google.com, pub-8147523179298923, DIRECT, f08c47fec0942fa0 -La vida de las palabras - Lengua española y otras formas de decir

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¿Qué significa álgido?

El adjetivo álgido tiene tres acepciones en el Diccionario de la Real Academia Española (22ª edición, 2001): "1- Muy frío. 2- (Medicina) Acompañado de frío glacial. Fiebre álgida. Período álgido del cólera morbo. 3- Se dice del momento o período crítico o culminante de algunos procesos orgánicos, físicos, políticos, sociales, etc. "

Así pues ya no puede afirmarse que sea incorrecto decir que algo llega a su momento álgido cuando alcanza el punto máximo o culminante.

Descubre en el siguiente artículo la historia de esta palabra.
Aún hay quienes siguen condenando su uso álgido con el significado de 'culminante' o 'máximo' y mantienen el antiguo criterio de la Real Academia Española, que, durante siglo y medio, se resistió a aceptarlo aunque este sentido fuera anterior y más frecuente, en la lengua común, que el de 'muy frío', que la Academia defiende como auténtico y original.

Eso sí, para mantenernos en la corrección, deberemos evitar usarlo en grado comparativo o superlativo: este adjetivo, al igual que culminante, no admite grados, porque sólo uno de los momentos del proceso puede ser el “álgido o culminante”.
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El talón de Aquiles

¿Qué significa "talón de Aquiles"? Llamamos “talón de Aquiles” al punto débil que tiene toda persona, organización, teoría científica, etc. Es aquello que puede ser causa de su derrota o, al menos, de un ataque que le cause un grave daño..

Según la leyenda, Aquiles, hijo de Tetis y de Peleo, fue uno de los héroes de la Guerra de Troya. A pesar de participar en muchos enfrentamientos, nadie podía matarlo porque, al nacer, su madre quiso hacerlo inmortal sumergiéndolo en el río Estigia o Éstige, cuyas aguas hacían invulnerable cualquier parte del cuerpo que se mojara con ellas. Pero el talón derecho, por donde su madre lo tenía sujeto, no se mojó y se convirtió en el único punto en que podía ser herido. Sólo quien conociera el secreto de esa vulnerabilidad podría matarlo.

Fue ahí adonde París le lanzó una flecha envenenada y consiguió matarlo.
Aunque Aquiles es el héroe que protagoniza la Iliada, Homero no menciona su vulnerabilidad, ni cuenta cómo murió. Este poema épico acaba cuando Aquiles devuelve el cadáver de Héctor a su padre Príamo.
Fueron obras muy posteriores las que recogieron la leyenda del talón de Aquiles. Horacio afirma en sus Épodos (año 30 a.C.) que la única parte vulnerable de Aquiles era por la que su madre lo tenía cogido cuando lo sumergió en el Estigia. Higino (64 a.C. – 17 d.C.) en su Libro de Fábulas dice que fue en el talón donde recibió el flechazo que lo mató. En el poema La Aquileida de Estacio (45 – 96 d.C.), Tetis dice a su hijo: “...si cuando tu nacimiento te di una armadura –que yo hubiera deseado completa- de las tristes aguas del Estigia...”

A partir de entonces son numerosas las referencias clásicas al “talón de Aquiles”, lo que hizo que la leyenda pasara a convertirse en una expresión de la lengua común. Actualmente, se ha generalizado tanto que se ha convertido en un sinónimo absoluto de 'vulnerabilidad' o 'punto débil'. Todo puede tener su “talón de Aquiles”: el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) [1] causante del sida, el Estado de Israel [2] , un grupo terrorista [3] , un teléfono móvil [4] o internet [5].

El mismo origen tiene el nombre del tendón más grueso y fuerte del cuerpo humano, situado en la parte posterior del tobillo: el tendón de Aquiles. Philip Verheyen en su libro Anatomía del Cuerpo Humano, publicado en 1693, afirmaba que este tendón era conocido como la chorda Achillis.

Este origen común y el creciente desconocimiento de la cultura clásica es la causa de que algunos confundan el talón con el tendón:
"El tendón de Aquiles de la metodología (...) es, para ella, el ignorar la amplitud de la sustituibilidad de determinados niveles de educación, en el mercado de trabajo”. (Pablo Latapí, Las necesidades del sistema educativo nacional [La sociedad mexicana: presente y futuro], 1971).

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Origen de la h española

¿Por qué hay palabras que se escriben con h si en la lengua española general no se pronuncia?

Las haches que aparecen en nuestro léxico pueden tener orígenes diversos:

1- Palabras latinas con hache original. En los escritos medievales se podía omitir la hache etimológica y era muy frecuente escribir ome, onrar o auer. A partir de Alfonso X se empiezan a recuperar las haches etimológicas. El proceso continuó con Nebrija (“para imitación de los latinos”) Covarrubias y lo consolidó la Academia en el siglo XVIII. Así se llegó a las formas actuales hombre, honrar y haber.

2- Cultismos o tecnicismos formados con prefijos griegos: hemi- ‘medio’ (hemisferio, hemiciclo), hiper- ‘grande’ (hipermercado, hiperactivo), hipo- ‘debajo’ (hipocresía, hipocentro). En este grupo se incluyen también los procedentes de palabras griegas que en español se emplean como prefijos: hecto- ‘cien’ (hectómetro), helio- ‘sol’ (heliocéntrico), hemato- hemo- hema- ‘sangre’ (hematófago, hemorragia, hematoma), hepato- ‘hígado’(hepático), hetero- ‘otro’ (heterogéneo, heterosexual), homo-‘igual’ (homogéneo, homosexual), hidro- ‘agua’ (hidráulico, hidroavión), hipno- ‘sueño’ (hipnosis, hipnal).

3- Palabras latinas con una f que, al pasar a castellano, se aspiró o se perdió. Aunque en algunas zonas de España y de América la hache puede representar una cierta aspiración, en el habla más culta y general, no se pronuncia. Algunas palabras con hache procedente de una efe latina son: hijo (filius), hermoso (fermosus), hierro (fierro), hablar (fabulare), dehesa (defensa).

4- Palabras latinas que empezaban por una g- que se aspiró y desapareció: hermano (germanus) helado (gelatus)

5- Arabismos cuyos sonidos velares se adaptaron en castellano con h (azahar, zanahoria, alhaja). Actualmente se sigue haciendo con los nuevos arabismos (hachis).

6- Palabras cuya hache tenía un antiguo uso diacrítico. Hasta que en 1726, la Academia fijó el uso de la v como consonante y la u como vocal, tanto una como otra podían utilizarse indistintamente como vocal o consonante. Esto podía dar lugar a ambigüedades: vevo (‘bebo’ o ‘huevo’) veso (‘beso’ o ‘hueso’). Los impresores empezaron a utilizar h- delante de la vocal y, desde entonces, ahí se ha quedado. En la palabra uebos, que significa ‘necesidad’ conviene no usar esa hache (para no ser tomados por vulgares) cuando digamos que “debemos hacer algo por uebos” o exclamemos: “¡manda uebos!”. Aunque también es verdad que encontramos en el Poema de Mio Cid ejemplos de huebos con este significado: ("los mandó servir de cuanto huebos han", "huebos vos es que lidiedes a guisa de varones") y que el DRAE así la recogió entre 1899 y 1992.

7- Extranjerismos en los que en la lengua original suena algo parecido a una aspiración. Se conserva la escritura con h y se pronuncia un sonido velar: hámster, hall, hockey, etc.

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"El más acá" procede de "el más allá"



Lo que haya tras la muerte se denomina eufemísticamente el más allá, un superlativo absoluto que expresa la imposibilidad de que haya algo más lejano que lo posterior a la muerte. El antónimo de este ámbito desconocido, lo encontramos en el Diccionario de la Real Academia Española, en la segunda acepción del adverbio acá: “en este mundo o vida temporal, en contraposición a lo ultraterreno”.

Pero es frecuente que este sentido sea expresado con la construcción el más acá, que sólo puede explicarse por razones expresivas: el paralelismo con el más allá, marca una fuerte oposición entre ambos mundos, pero con un sentido que puede ser humorístico a la vez que expresa cierto descreimiento religioso.

El mundo de ultratumba puede situarse en el más allá, en el lugar más alejado del lugar en que nos encontramos nosotros. Nuestro mundo, el de los vivos está acá, nosotros estamos en él. La expresión el más acá (como se puede apreciar en los siguientes ejemplos) no pretende ser un superlativo absoluto referido a ‘lo más cercano’ sino al mundo e intereses de la vida:
  • “Si tanto le gusta la vida en el más allá, ¿por qué no se va de una vez al más allá y nos deja tranquilos en el más acá?” (Jaime Bayly, Los últimos días de “La Prensa”).
  • “...y nosotros en el más acá muertos de risa en la orilla del mantel,...” (Guillermo Cabrera Infante, Tres tristes tigres).
  • "El Mundial del 58. Los Estados Unidos lanzaban un satélite a los altos cielos: la nueva lunita giraba en torno a la tierra, se cruzaba con los sputniks soviéticos y no los saludaba. Y mientras las grandes potencias competían en el más allá, en el más acá comenzaba la guerra civil en el Líbano, Argelia ardía, se incendiaba Francia..." (Eduardo Galeano, El fútbol. A sol y sombra).

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    Acentuación de los verbos terminados en -uar.

    ¿Cómo se conjugan los verbos acabados en –uar? Todos los verbos acabados en –uar son regulares, aunque su acentuación presente vacilaciones o dudas. ¿Cómo se conjuga adecuar: adecuo o adecúo? Evacuar, ¿evacuo o evacúo? Y evaluar, ¿evaluo o evalúo?

    La regla general de la Real Academia Española, expuesta en su Diccionario Panhispánico de Dudas es que todos los verbos terminados en –guar y en –cuar se acentúan según el modelo de conjugación del verbo averiguar: la u final del lexema es átona en todas las formas verbales y forma diptongo con la primera vocal de la desinencia. La pronunciación sería: /a.be.rí.guo, a.be.rí.guas, a.be.ri.guá.mos/ (presente), /a.be.ri.guá.ba/ (pretérito imperfecto), /a.be.ri.gué, a.be.ri.guás.te, a.be.ri.guó/ (pretérito indefinido), /a.be.ri.gua.ré/ (futuro imperfecto).
    Según la misma regla académica, el resto de los verbos que terminan en –uar se acentúan como el verbo actuar: la u final del lexema nunca forma diptongo con la vocal de la desinencia, independientemente de que ésta sea átona o tónica. Se pronuncia: /ak.tú.o, ak.tú.as, ak.tu.á.mos/ (presente), /ak.tu.á.ba/ (pretérito imperfecto), /ak.tu.é, ak.tu.ás.te, ak.tu.ó/ (pretérito indefinido), /ak.tu.a.ré/ (futuro inperfecto).
    Los verbos anticuar y estatuar son excepciones a la regla general y siguen el modelo contrario al que les correspondería.
    A pesar de la condena de muchos lingüistas, la RAE ya considera válida la conjugación con hiato de los verbos acabados en –cuar y reconoce que es frecuente en la mayoría de ellos: adecuar, evacuar, promiscuar, licuar y colicuar. Nuestra percepción es que, al menos en España, la forma con hiato está ganando terreno. La fuerza de la analogía con la mayoría de los verbos en –uar y los medios de comunicación contribuyen a generalizarla. El único verbo que se resiste al hiato es apropincuar, seguramente por ser de uso poco frecuente.

    ¿Por qué los verbos acabados en –cuar sí son atraídos por las formas con hiato, mientras que los acabados en –güar no lo son?
    Del primer grupo, sólo hemos encontrado 7 verbos, de los cuales uno, anticuar, ya suponía excepción, por lo que el hablante no lo percibe como un grupo diferenciado del resto de verbos terminados en –uar.
    El segundo grupo es más numeroso (hemos encontrado trece verbos: achiguarse, aguar, amortiguar, apaciguar, atestiguar, averiguar, desaguar, desambiguar, deslenguar, fraguar, menguar, amenguar y santiguar) y no alberga excepciones. El hablante puede percibirlo diferenciado del resto de verbos terminados en –uar. En este grupo, también ha podido influir una imposibilidad ortográfica: se tendría que colocar una tilde sobre la diéresis en las que -gu- fuera tónica y fuera delande de e (amortigüe, averigüe).


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    Dos verbos: ojear

    Decíamos en un artículo anterior que hay dos verbos ojear:
  • Ojear, derivado de 'ojo', y que significa mirar hacia algún sitio de modo rápido o mirar superficialmente un texto para saber de qué trata;
  • Ojear, formado a partir de la interjección árabe ušš, en español ox, que significa ahuyentar la caza con voces, golpes, ruidos y acosarla para que vaya hacia donde están apostados los cazadores; también significa ahuyentar de cualquier manera a personas o animales.

    Ojear, con el sentido de mirar, no presenta dudas en contextos en los que no hay connotaciones de búsqueda, ni caza, ni consecución ni referencias a hojas de papel:

    “Por las tardes, cuando la música tocaba en El Pañuelo le veíamos [al rey] en la turbamulta de paseantes ojeando a las señoritas guapas y charlando jovialmente con sus amigos”. (Galdós, Amadeo I).

    Ojear, con el sentido propio de acosar y ahuyentar tampoco suele presentar dudas en un contexto de caza. En la temática militar también se ha utilizado con frecuencia:

    En la Historia de Mindanao y Joló, Francisco Combés narra cómo “prosiguió el Flamenco (el ejército holandés) ojeando nuestra Armada con su artillería”.

    Sin embargo, surgen sentidos híbridos de los dos verbos homógrafos porque se han ido contaminando mutuamente: se puede ojear (mirar) con intención de buscar, lograr, cazar; pero también, al ojear la caza (acosarla hacia los cazadores) lo que se hace es ponerla a la vista y alcance de quien ha de matarla.

    Aunque el DRAE sólo da para ojeador el significado de “hombre que ojea o espanta con voces la caza”, es frecuente encontrarlo referido a quien “echa el ojo”, es decir, a quien mira algo (o a alguien) con el propósito de llegar a conseguirlo. El trabajo de los actuales ojeadores de fútbol consiste ir a muchos partidos para echar ojeadas (miradas prontas y ligeras) a los jugadores por si conviene ficharlos, lo cual no deja de ser una forma de cazarlos. En el ámbito empresarial se le llamaría “cazatalentos”.

    Galdós, en su novela Fortunata y Jacinta, dice que la señora de Santa Cruz, lo mismo en los mercados que en las tiendas, contaba con un ojeador, llamado Plácido Estupiñá, que desde que se levantaba “echaba una mirada de águila sobre los cajones de la plaza, [...] y daba un vistazo a los puestos, enterándose del cariz del mercado y de las cotizaciones” para después informarla.

    Sin embargo, el mismo DRAE parece reconocer ese sentido híbrido en el sustantivo derivado ojeo, cuando, además de acción y efecto de ahuyentar la caza, lo define como acción de “buscar con cuidado algo que se desea o pretende”.

    El autor de La pícara Justina dice de la protagonista que no traza para de repente, sino a lo gatuno, que es estar “aguardando lance como cuando al ojeo de un ratón está un gato tan atento y de reposo, que le podrán capar sin sentir, según está atento a la caza”.


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    La interacción de la metáfora.

    Los antecedentes de la teoría de la interacción de la metáfora están en el libro La filosofía de la retórica de I. Richards (1936) y en dos trabajos de Beardsley (de 1958 y 1962). Pero su formulación definitiva y desarrollo los realiza Max Black, en su libro Metáforas y modelos (1962) y en el artículo “Más sobre metáfora” (1979).

    Según esta teoría de Max Black, en la metáfora tenemos un sujeto primario (o principal) y otro secundario (o subsidiario) que constituyen un sistema. Las metáforas surgen al proyectar las implicaciones asociadas del sujeto secundario sobre el primario. Dado que esas implicaciones suelen ser lugares comunes u opiniones compartidas por los hablantes sobre el sujeto secundario, las metáforas redefinen al sujeto principal en función de los rasgos que de él se seleccionan, se destacan o se suprimen.

    La interacción se produce cuando el sujeto primario incita a seleccionar ciertas propiedades del secundario, que a su vez construye un ‘complejo de implicación paralelo’ en que se ajusta el primario. Paralelamente se producen cambios en la percepción del sujeto secundario.
    Al decir que "la sociedad es un mar", seleccionamos algunas ideas generalmente compartidas y tópicas sobre ‘el mar’ (tempestades, puertos seguros, piratas, naufragios, pesca...) Estas ideas forman un sistema conceptual que se proyecta sobre el concepto de ‘sociedad’ y los rasgos originales de ésta (conflictos, afectos, personas amenazantes, beneficios, fracasos...) quedan redefinidos por los de aquel. Paralelamente la percepción del mar quedará condicionada por la percepción que tengamos de la sociedad.

    Para el análisis cultural y textual de la lengua, la idea más destacable de Max Black es posiblemente la de que muchas metáforas pueden agruparse, con cierto nivel de abstracción, en familias o temas. De esta forma, el estudio de la metáfora pierde interés como producto artístico y lo gana como proceso que genera nuevos significados.

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    Tener ínfulas

    Tener ínfulas o darse ínfulas es 'presumir injustificadamente', 'darse importancia', 'darse humos o vuelos'; supone 'ser una persona fatua, pretenciosa, engreída...'
    Según el Diccionario de la Real Academia ínfulas significa (en plural) 'vanidad pretenciosa', (en ediciones anteriores como 'presunción o vanidad'). Y María Moliner completa el significado de ínfulas como 'orgullo o presunción; actitud de exigir obediencia, acatamiento, respeto, etc. a los que no se tiene derecho, o exagerados'. En definitiva, tiene ínfulas quien muestra un aire de superioridad y ostenta más importancia de la que en verdad le corresponde.

    Originariamente una ínfula era la tira de lana con que se ceñían la cabeza los sacerdotes de algunas religiones antiguas. a veces también la lucían los reyes dejando caer los extremos a los lados. Las ínfulas formaban una especie de rosario con copos de lana blancos y rojos, y el número y longitud de estos dependían de la jerarquía y dignidad.

    La Iglesia tomó este símbolo y lo adaptó en las mitras de los obispos y en la tiara papal: son las dos cintas anchas que cuelgan en su parte posterior.

    De ahí pasó a usarse con sentido figurado e irónico, para referirse a los vanidosos: tendrían muchas ínfulas, porque no conformarían con las dos que lucen los obispos.

    Generalmente se aplica a las personas, y suele ser motivo para ridiculizarlas:
    Dice Manuel Lanz de Casafonda, en sus Diálogos de Chindulza: sobre el estado de la cultura española en el reinado de Fernando VI, que “siempre es una irracionalidad el tener por hábil al que dos días antes tenían por inepto, sin haber otra novedad que la mudanza del traje y las ínfulas de colegial”.
    No me hable usted de ese estafador -exclamó doña Ángela perdiendo otra vez la calma al oír ese nombre-. Con todo su apellido y sus ínfulas vive pidiendo dinero prestado y engañando a la gente... (La babosa, de Gabriel Casaccia).
    Pero no es extraño encontrar la palabra ínfulas, con el mismo sentido despectivo, atribuida a lugares o países:
    En Desde mi celda, Bécquer dice que “Tudela es un pueblo grande, con ínfulas de ciudad”.

    También aparece excepcionalmente en singular con el significado 'vanidad o presunción':
    En en el periódico El Mundo, Antonio Burgos escribió en 1996: “España entera es más tercermundista de lo que aparenta tanta ínfula europea”.
    Y en un artículo del Listín diario dominicano: “Quienes con altivez pasean su poder sobre los que aparentan más débiles y desarmados, verán en algún momento caer tanta ínfula. La soberbia, la arrogancia y peor aún, la perversidad corroen el alma, van destruyendo el corazón [...]"
    Por tratarse de una palabra poco utilizada y cuyo significado original es bastante desconocido, algunos hablantes dicen “tener muchas ínsulas”. En este caso, la etimología popular parece relacionar la expresión con el episodio de El Quijote en que Sancho Panza es nombrado gobernador de la Ínsula Barataria por los duques de Villahermosa, para someterlo a burlas.

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    Ojear y hojear.

    Es frecuente que surjan dudas en el uso de los verbos ojear y hojear. En algunos contextos no extrañaría el uso de uno u otro, siempre y cuando indicaran su sentido propio.

    En primer lugar, hay que diferenciar los significados de tres verbos homófonos (se pronuncian de la misma forma), de los cuales dos son homógrafos (se escriben igual):
    • Ojear [1], derivado de 'ojo', significa mirar a alguna parte rápida y superficialmente o mirar superficialmente un texto.
    • Ojear [2], procede de la interjección árabe ušš, que ha dado en español ox (pronunciado /osh/) y significa ahuyentar la caza con voces, golpes, ruidos y acosarla para que vaya hacia donde están apostados los cazadores; por extensión, es ahuyentar de cualquier manera a personas o animales.
    • Hojear es mover o pasar las hojas de un libro o cuaderno leyendo deprisa algunos pasajes.
    ¿Ojeamos u hojeamos los periódicos?

    Cuando en el contexto se mencionan libros, periódicos o papeles en general, casi siempre surge la duda ortográfica >ojear / hojear, que encierra la duda sobre lo que se quiere expresar:
    • Ojeamos papeles cuando les echamos una mirada rápida, sin demasiado detenimiento, prescindiendo de la idea de pasar las hojas, o situándola en un segundo plano.
    • Hojeamos esos mismos papeles cuando prima el sentido de pasar sus hojas, leyendo algo, pero de forma rápida y sin detenerse.
    Pedro Salinas, en una de sus cartas publicadas escribe a su corresponsal:
    “¿Viste ya el Dictionary of Modern European Literatura? Yo no lo tengo aún; lo he ojeado, prestado por Lancaster. (…) El ojeo es divertido.”
    Quevedo se aprovecha de la homofonía y confusión de estos verbos para hacer un juego de palabras al referirse a una prostituta:
    “Es por sus pasos contados,
    aunque son pasos sin cuento,
    más echada que un alano,
    más hojeada que un pleito,
    más arrimada que un barco,
    más raída que lo viejo,
    más tendida que una alfombra”.
    (Los papeles de un pleito se hojean mucho para buscar las posibilidades legales, a esta prostituta la habrían visto y echado ojeadas muchos hombres).
    Parece tratarse de un error el que Vargas Llosa, en su novela Conversación en la catedral escriba hojear cuando existe una referencia a los ojos y el objeto al que se refiere el verbo es un sobre (que no tiene hojas):
    “Él hojeaba el sobre que le había entregado don Fermín, y a ratos sus ojos se apartaban y se fijaban en la nuca de Ambrosio”.

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    Atlas: de Gigante a vértebra, pasando por libro.

    Todos sabemos lo que es un atlas. Pero ¿por qué a un libro que está formado por una colección de mapas se le llama atlas?

    En griego antiguo, la palabra significaba 'el portador' y, en la mitología griega, Atlas era uno de los Gigantes que combatió contra Zeus y los dioses olímpicos. Derrotado, fue condenado a sostener el mundo sobre sus hombros.
    Con la llegada del Renacimiento, y la recuperación de la cultura clásica, empezó a utilizarse la imagen de Atlas en las obras cartográficas.

    Pero fue a partir de 1595, con la publicación del libro de mapas del cartógrafo flamenco Gerardus Mercator, Atlas, Sive Cosmographicae Meditationes De Fabrica Mundi, cuando el nombre del gigante mitológico pasó a designar los libros que contenían colecciones de mapas. La razón es que en su portada se representaba al mitológico Atlas con el mundo sobre sus hombros, a pesar de que, con el título, el autor homenajeaba a un mítico y sabio rey de Libia que, según el historiador griego Diodoro Sículo, fue un gran astrólogo y autor del primer globo celeste.

    Ya en el Diccionario de Autoridades, se incluía la acepción de atlas como “el libro que contiene mapas de varios reynos y provincias”.
    El significado fue ampliándose porque algunos libros que incluían colecciones de láminas de diversos temas empezaron a ser llamados “atlas". Juan Agustín Ceán Bermúdez, en su Apéndice a la descripción artística de la catedral de Sevilla, escribe:
    “...desearia quizas la academia para su total perfeccion ver estampadas con la planta y alzado del templo y de sus principales oficinas, unos buenos grabados de las preciosidades que contiene de pintura y escultura, con lo que se lograria tener en esta especie de atlas de tan bien desempeñada Descripcion quanto las personas de buen gusto, que no han tenido proporciones de visitarle, pudieran apetecer para formar idea cabal de sus bellezas artísticas”.
    En la edición de 1884, el diccionario académico amplía el significado de la palabra con la acepción de “colección de láminas que acompaña a un libro” y añade una nueva entrada homónima referida a la Zoología (que procedería de la palabra latina atlantion) y definida como “primera vértebra de las cervicales, así llamada porque sostiene inmediatamente la cabeza con la cual se articula por medio de los cóndilos del occipital”. A partir de la edición de 1914, y hasta la actual, la Academia incluye esta última acepción en el mismo lema que las anteriores y sin indicación etimológica, por lo que da por supuesto un significado ampliado de origen metafórico: dicha vértebra habría tomado su nombre por sostener sobre ella el “globo craneal” a semejanza del personaje mitológico.

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