de 1946, Réard tuvo que recurrir a una bailarina de striptease del Casino de París, Micheline Bernardini.
En esos días, los periódicos de todo el mundo hablaban del atolón Bikini, que los norteamericanos habían destruido parcialmente el 1 de julio de 1946, al lanzar sobre él una bomba atómica durante unos ensayos nucleares. Parece ser que Micheline Bernardini, con el desparpajo que se les supone a las bailarinas de striptease, le dijo al creador de la prenda: "Señor Réard, su bañador va a ser más explosivo que la bomba de bikini".

Poco antes, otro modista francés, Jacques Heim, había llamado el átomo a un bañador parecido; con este nombre hacía referencia a su reducido tamaño y se aprovechaba de la atención que recibía, en esos momentos, todo lo relacionado con la energía nuclear y las bombas atómicas.
En la palabra bikini no sólo estaba la idea de ‘bomba atómica’ y ‘explosión’ de entusiasmo que se suponía en quien viera a una mujer así vestida; también tenía connotaciones de ‘islas y mares exóticos’ o de ‘lugar prohibido’ (se había expulsado del atolón a la población indígena para realizar los ensayos nucleares).

Pero el éxito definitivo del nombre se debió en gran parte a la forma de la palabra. Si muchas palabras empiezan por bi- porque en su significado está la idea de ‘dos’ (biplano, bípedo, bilabial, bivalvo, bilingüe, etc.)bikini debía de significar ‘un bañador de dos piezas de tela, de dos kinis’. De acuerdo con esta etimología popular (y comercial), a partir del falso lexema kini, se han generado neologismos para denominar nuevas prendas de baño.

Monokini (mono, ‘uno’):
En 1964, Rudi Gernreich crea el monokini, que en principio era un tipo de bañador sostenido por dos tirantes, pero que dejaba al descubierto los senos de la mujer. Esta prenda sólo fue posible después de que fuera aceptado y se popularizara el uso del bikini gracias a actrices como Brigitte Bardot (“Y Dios creó a la mujer”, 1956) y Ursula Andress (“Doctor No”, 1962) o a la canción de Brian Hyland (“Itsy bitsy teenie weenie yellow polka dot bikini”, 1960). Posteriormente se ha llamado monokini a la parte inferior del bikini, cuando no va acompañada de la superior.

Trikini (tri, ‘tres’):
Es un tipo de bañador que apareció en los años setenta y cuya característica es que las dos partes del bikini se unen en la parte del abdomen mediante otra pieza del mismo tejido, de otro material o una combinación de ambos que le dan apariencia de un traje de baño entero.

Tankini (del inglés tank, ‘tanque, depósito’):
Bañador de dos piezas en el que la parte superior llega hasta la cintura.

Bandini (del inglés band, ‘banda, faja’):
Similar al anterior, cuya parte superior es una banda que ciñe el busto.

Burkini (del árabe burka ‘prenda usada en Afganistán, que cubre totalmente a la mujer’):
Ha aparecido recientemente y es un bañador, destinado a las mujeres musulmanas, que se compone de pantalón largo, vestido y capucha, por lo que sólo deja a la vista las manos, los pies y parte de la cara.

Mankini (del inglés man, ‘hombre’):
Está basado en el modelo que usaba el personaje de la película “Borat” (2006) que era un bañador ajustado sujeto con tirantes en los hombros.
¿Como debe escribirse: bikini o biquini?
El Diccionario de la Real Academia Española recoge las dos grafías, y bikini remite a biquini, por lo que parece preferir esta forma. En el Diccionario de Uso de María Moliner bikini es “variante ortográfica de biquini”, en donde sí se da la definición. Por el contrario, el Dicc. Panhispánico de Dudas de la RAE y la Fundación del Español Urgente recomiendan la forma con k, por ser la etimológica y la más usada en el mundo hispánico.

¿Bikini es masculino o femenino?
En general, biquini, y sus derivados, son palabras mascuilinas, pero en Argentina se usa como femenino.

Otro significado de bikini:
En la región de Cataluña, se llama bikini a un emparedado de pan de molde tostado con jamón cocido y queso, porque fue una sala de baile de Barcelona, llamada Bikini (también por el atolón del Pacífico y las bombas atomicas) la que en los años cincuenta del siglo XX popularizó este tipo de bocadillo.

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Arabismos en el español de la agricultura y la jardinería

El castellano conserva numerosos arabismos léxicos en el ámbito de la agricultura y la jardinería. Aunque algunos de estos arabismos tienen relación con la agricultura de secano, la mayor parte se refiere a los productos de regadío y a todo lo relacionado con el riego.

En la época romana se había desarrollado la agricultura extensiva, con la introducción del arado romano y, los árabes no aportaron demasiadas novedades, por lo que se siguieron empleando los términos latinos. Con nuevas técnicas de aprovechamiento del agua, los árabes desarrollaron la agricultura de regadío, que favoreció la introducción o desarrollo de cultivos de frutales y hortalizas que necesitaban agua.

Las novedades en los trabajos y productos agrícolas se reflejaron en novedades léxicas que el castellano fue adoptando.

Referidos a la organización del terreno agrícola tenemos los términos bancal, baldío, y acirate((‘loma que sirve de lindero’ o ‘senda que separa dos hileras de árboles’).

Relacionados con todo lo que supone aprovechar la escasa agua para regar los campos: la noria y el azud sacan el agua del subsuelo o los ríos; se almacena en alberca y aljibes; se distribuye por arcaduces y acequias y se reparte entre los agricultores en alemas (en Navarra, ‘porción de agua repartida por turno’) o adores (en Aragón, ‘tiempo señalado para el riego’), aunque mediante acirates (‘caballones, lomos de tierra para contener o dirigir el agua de riego’) pueden jaricar (en Murcia, ‘reunir en un mismo cauce las hilas de agua de varios propietarios, para regar cada uno de ellos con el total de agua durante el tiempo proporcionado a la cantidad de ella que ha aportado al caudal común’).

Los agricultores acollan el pie de las vides y cavan alcorques al pie de los árboles, algunos de ellos con nombre árabe: naranjo, alcornoque, algarrobo, acebuche (‘olivo silvestre’), alerce (‘árbol similar al cedro’).
Frutos de árbol son las aceitunas, que producen aceite, los albaricoques, los limones, las azufaifas, las algarrobas, las bellotas, las limas y las naranjas, cuya flor es el perfumado azahar.

En los campos y huertas regadas se cultivaban hortalizas y frutas: alcachofas, berenjenas, espinacas, acelgas, zanahorias, alcaraveas o chirivíasalubias, sandías o arroz; condimentos: azafrán, y ajonjolí; plantas forrajeras: alfalfa y altramuces. Los árabes introdujeron en la Península el cultivo del algodón y la palabra que denominaba la planta. Otros productos que se quedaron con el nombre dado por los árabes fueron la cúrcuma y el alazor.

Los términos árabes también llegaron, más escasamente, a los terrenos de secano: se denominó alcacer al lugar sembrado de cebada y a la misma cebada cuando está verde y en tallo. A la típica flor que crece en los sembrados de cereales se la llamó ababol o amapola (palabras formadas por mixtura de elementos latinos y árabes). Incluso para algunas plantas silvestres, como la jara, la atocha y la retama, empleamos nombres arábigos.

La jardinería, una forma especial de agricultura con fines ornamentales tuvo un enorme desarrollo en la cultura árabe, gracias al aprovechamiento del agua. Llegaron nuevas plantas y flores, con su nombre árabe, y otras plantas con nombre latino adoptaran el nuevo que les daban quienes las cuidaban en los jardines. Por esta razón abundan los arabismos en el campo de la jardinería: arriate, adelfa, ajenuz (‘arañuela’), albahaca, alhelí, alhucema (‘espliego’), arrayán, azucena, jazmín, nenúfar...

Clima y climax

Clima se refiere al ‘conjunto de condiciones y fenómenos atmosféricos propios de una región geográfica’ o al ‘ambiente, condiciones o circunstancias que rodean una situación’. Aunque durante siglos hubo vacilación en cuanto a su género, actualmente sólo se usa como masculino.
Clímax es una palabra masculina cuando tiene el significado de ‘gradación’ o ‘punto más alto, culminación de un proceso o gradación retórica ascendente’. Pero, como tecnicismo de la Botánica, es femenino y significa ‘estado óptimo de una comunidad biológica, dadas las condiciones del ambiente’:

Debe evitarse el error frecuente de emplear clímax en lugar de clima con el sentido de ‘ambiente’:

“En el Banco cundía de nuevo un clímax angustioso” (Mercedes Salisachs, La gangrena, 1975)

Recorramos la historia de estas palabras:

Clima procede del griego κλiμα, ‘inclinación del sol’. Los geógrafos de la Grecia Antigua recurrieron al término clima para explicar las diferencias de ocupación humana en la Tierra y dividieron el mundo habitado (oikumene) en climas (siete para Erastótenes y Ptolomeo, once para Hiparco y Estrabón), delimitados por dos paralelos al Ecuador y definidos por una diferencia de media hora en la duración del día más largo del año (el del solsticio de verano). Puesto que las diferencias de latitud, insolación y duración del día implican diferencias en las condiciones y fenómenos atmosféricos, desde los textos clásicos fue frecuente emplear clima con el doble sentido de latitud y ambiente atmosférico:

“La falta del viento Norte durante todo el invierno fue la causa del clima tan templado que se enseñoreó de España, y muy especialmente de nuestra Andalucía”. “Como Córdoba está situada en el « cuarto clima », ocupa un punto medio, por lo que su temperatura es templada”. (Juan Ginés de Sepúlveda, Epistolario, 1532)

Durante la Edad Media se mantuvo la división geográfica basada en climas, tanto para los cristianos como para los musulmanes. Pero estos últimos añadieron nuevos valores al término:
Por la idea de territorio, dio nombre a las divisiones administrativas o provincias, hasta llegar a significar ‘país o región’:

“Ni era menester esso para que padeciesse tan grande estrago un exército licencioso en clima tan forastero”. (Benito Jerónimo Feijoo, Teatro crítico universal, 1729)

De acuerdo con antiguas creencias persas, los siete climas se correspondían con los siete planetas, y sus habitantes recibían su influencia astrológica:

“Los del segundo clima, que se atribuye a Júpiter, y pasa por Siene, ciudad de Egipto, religiosos, graves, honestos y sabios. Los del tercero, sujeto a Marte, que pasa por Alexandría, inquietos y belicosos.” (Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político cristiano, 1616)

Costumbre o condición natural del carácter de las gentes por influencia del clima (alegres quienes vivían en climas cálidos y tristes los de climas fríos):

“...por abreviar concluiré con lo que refiere Volaterrano que las treinta y dos hermanas de Albina hija del rey (...) mataron a sus maridos como cosa que lo tenían por clima”. (Pedro Mariño de Lobera, Crónica del Reino de Chile, s. XVI)
“No menor cuidado ha menester la juventud para que salga acertada, y principalmente en aquellas provincias donde la disposición del clima cría grandes ingenios y corazones”. (Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político cristiano, 1616)

Al final de la Edad Moderna, tras la revisión por Varenio de las diferentes teorías de división de la Tierra desde la Antigüedad y con la aparición de instrumental meteorológico que facilitó el desarrollo de la Climatología, decayó el uso de clima como división geográfica y se generalizó con el sentido de conjunto de condiciones atmosféricas de un lugar.
A partir del siglo XX, añadió el significado de ‘ambiente’, ‘conjunto de condiciones que caracterizan una situación o circunstancias que rodean a una persona’, aunque el DRAE no lo recogió hasta su edición de 1970:

“Pero la más grave falta que cometen nuestros legados culturales consiste, a mi entender, en ignorar la especial significación que toman ciertos conceptos y actitudes al cambiar de clima político”. (Julio Casares, Crítica efímera, 1919 - 1923)

Clímax, del griego κλíμαξ, ‘escala’, se refería en los tratados de Retórica a la gradación:

“Clímax, en griego, que Hermógenes llamó climacotón; (...) Cornificio, gradatio(718), que quiere decir gradería; i Julio Aquila, ascensus, esto es, subida, es una manera de hablar, en que la palabra que se repite sirve para enlazar otra que se ha de repetir, formando assí como una cadena de palabras eslavonadas unas con otras”. (Gregorio Mayans y Siscar, Rethorica, 1740)
“Este grito, esta subida de temperatura efectiva es el final de la escala, del clímax. El corazón del contemplador ha rebosado”. (Dámaso Alonso, Poesía española, 1950)

Dentro de la misma Retórica, se especializó en significar ‘el término más alto de esa gradación’ y el ‘momento culminante de una poesía, obra de teatro, novela, película, etc., cuando la trama alcanza el momento de máxima tensión narrativa o emocional:

“...en obras como Medea (431 a.c.), la trama se desarrolla sin obstáculos hasta alcanzar su clímax devastador”. (Enciclopedia Encarta, “Eurípides”)

A la lengua general pasó con el sentido de ‘punto más alto o culminación de un proceso’, sinónimo del ya estudiado “punto álgido”:

“Afortunadamente, ese estado de bilingüismo no había de durar por mucho tiempo. Los trabajos separatistas llegaban a su clímax. El 16 de enero de 1844 se lanza el reto al dominador.” (Emilio Rodríguez Demorizi, Vicisitudes de la lengua española en Santo Domingo, 1943)

Como una variante de ese punto culminante se usa para referirse al ‘momento de máxima excitación sexual, inmediatamente anterior al orgasmo’:

"Mi amor - le dije -, en la mayor parte de los casos, probablemente en todos, uno mismo es el que se niega el derecho a llegar al clímax y como consecuencia al orgasmo". (Pancho Oddone, Guerra Privada, 1994)

La Botánica ha tomado el término en género femenino con el significado de ‘estado óptimo de una comunidad biológica, dadas las condiciones del ambiente’:

“Por otra parte, al contemplar el bosque tropical, le parecía ‘un equilibrio de vida’, con sus asociaciones de plantas en dura competencia, hasta llegar a la armonía, símil de nuestras actuales clímax.” (Salvador Rivas Goday, En el centenario de Humboldt, 1959)
“...la vegetación, (...) tiende a alcanzar una fisonomía o tipo de asociación vegetal estabilizada y en equilibrio con el ambiente. Este máximo de adaptación biológica se denomina clímax (esto es, escala, término), que ha de considerarse, pues, como la meta de una evolución”. (Tomás Pérez Sáenz, Geografía agrícola de España, 1960)

Quizá este significado, definido en función del ambiente ecológico y con prestigio científico, haya influido en el mal uso pedante de esta palabra como sustituto del frecuente y normal clima, que tiene una significación más extensa.

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Disfrutemos de la palabra libido, sin errores.

>
No debe confundirse el sustantivo libido con el adjetivo lívido.

A menudo,“libido ‘deseo sexual’ aparece escrito como *líbido o *lívido (con acentuación esdrújula y error ortográfico por influencia del adjetivo lívido, ‘amoratado’ o ‘pálido’). Otro error muy frecuente es considerarlo un sustantivo masculino, por su terminación en –o. Y en internet hemos encontrado ejemplos de *líbida o *lívida escritos por alguien que es consciente del género femenino del sustantivo, pero no encuentra sentido a la terminación en –o.

Como hemos visto en otras ocasiones (con álgido o lívido), estos errores son frecuentes cuando palabras procedentes de lenguajes especializados se generalizan en la lengua común. Libido es un latinismo (libīdo,- īnis) que conserva el género femenino, la acentuación llana y la b etimológica.

En latín, libido no se refería sólo al ‘deseo carnal’ o a la ‘lujuria’, sino a cualquier ‘deseo o ansia’ e, incluso, a ‘capricho o antojo’:
“es libidinosus quien faze lo que le mas agrada. & libido es cobdicia que satisfaze. aquel quier appetito dela voluntad”. (Alfonso de Palencia, Universal vocabulario en latín y en romance, 1490)
Con el sentido de deseo intenso, pero jugando con la referencia pecaminosa lo utiliza Ramón Pérez de Ayala:
“Los dos estaban aquejados de libido sciendi, concupiscencia de saber, lujuria científica”. (Belarmino y Apolonio, 1921)
En castellano, lujuria fue el término elegido para definir el deseo sexual, por su consideración generalmente pecaminosa y, hasta la aparición del psicoanálisis, la palabra libido sólo se encontraba en textos o traducciones latinas o como puro latinismo que necesitaba ser explicado:
“...así commo dize Çíçero: Ex hac parte honestas, illic turpitudo; hinc continencia, illinc libido (...) Esto quiere dezir: "D'esta parte honestad, de allende torpedat o laydeza; de aquende continençia, de allende luxuria...” Las Etimologías romanceadas de San Isidoro, Anónimo, 1450)
“...respecto de toda la persona en los niños es concupiscibilidad, y en los ya crescidos concupiscencia, y, cuando ya inclina a la mala obra, se llama libido, que es delectación de la carne”. (Juan de Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, 1589)
Freud introdujo el término latino libido para referirse a "aquella fuerza o energía con que se manifiesta el instinto sexual, análogamente a como en el hambre se exterioriza el instinto de absorción de alimentos" (Introducción al Psicoanálisis) y designa todos los deseos, necesidades y aspiraciones que tienden a satisfacer el instinto sexual. Luis López Ballesteros, que fue el primero en traducir, entre 1922 y 1930, las Obras Completas de Freud, mantuvo el término libido porque lujuria estaba cargada de peyorativos tintes morales, que no podía asumir el nuevo concepto especializado. Un arqueólogo de la la lengua, hubiera podido rescatar libídine.

A la difusión del término libido en la lengua española y del nuevo concepto a él asociado, contribuyeron decisivamente el doctor Gregorio Marañón (Ensayos sobre la vida sexual, 1919-29; Climaterio de la mujer y el hombre, 1919-36 y Manual de diagnóstico etiológico, 1943) y, más tarde, el psiquiatra López Ibor.

El Diccionario de la Real Academia Española incluyó por primera vez el término en su edición de 1956, como propio de la Medicina y la Psicología, ‘el deseo sexual considerado por algunos autores como impulso y raíz de las más varias manifestaciones de la actividad psíquica’. Otros diccionarios simplifican la definición a ‘deseo sexual’.Actualmente, la divulgación científica, una mayor libertad para hablar sobre el sexo y el habla presuntuosa de muchos han contribuido a que la palabra libido haya sobrepasado los límites del lenguaje especializado y muchos hablantes con formación insuficiente cometan los errores que detallábamos al principio.

Siempre nos quedará la posibilidad de aprovechar el resbaladizo terreno en que se mueven los parónimos para juegos literarios:
“Ahí en medio está el asunto, aclarado por los libros de patología moderna, ayudado por la larga teoría de los deseos insatisfechos, iluminado con la luz lívida de la libido aclarada”. (R. Gómez de la Serna, Automoribundia, 1948).
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Significado de lívido: de morado a pálido.

El adjetivo lívido es una de esas palabras que han adquirido un significado muy diferente al original. En el último Diccionario de la Real Academia Española se recogen dos acepciones: 1- amoratado. 2- Intensamente pálido.
Etimológicamente, procede del latín lividus ‘azulado negruzco, violáceo’; y con este significado lo incluyó la Academia en su Diccionario, en 1803. El sentido de ‘intensamente pálido’ apareció por primera vez en el diccionario académico en la edición de 1984.
¿Por qué “lívido” adquirió el significado de ‘intensamente pálido’?

Los primeros ejemplos recogidos por el CORDE de la Real Academia Española tienen el significado 'amoratado', porque pertenecen a textos médicos, y se debe a la Medicina la introducción del término, procedente del latín, para definir con precisión un color:

"Pero si los bubones mostraren color lívido, negro o de diversos colores, y estiomenoso no hay que gastar tiempo en abrirle ni con lanceta ni con fuego o causto, sino luego, al punto, sajarle profundamente alrededor y por todas partes, lavándole con agua y sal y poniéndole las medicinas que con más eficacia desequen (...)” (Luis Mercado, Libro de la peste, 1599).
“Y por lo que mira al color, el lívido, o cárdeno, o aplomado, también se observa en los que tienen alguna entraña principal viciada, aunque no muy próximos a la muerte”. (Benito Jerónimo Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, vol. 3 , 1750).

Aunque lívido también se tomó para definir colores en otros campos semánticos (p. ej.: el color que adquiere el cielo en algunos crepúsculos), la mayoría de las veces que aparecía era en situaciones relacionadas con la muerte, próxima (“el bubón lívido o negro, a pocos perdona en constituciones peligrosas, y si alguno se ha de escapar, se echará de ver luego”, Manuel de Escobar, Tratado de la esencia, causa y curación de los bubones y carbuncos pestilentes, 1600) o reciente (Las livideces cadavéricas son un fenómeno general que empiezan a formarse poco después de la muerte y aumentan paulatinamente de color y extensión).

Por otra parte, la muerte suele representarse por un descolorido esqueleto o calavera, y simbólicamente se la ha relacionado con lo pálido y blanco (la luna, la guadaña, la espada, las armas blancas en general). Son abundantes las referencias a “la pálida muerte”:

"Por sus calles la pálida muerte con el hambre rabiosa vagaba" (Cristóbal de Beña, 1813). "...trocándole el curso de la suerte, por rubio oro le dió pálida muerte". (Bernardo de Balbuena, 1624). “Pues la pálida muerte pisa con pies iguales chozas de humilde suerte y palacios reales.” (L. Fernández de Moratín). “La causa por el efecto, ó este por aquella. (...) puedes decir pálida muerte,(...) porque la palidez es un efecto de la muerte”. (Juan Francisco Masdeu, 1801).

No fue difícil relacionar la palidez y el adjetivo lívido, cuando éste solía aparecer en el contexto de la muerte y ésta se representa pálida y descolorida. A la confusión contribuyó el que a menudo apareciese en textos donde coincidían referencias a lo morado y a lo pálido:

“nuestro primer padre Adán (...) no sabia él qué cosa era muerte, no tenia della experiencia, hasta que vió al inocente Abel, hijuelo suyo, muerto á las manos del fratricida y maldito Cain, tendido, en el suelo, quebrados los ojos, el rosicler de su hermoso rostro vuelto en pálido y aberengenado y lívido color, sin mover miembro alguno y sin aliento(...)” (Jerónimo Alcalá Yáñez y Ribera, El donado hablador Alonso, mozo de muchos amos, España, 1626)

Al referirse ambos significados al color, es prácticamente imposible que puedan sobrevivir los dos en la lengua común, porque se producen ambigüedades semánticas que el contexto no puede resolver. Su empleo tiene que ir acompañado de una aclaración, porque un mismo autor, en la misma obra, puede emplearlo en las dos acepciones:

“muestra cierto color sanguinolento, tirando a lívido, que no falta sino raras veces en el reverso”; “perdiendo el color, se pone lívido o de una palidez cadavérica”. (Pío Font Quer, Plantas Medicinales. El Dioscórides Renovado, 1962).

El uso general, se ha decantado por el sentido de ‘intensamente pálido’, apoyado por la tendencia de nuestra lengua a asociar las palabras esdrújulas a los conceptos superlativos, y el original ‘amoratado’ ha quedado reducido a textos literarios o traducciones del inglés en el que livid conserva el significado original. En francés, livide ha sufrido el mismo proceso que en castellano, y el Dicctionaire de la Académie Française proporciona dos acepciones: ‘de color plomizo, azulado y que tiende al negro’ y, “como impropia, pero que ha llegado a ser de uso general”, ‘de palidez extrema’.
Tal es la fuerza del uso general que el lenguaje científico de la medicina (a quien se debe la introducción del latinismo en las lenguas modernas) ha empezado a considerar inservible el adjetivo lívido, por su doble significado, y prefiere “livor mortis” a livideces cadavéricas, y “ciánico” a lívido.

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Parafernalia: significado, etimología y evolución de la palabra.

Parafernalia, en español, significa el ‘conjunto de usos habituales en determinados actos o ceremonias, y de objetos que en ellos se emplean’ (DRAE, 2001, con la nota de que se usa más en sentido irónico) ‘conjunto de ritos y detalles que dan solemnidad u ostentación a un acto’ (Diccionario de Uso de María Moliner) ‘conjunto aparatoso de elementos rituales o decorativos que rodean un acto o a una persona’ (Diccionario del español actual) o ‘lo que rodea a algo, haciéndolo ostentoso, llamativo o solemne.’ (Diccionario Clave).
Así, por ejemplo, la parafernalia de una boda sería todo lo accesorio al simple hecho de casarse en la iglesia o el juzgado: los trajes elegantes de los invitados, los mismos invitados, el coro contratado para la ceremonia, los coches elegantes que transportan a los novios, la recepción de los invitados en el restaurante, el convite, etc.

Pero en inglés la definición es más amplia: se refiere tanto a ‘los usos y cosas utilizadas en un acto o ceremonia, pero que se consideran accesorias’ (similar al uso en español) como a un ‘conjunto de objetos que está relacionado con una actividad determinada o que pertenecen a alguien’.

La etimología de la palabra procede del griego (παράφερνα, compuesta de παρά, pará ‘junto a, al margen de’ y φερνα, ferna ‘dote matrimonial’) y, en la Roma Antigua, parafernalia (plural neutro del adjetivo parafernal, -alis) sirvió para referirse a los bienes que la mujer conservaba como propios después del matrimonio (parafernalia bona), en oposición a los bienes dotales, que eran los aportados en la dote.
En la dote solían estar incluidos los bienes más importantes, de forma que los bienes parafernales, en la mayoría de los casos, serían muy variados y de menor valor. En las leyes inglesas y escocesas, hasta la Ley de Propiedad de las Mujeres Casadas de 1870 (Married Women's Property Acts), parafernalia se refería expresamente a las pertenencias personales de una esposa como la ropa y la joyería, porque el resto de sus bienes (cualquier retribución dineraria, propiedad e incluso herencia) pasaban al marido en el momento de casarse. Seguramente por la asociación con las pequeñas pertenencias personales, en el inglés del siglo XVIII, la palabra fue tomando el sentido de ‘conjunto de muchas y variadas cosas accesorias a lo fundamental’.

En nuestra lengua el uso de parafernalia fue poco frecuente, hasta los años setenta del siglo XX, y se limitaba a significar ‘conjunto de ritos o de instrumentos que rodean determinados actos o ceremonias’, que la Academia recogería más tarde en la edición de 1989 de su Diccionario:
"Mi general recibió a sus candidatos al préstamo forzoso con el ceremonial y parafernalia de semejantes casos. Estaba en pie, detrás de su mesita de campaña: abotonado hasta el cuello el chaquetín; afeitado con esmero; vueltas hacia arriba, a lo Káiser, las agudas guías de sus bigotes, y abombado el pecho...” (Martín Luis Guzmán El águila y la serpiente México, 1926-1928)
“Al final hay un gran fin de fiesta por toda la compañía con abundante repartición de medallas, saludos militares, himnos, etc. El comentarista confiesa que en el cine toda esta parafernalia de los militares lo ha dejado siempre frío y con cierta sensación de fastidio y aburrimiento”. (Néstor Almendros, Cinemanía, España, 1947 a.1975)
A partir de entonces, y por influencia del inglés, el empleo se hizo mucho más frecuente; y no sólo con el significado aceptado por la Academia, sino también con el de ‘conjunto de objetos relacionados con una actividad’:
“Para este montaje de campaña se necesitaban cuatro vehículos y un pequeño autobús. Obviamente todos ellos convenientemente engalanados con carteles, banderas y parafernalia electoral” (Julio Feo, Aquellos años, España, 1993)
“Apenas llegó ante Numancia, Escipión purgó al ejército de prostitutas, afeminados, procuradores y adivinos, y ordenó a los soldados vender toda parafernalia excesiva y limitarse a una olla de cobre y un plato y a no comer nada, excepto carne hervida”. (Carlos Fuentes, El espejo enterrado, México, 1992)
La Fundación del Español Urgente recomienda, con este uso, utilizar los términos españoles utillaje, utensilios, adminículos, etc. Por su parte, Fernando Lázaro Carreter, en su libro El dardo en la palabra no lo censura, porque cree que aporta un significado del que estas palabras españolas carecen, aunque (con cierto sentido purista) se comprometía a no utilizarlo.
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Modista o modisto

El caso de esta palabra es excepcional entre las terminadas en –ista que definen oficios, porque, en general, son sustantivos con forma común para los dos géneros. Las palabras artista, ascensorista, comentarista, dentista, electricista, economista, futbolista, pianista... designan tanto al hombre como a la mujer que desempeñan esos oficios. Sólo por provocación o broma se han utilizado falsas formas masculinas terminadas en –o.

Modista significaba ‘el que observa y sigue demasiadamente las modas’; pero también, y mucho antes de que la Academia incluyera la acepción en su Diccionario de 1803, ‘el que hace las modas o tiene tienda de ellas’. En posteriores ediciones se añade la apostilla de que el uso más común es “terminación femenina” (1817), o “género femenino” (1822 – 1852). Este uso más frecuente del femenino se debía a que era un oficio desempeñado generalmente por mujeres. Por otra parte, tenía escasa valoración social, porque lo ocupaban personas de de modesta condición.


Con la prosperidad económica de la segunda mitad del siglo XIX, el vestido de la mujer adquiere una mayor complejidad y, entre la burguesía, el vestuario de las mujeres se convierte en símbolo del estatus familiar por lo que el gasto en ropa aumenta. El oficio de modista podía convertirse en un gran negocio y hay hombres que entran en él. En 1858, el inglés Charles Frederick Worth abrió en París lo que puede considerarse la primera casa de alta costura (maison couture) y adquirió gran fama por vestir a Victoria Eugenia, esposa de Napoleón III y ser el primero en preparar cada año un colección de vestidos que firmaba como si se tratara de obras de arte. Era él quien proponía los modelos para que las mujeres los encargaran; hasta entonces, la costumbre de las modistas era acordar con cada clienta el diseño de su vestido. Para él se acuñó, en francés, el termino couturier, 'costurero', para diferenciarlo de quien sólo cosía, tailleur.
A partir de aquí, también en España se empezó a utilizar el masculino modisto, para evitar confundir a estos varones de pretensiones artísticas con las tradicionales modistas. En los primeros ejemplos obtenidos del CORDE, la forma modisto suele asociarse a una superior calidad en los trabajosy a la influencia francesa. Se habla del “modisto francés”; de “los vestidos firmados por un buen modisto”; del “modisto herido en su infalibilidad” que espera no necesitar gran esfuerzo para encontrar algo delicioso; y las cuentas por sus trabajos son tan altas que estremecen a los maridos.
Los Diccionarios de la Real Academia Española, durante la segunda mitad del s. XIX (entre 1869 y 1899) aún no incluyen la forma modisto, pero delatan su aparición en la lengua porque limitan la definición de modista a ‘la mujer que corta y hace los vestidos y adornos elegantes de las señoras, y la que tiene tienda de modas’. Esa referencia a la elegancia, que no existía antes, también delata una mayor consideración social del oficio. La lengua recurre a la creación de un diminutivo lexicalizado, modistilla (sin forma en masculino), que ‘suele decirse de las [modistas] de menos valer en su arte y de las oficialas y aprendizas’.

Aunque modista sigue evocando un trabajo propio de mujeres modestas (“el humilde estado de modista”; “la modista se forma trabajando con otra ó por su gran disposicion natural”) la condición de modistilla es inferior: se las compara con “las nocturnas paseantas” o las coristas; se enamoran de horteras y se considera ridículo “hacer una irrisoria Beatrice con los materiales de una modistilla”.
Los Diccionarios Manuales de 1927 y 1950, incluyen modisto como ‘neologismo por modista en género masculino’, pero no aparece en el Diccionario Usual de la RAE hasta 1984. En las últimas ediciones reserva la palabra para referirse al ‘hombre que tiene por oficio hacer prendas de vestir’, mientras que “modista” designa la “persona” (sin distinguir entre hombre o mujer).

El reconocimiento por parte de la Academia del masculino anómalo modisto responde a un uso asentado, pero innecesario desde el punto de vista lingüístico, ya que modista admite (como periodista, artista, electricista) la doble moción genérica: el modista, la modista. La verdadera razón es que el masculino se asocia a un mayor valor profesional y social. Esta es la razón por la que puede aplicarse incluso a una mujer: en la novela Jarrapellejos de Felipe Trigo, la mujer que se hacía llamar L'Or du Rhin, porque era rubia y en recuerdo del oro de su traje, afirmaba que era el “maniquí de una gran modisto dedicada a lanzar modas”.

El Diccionario de Sinónimos Signum evidencia la distinta valoración del oficio en función de la terminación en masculino (modisto: diseñador, creador) o femenino (modista: costurera, sastra, oficiala).

No deja de ser curioso que se haya formado una forma masculina para este oficio, donde es frecuente la presencia de homosexuales declarados y no para otros donde el estereotipo es marcadamente masculino (futbolista, electricista, ebanista, etc). La lengua popular ha detectado esta aparente contradicción y con ha creado el aumentativo despectivo modistón para referirse a los modistas que exhiben su homosexualidad como aval de buen gusto y elegancia. En Internet, encontramos dos ejemplos: “Si los modistones, fueran normales y limpios, seria otra cosa, pero estos maricuecas y snifomanos (...) con sus fantasías son directamente responsables de que estas chicas (...) se vuelvan cadavéricas para poder “lucir” los modelos top (...) Responsabilicemos a los lagerfelds, los diors, los chanels, los versaces y otros “genios” maricuecas” (César Hildebrant, 17-3-09) “El papel de "modistón amanerado" que muestra en la telenovela "La fea más bella", Sergio Mayer, no tiene nada que ver con la verdadera personalidad del actor (...), luciendo varonil ciento por ciento” (Washington Hispano, 17-3-09)

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Significados de adefesio

Actualmente la palabra adefesio define lo que es extravagante, ridículo o muy feo, pero originariamente se refería a hablar inútilmente o decir algo sin provecho, y más tarde a los despropósitos o disparates que se podían decir.
Esta primera asociación a verbos de habla tiene su explicación en el origen de la palabra, que está en el título de la Epístola ad Ephesios de San Pablo, aunque la forma en que alude a él no resulta tan clara: mientras que la Academia, en su Diccionario, afirma que alude a las penalidades que pasó el santo en Éfeso durante su predicación, Gonzalo Correas lo relaciona con la inutilidad y el despropósito (entendido como ‘inconveniente’) de su predicación en Éfeso, donde pocos se convirtieron al Cristianismo y los idólatras terminaron expulsándolo de la ciudad:
“Es hablar adefesios. Cuando lo que se habla no es con fruto. Adefesios se corrompió de ad efesios, a los de Efeso, a quien escribió San Pablo, y porque fueron pocos los convertidos a la fe, a causa de la ceguedad que tenían con el insigne templo de Diana y otras hechicerías gentílicas. Dicen acá adefesios cuando se habla con quien no entiende y del mismo que habla sin fruto y a despropósito” (Gonzalo Correas, “Vocabulario de refranes y frases proverbiales”, 1627)
Según esta definición, se trataría originariamente de una expresión adverbial con el significado de ‘inútilmente’ y tendría su correspondencia, tanto formal como semántica, con la más coloquial “hablar a las paredes”, que resulta absurdo por inútil. Con este valor adverbial lo encontramos en el Viaje de Turquía de Cristóbal de Villalón, 1557, anterior al Vocabulario de Correas. (ejemplo 1)
Muy pronto se interpretó la expresión adverbial como objeto directo del verbo que le precedía y tomado por un sustantivo que significaba ‘dicho absurdo o inútil’. (ejemplo 2) Ya convertido en sustantivo, pudo adquirir el significado que también le da Correas: ‘el que habla sin fruto y a despropósito’. El Diccionario Histórico de la Real Academia considera que también se ha utilizado como adjetivo, con el significado de ‘extravagante’. (ejemplo 3)
Aunque la expresión original suponía una crítica tanto para quien hablaba (que no se daba cuenta de la inutilidad de sus palabras) como para los destinatarios (que por desinterés o falta de entendimiento no valoraban la conveniencia de lo dicho), muy pronto se eliminó la connotación negativa referida a éstos y adefesios se centró en la idea de ‘dicho extravagante, ridículo, absurdo, disparatado’. “Responder adefesios” es hacerlo con disparates que no corresponden a lo preguntado, sea por burla o por falta de entendimiento. (ejemplos 4)

Como del dicho al hecho hay poco trecho, la expresión pasó de los verbos de habla a los verbos de acción: se podía pelear, visitar o vestir adefesios, es decir, sin responder a la lógica ni a la conveniencia. (ejemplo 5)

Con el verbo vestir, volvió a tomarse adefesios como un sustantivo, lo cual fue fácil porque ya existía aplicado a lo que se dice y porque vestir y hablar con formas de expresarse que tienen la posibilidad de resultar ridículas o inapropiadas. Los adornos inútiles y los trajes ridículos y extravagantes por no resultar apropiados a la ocasión o estar pasados de moda empezaron a ser llamados adefesios. (ejemplos 6)

De aquí, por un proceso de metonimia, tan frecuente en la lengua española, fue sencillo extender el uso de la palabra para aplicársela despectivamente a la persona que viste de forma ridícula o extravagante. (ejemplos 7)
Con esta idea de fealdad y anormalidad, el uso de adefesio, (aplicado a la persona) no se limitó a señalar su vestuario y amplió su referencia al aspecto físico para designar a las personas muy feas o monstruosas. (ejemplos 8).

Creemos que adefesio significó antes las prendas ridículas que la persona que las usa. Sin embargo, los diccionarios de la Real Academia Española recogieron la acepción de ‘la persona ridícula o extravagantemente vestida’ (1852), antes que la de ‘traje, prenda de vestir o adorno ridículo y extravagante’ (1884). A partir de 1914, la referida a la persona se amplió para referirse a cualquiera de ‘exterior ridículo y extravagante’ (por el vestuario, los adornos o el propio aspecto físico)

En el Banco de Datos de la RAE, la expresión hecho un adefesio aplicada a un persona que resulta ridícula la encontramos por primera vez en obras de Galdós (ejemplos 9). Seguramente este autor la recogió del habla popular, que pudo crearla de forma similar a hecho un eccehomo, expresión mucho más antigua, que salió de la iglesia para aplicarla a la persona herida de aspecto lastimoso. (“Llevara una tunda de azotes que me dejara el maestro hecho un ecce homo”, Narváez de Velilla, Diálogo intitulado el capón, 1597):

El significado ha seguido ampliándose y puede denominarse adefesio a todo lo que resulta muy feo, pero es especialmente frecuente aplicado a obras que pretenden ser artísticas (música, pintura, literatura arquitectura...), pero resultan muy malas o feas. (ejemplos 10)

Derivados de adefesio, algunos diccionarios de la RAE (Dic. Manual de 1983 y 1989), incluyen los barbarismos o vulgarismos adefesiero, adefesieramente y adefesioso que se dan en algunos lugares de América.

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Ejemplos de "adefesio" y "ad efesios"

En esta entrada se reflejan los ejemplos a que se refiere el artículo "Significados de adefesio" y que no incluimos en él para no hacerlo muy farragoso.

1- Expresión adverbial con verbos de habla y el significado de ‘inútilmente’:

“Que es eso hablar adefeseos que ni se ha de hazer nada deso, ni habéis de ser oídos...” (Cristóbal de Villalón, “Viaje de Turquía”, 1557)

2- Sustantivo con el significado de ‘dicho absurdo o inútil’:

“Mendoza: Señor: el mío murió súpito.
Rodrigo: Parece que habéis respondido un gran
adefesio y disparate.
Osorio: Pues, aunque lo parece, no lo es, que a su provecho ha hablado el señor Mendoza.”
(Diálogos de John Minsheu, Anónimo, 1599)

3- Adjetivo con el significado de ‘extravagante':

“Es uno de los consejos adefeseos, como vos decíais denantes” (Cristóbal de Villalón, “Viaje de Turquía”, 1557)

4- Respuesta disparatada por burla o falta de entendimiento:

“...pero los indios, aunque entendían lo que se les decía, daban la respuesta muy adefesios, mofando y burlando de la persuasión y requerimiento que el religioso les decía,...” (Fray Pedro de Aguado, “Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada”, 1573-1581).
“Porque no pocas vezes burlan de aquellos que por responder presto, no entendiendo lo que han oýdo, responden, como dizen, ad
ephesios. Christo Nuestro Redemptor nunca respondía a los pensamientos secretos de los phariseos hasta que ellos descubrían lo que querían”. (Bernardo Pérez de Chinchón, “La lengua de Erasmo nuevamente romançada por muy elegante estilo”, 1533)

5- La expresión adverbial aplicada a verbos de acción:

“Andabatas eran un género de gladiatores que peleaban con los ojos cerrados. Andaban como perros tontos y a ciegas, tropezándose unos con otros, y, digámoslo así, peleando ad ephesios. Los visiteros que no caminan sobre mis reflexiones son unos andariegos ociosos que andan como Andabatas visitando ad ephesios, y a todo trapo”.( Fray Martín Sarmiento, “El porque sí y porque no”, 1772)

6- Con el significado de ‘adornos inútiles y trajes ridículos o extravagantes’:

“[En la construcción de las castañuelas] deberá buscarse (...) algo de rareza y extravagancia. (...) Por esta razón debe ponerse sumo cuidado en que, ó las Castañuelas, ó las cintas, ó el Baylarin á lo menos, tengan algun adefesio, que sorprenda y haga reir á quantos haiga en la sala”. (Fco. Agustín Florencio, “Crotalogía o ciencia de las Castañuelas”, 1792)
“Por supuesto que, para las limeñas de hoy, aquel traje, que fue exclusivo de Lima, no pasa de ser un
adefesio. Lo mismo dirán las que vengan después por ciertas modas de París y por los postizos que ahora privan”. (Ricardo Palma, “Tradiciones peruanas, IV”, 1877)
¿Pues cómo voy a salir a la calle con estos
adefesios de ropa que he traído de mi pueblo? (Pérez Galdós, “Mendizábal”, 1898)

7- Con el significado de ‘persona ridícula o extravagantemente vestida’:

“Con decir que el hábito de las cayetanas era una sotana de clérigo, digo lo bastante para justificar el ridículo que cayó sobre esas benditas. Usaban el pelo recortado a la altura del hombro y llevaban sombrero de castor. Lucían además una cadeneta de acero al cuello y pendiente de ella un corazón, emblema del de Jesús.
Tales prójimas eran en la calle un mamarracho, un reverendo adefesio”. (Ricardo Palma, “Tradiciones peruanas, I”, 1872)
“Oh!, sin pérdida de tiempo había que declarar la guerra a la facha innoble, al vestir sucio y ordinario. Bastantes años llevaba ya de adefesio”. (Pérez Galdós, “Torquemada en la cruz”, 1885)

8- Con el significado de ‘persona muy fea o monstruosa’:

“Pues qué, me digo, ¿soy tan adefesio para que mi padre no tema que, a pesar de mi supuesta santidad, o por mi misma supuesta santidad, no pueda yo enamorar, sin querer, a Pepita?” (Juan Valera, “Pepita Jiménez”, 1874)
“Era que por la puerta del patio había entrado un individuo, feo sobre toda fealdad, un Quasimodo victorhugesco, pero más feo todavía. El "limpia" se dio la vuelta, vio aquel
adefesio y exclamó:
-¡Pero si parece hecho con los recortes de la Maternidad!” (Carlos Fisas, “Historias de la Historia”, 1983)

9- Expresión “hecho un adefesio”:

“¿Cómo habías de consentir que saliera a la calle hecha un adefesio para ponerte en ridículo?...” (Pérez Galdós, “Fortunata y Jacinta”, 1885)
“Jacinta y su marido fueron al comedor, donde le encontraron hecho un
adefesio, cara, manos y vestido llenos de aquella pringue.” (Pérez Galdós, “La de Bringas”, 1884)
“Las hembras en este país son feas, huesudas y desgarbadas, y esto mal que les pese a poetas y miniaturistas que llegaron a idealizarlas. De modo que puede figurarse el lector el desencanto que produce el contemplar a estas desgraciadas llevando sombrero, melena lacia y falda corta. Están hechas unos
adefesios”. (M. Leguineche, “El camino más corto. Una trepidante vuelta al mundo en automóvil”, 1995)

10- Designando obras muy malas o feas que pretenden ser artísticas:

“aquella que te escucha y que te paga los adefesios que tu lira entona”. (Clarín, “Los mitadores de Campoamor”, 1877)
“Resulta de todo un dramón progresista y populachero que no hay quién lo aguante. (...) El plan y desarrollo son abominables, no creo que haya un
adefesio mayor”. (B. Pérez Galdós, “El doctor Centeno”, 1883)
“Las iglesias de esta villa, además de muy sucias, son verdaderos
adefesios como arte” . (Pérez Galdós, “Fortunata y Jacinta”, 1885)
“...algunos sórdidos solares destinados a acoger Dios sabe qué oscuros
adefesios arquitectónicos”. (Sánchez Dragó, “El camino del corazón”, 1990)
“La perspectiva hacia la profundidad de la Avenida Bulnes ha desaparecido tapiada por un
adefesio mazacotudo de cemento, el Altar de la Patria, un ejemplo de estatuomanía” (V. Teitelboim, “En el país prohibido. Sin el permiso de Pinochet”, 1988)


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Durante años, el uso general de álgido ha contradicho la norma académica. Ésta decía que significaba ‘frío’, como la palabra latina de la que procede, pero la mayoría de los hablantes siempre la han empleado para referirse al momento o período ‘culminante o crítico’ de un proceso. Como hemos dicho en un artículo anterior, actualmente ya está resuelta la contradicción.

¿Cuál ha sido la historia de la palabra álgido en español?

Antes del primer tercio del siglo XIX, no pertenecía a la lengua común y sólo excepcionalmente la encontramos, como creación poética, en composiciones de marcado estilo cultista:
“Donde con nombre digno de Victoria / en los álgidos senos no hay ninguno / sin viva luz de su farol ardiente” (Conde de Villamediana, “A la nave Victoria que, después de muchas borrascas, flotando segura, llegó a puerto”, 1599-1622).
“Ya los recibe el mar; la virgen treme / y al juvenco los álgidos undosos / piélagos hace duro amor que reme.” (L. Fernández de Moratín, Poesías completas, 1778-1822).
El que la Academia no la incluya en sus primeros diccionarios hace suponer que no la consideraba palabra propia del español, sino creación poética.

La verdadera aparición del adjetivo álgido está ligada a la llegada del cólera. Esta enfermedad, endémica en la India, no se había conocido en Europa hasta 1817, cuando los desplazamientos de las tropas inglesas propagaron una epidemia que llegó en 1823 hasta el Mar Caspio, donde se detuvo. Desde 1820 encontramos descrita la enfermedad en artículos de médicos franceses. Estos son los primeros en recurrir al término latino algidus para crear, en su lengua, el tecnicismo algide, que denominará el período de evolución de la enfermedad en el que el enfermo experimenta una intensa sensación de frío. Esto explica que no aparezca algide en el Dictionnaire de L'Académie française hasta su octava edición, de 1832-35, en la que se define como propia de la medicina: “Qui fait éprouver ou dans lequel on éprouve une sensation de froid glacial. Fièvre algide. La période algide du choléra morbus”.
Una segunda pandemia de cólera (1828-38) se extendió desde Bengala al Cáucaso, y desde las grandes ciudades rusas alcanzó Inglaterra y Francia en 1832. En España, los primeros casos se dieron en Vigo, durante la primavera de 1833, aunque las mayores consecuencias fueron sufridas en 1834 por la clase baja madrileña. Es entonces cuando los médicos españoles empiezan a prestar atención a la enfermedad y estudian los trabajos publicados en Francia desde la década anterior. Estos fueron las principales fuentes de autoridad para nuevos artículos e investigaciones e introdujeron en nuestra lengua el término álgido, como una castellanización del francés algide y con idéntico sentido al ofrecido por el Dictionnaire de L'Académie française.

Aunque no había unanimidad a la hora de establecer el número de períodos o fases del cólera, la mayoría de los científicos describían un período que “han llamado álgido los autores, sin duda por la extraordinaria frialdad que presenta la piel de los enfermos” [1], y situado entre los períodos de invasión y de reacción, “constituye en efecto el mayor grado de mal y el máximum del peligro para la vida del enfermo” [2].

Muy pronto el término álgido superó el ámbito médico, y empezó a usarse para referirse a los períodos o momentos culminantes, máximos o críticos de un proceso:
“La bella inconstante tocaba al apogeo de la dicha, porque se hallaba en el período álgido de su nueva pasión, y era aquélla la primera cita a que asistía el amante por quien entonces deliraba.” (Gertrudis Gómez de Avellaneda, El cacique de Turmequé. Leyenda americana, Cuba, 1860).
“La victoria fue costosa porque los franceses eran todavía hijos de la pasión, Francia se hallaba en el período álgido de su calentura y llevaba hasta el delirio las exageraciones de su escuela...”; “Desoyendo la voz de las pasiones políticas, y sin detenernos a juzgar la revolución francesa en su período álgido”... (Francisco Villamartín, Nociones del arte militar, 1862).
“Nunca estuvo más cerca el triunfo de la causa del regente que personificaba la libertad que cuando la insurrección había invadido la Península, cuando se hallaba en su mayor apogeo, cuando la calentura insurreccional estaba en su período álgido” (Antonio Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, 1868)

Los motivos de esta rápida ampliación del significado fueron:
1- El período álgido de la enfermedad era el de máxima gravedad en su evolución, a partir del cual sólo era posible la recuperación o la muerte.
2- Como señaló Dámaso Alonso, en su obra Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos. (...), nuestra lengua suele asociar palabras esdrújulas a conceptos superlativos y, para lograrlo, puede llegar a modificar el significado original (como en el caso de álgido) o la acentuación etimológica (vértigo, impúdico, médula).
3- Pío Baroja, que era médico, aventuró la posibilidad de que influyera la palabra algia (del griego algos, ‘dolor’), empleada con frecuencia en Medicina, para llamar álgido al período más grave de una enfermedad y, por extensión, de cualquier suceso o acontecimiento. [3]
4- La mayoría de los primeros ejemplos de algido, como ‘culminante’, se encuentran en textos de tema histórico. Esto podría significar que el referente clásico del monte Álgido, contribuyó a reforzar la idea de ‘culmen, cumbre’, a partir de la metáfora conceptual que considera la evolución de la enfermedad y el proceso febril como una ascensión hasta la máxima gravedad seguida de una bajada o recuperación.

Cuando el Diccionario de la Real Academia Española incluye, por primera vez, en 1869, la palabra álgido, ofrece una definición tomada descaradamente del diccionario francés, limitada al campo de la Medicina: “ALGIDO, DA. Adj. Med. Lo que produce un frío excesivo, glacial; así se dice: fiebre álgida, período álgido del cólera”. Esta copia de la definición francesa, que no recoge las acepciones de ‘frío’ (significado original en latín y con uso poético anterior) ni de ‘culminante’ (existente ya para entonces en español), suponía un reconocimiento implícito de que la palabra había llegado a nuestra lengua procedente del francés.
Según el CORDE, con el sentido de ‘culminante’ siguió apareciendo en autores de prestigio: Bécquer (1870), Mesonero Romanos (1880-81), Pardo Bazán (1886), Eduardo Acevedo Díaz (Uruguay, 1886), Felipe Trigo (1914), Ortega y Gasset (1916), Rosa Chacel (1930), Jardiel Poncela (1931), etc. aunque otros, como Pérez Galdós, consideraban afectado y presuntuoso el empleo de álgido fuera del ámbito médico: “habíamos llegado al período álgido del incendio, como decía Aparisi” (Fortunata y Jacinta, 1885-87); “Las Águilas entraban en lo que Torquemada, metido a hombre fino, habría llamado el período álgido de la pobreza” (“Torquemada en la Cruz, 1893).

Aunque la censura de los puristas, se basa en que el verdadero significado de la palabra es ‘muy frío’, la Academia recogió antes la acepción de ‘culminante’ (aunque fuera para censurarla). Sobre el uso condenado, en el Diccionario Manual de 1927 incluyó la observación: “Es disparate usarlo por ardiente o acalorado, en frases como La discusión ha llegado a su período álgido” y en el Diccionario Histórico de 1933, una tercera acepción: “barb. Culminante, efervescente”, que es una definición más correcta, porque creemos que álgido rara vez ha tenido el significado de ‘ardiente’, aunque no puede negarse que en numerosos ejemplos aparece acompañado de términos que significan o connotan calor: pasión, delirio, calentura insurreccional, romanticismo... José María de Pereda sí le dio el sentido de ‘caliente, en celo’: “El tercero era celoso, como una bestia en sus períodos álgidos” (El buey suelto, 1878).

La acepción de ‘muy frío’ no se mencionó hasta el Diccionario Histórico de 1933 y fue incluida a partir del Diccionario Usual de 1936. En ello influyó, sin duda, la reaparición del término en la poesía culta de la Generación del 27:
“¡Gélidos desposorios submarinos, / (...) mi sirena, / surcaré atado a los cabellos finos / y verdes de tu álgida melena.” (Rafael Alberti, Marinero en tierra, 1925).
“Bien puedes besarme aquí / faro, farol, farolera, / la más álgida que vi (...) gélida novia lunera” Rafael Alberti, (“El farolero y su novia”, El alba del alhelí. 1927).
“Una pirámide linguada / de masa torva y fría / se alza, pide, / se hunde luego (...) Las duras / contracciones enseñan / músculos emergidos, redondos bultos, / álgidos despidos”. (Vicente Aleixandre, Ámbito, 1928).
“...despiertan de las álgidas, esquivas, dríadas del rocío, / de la escarcha y relente...” (Rafael Alberti, Cal y canto, 1929).
Aunque el significado de ‘frío’ para álgido es casi exclusivamente poético, la Academia no ha incluido la marca de este uso, que sí hace en la palabra algente, de igual raíz etimológica y significado.

A pesar de todas las condenas, en la lengua común, ‘culminante’ siguió siendo la acepción más frecuente y casi exclusiva, hasta el punto de que algunos diccionarios la consideran la primera de la palabra (Diccionario Manual de la Lengua Española. Vox. 2007. Larousse Editorial).

La Real Academia Española terminó dando entrada a esta acepción, como sentido figurado, en su Diccionario Manual de 1983: “fig. Dícese del momento o período crítico o culminante de algunos procesos orgánicos, físicos, políticos, sociales, etc.” aunque María Moliner, en la segunda edición de su “Diccionario de Uso del español” de 1988, seguía condenándolo un empleo impropio “en el lenguaje vulgar, incluso de los médicos”.
A partir de la edición de 2001, en el Diccionario de la Real Academia Española se ha eliminado la marca de sentido figurado.

[1] “Sobre la epidemia reinante en Madrid”, Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia, Sociedad Médica Oficial de Socorros Mutuos, nº 11, 14 de agosto de 1834, pág. 21.
[2] Gaceta Médica de los Progresos de la Medicina, Cirugía, Farmacia y Ciencias Auxiliares, nº 210, 3 de octubre de 1850, pág. 323)
[3] Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino. Memorias, 1944-49


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