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Troika o troica

¿Qué es la troika? ¿Por qué la llamamos así?
El significado más frecuente de troika, o troica, es la de ‘equipo dirigente formado por tres personas u organismos entre los que no existe diferencia jerárquica’. Equivale en muchas ocasiones a un triunvirato, pero el olvido de la cultura clásica permite que se esté imponiendo el uso de troika.
En los últimos tiempos, y en el contexto de la crisis económica europea, suele referirse al equipo formado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, que se encargan de imponer y supervisar las medidas económicas para combatir la crisis:
“Este lunes regresan a Portugal los técnicos de la Troika (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea y Banco Central Europeo) para discutir con el gobierno portugués las nuevas medidas de austeridad.” (El Mundo, España, 2013)
La ortografía académica (Dicc. Panhispánico de Dudas) aconseja escribirlo con k, (aunque en el Diccionario Académico de 2001 parece preferir la variante troica) y prescribe que no se incluya ninguna tipografía específica (ni comillas ni cursiva), por ser una palabra integrada plenamente en el idioma.
Es una palabra de origen ruso (тройка) que significa ‘trío, tríada, terna’ y que originariamente designaba ‘al tiro de tres caballos y por extensión al carruaje grande, montado sobre patines, que es tirado por tres caballos de frente’. Estas definiciones (con grafía troica)son las que recogen el Diccionario de María Moliner [1966-67] y los DRAE usuales de 1985 y 1989), aunque encontramos su uso en español desde finales del siglo XIX:
“¿Saben ustedes lo que es una troika? Pues una troika, que en nuestro idioma equivale poco más o menos a la locución ‘trinidad’, es un tiro de tres caballos.[…] Dada esta explicación, diré que, invitados a cazar osos en las cercanías de Moscou, salimos varios amigos en trineo-troika.” (Quito, “Desde Rusia”, Revista Blanco y Negro, 21-1-1893)
“Su corazón galopaba con la furia y la rapidez de una troica.( ¡Qué bien hace este término ruso metido aquí de pronto!)” (Enrique Jardiel Poncela, “El nihilista que tenía padre”, Revista Blanco y Negro, 9-9-1928)
A partir de la Revolución Rusa, se empezó a usar el término metafóricamente para designar al tipo de organización política formada por tres dirigentes. Creemos que se originó en la propia Rusia, cuando Iósif Stalin, Grígori Zinóviev, Liev Kámenev formaron un triunvirato en 1922, tras el abandono de Lenin, para dirigir el Partido Comunista, y el Estado. En ese mismo país y época, troika podía referirse al grupo de tres personas al servicio del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) encargados de castigar extrajudicialmente a los disidentes políticos.
Durante los convulsos años 30 se extendió el uso del término dentro del ámbito político, con connotaciones positivas o peyorativas, según la ideología de quien lo utilice:
“La alianza de Kameneff y Zinovieff contra Stalin revela bruscamente el desacuerdo que maduraba hacía largo tiempo ya entre los compañeros de tiro de la ‘troika’”. (Curzio Malaparte, Técnica del golpe de Estado, 1931, traducción de Julio Gómez de la Serna)
“…se deduce que la troika, Zinovieff, Stalin y Kameneff, únicamente creían en aqul tiempo en la revolución democrática…” (Julio Álvarez del Vayo, Siluetas (URSS), 1937)
“En cada localidad o circunscripción debe nombrarse una “troika” local (Comité de tres), cuyos tres miembros se pondrán en contacto con la”troika” nacional, que residirá en Madrid.” (Mauricio Karl [M. Carlavilla], Revista Blanco y Negro, 2-2-1936)
En la relativa popularización del término en España (aunque referido al tipo de trineo), influyó el estreno en 1930 de la Troika, una película de ambiente ruso, que la propaganda calificó como “el primer film sonoro ruso”, aunque realmente era francés. (IV Congreso de la AEHC)
Posteriormente el empleo de troica, como término político, se especializó en la referencia a los sucesivos equipos dirigentes de la Unión Soviética, formados por el presidente de la República, el jefe de Gobierno y el secretario general del Partido Comunista:
“Pudiera ser que, además, [Brejnev] pasase definitivamente de la dirección colegiada -mantenida en la troika que se formó a la sucesión de Krushov junto a Podgomy y a Kossiguin- al mando personal.” (El País, España, 1977)
No obstante, durante la dictadura franquista y la censura política en prensa, se llamaba troika o troica a los tríos de personas u organizaciones que no eran afines al régimen franquista. La connotación peyorativa se reforzaba apuntando al peligro comunista o a la falta de orden:
“Está confidencialmente confirmado que en Italia ha sido constituida una organización clandestina denominada Troika, compuesta de elementos rusos, yugoslavos e italianos, para cumplir, a las órdenes del Gobierno ruso…” (ABC, Madrid, 7-12-1946)
“El Gabinete wilsoniano incorpora una troica de dirigentes de la extrema izquierda.” (ABC, Madrid, 6-3-1974)
“Dos caballos de la troica –Sindicatos y empresas– tiran de la economía hacia metas opuestas. El otro, el Gobierno, sigue practicando el arte de la meditación.” (ABC, Madrid, 10-1-1975)
El término se revitalizó cuando, tras el Informe de Londres [1981], en la Unión Europea se estableció la troika comunitaria, formada por tres países: el que ejercía la Presidencia del Consejo, el saliente de la Presidencia y el que iba a ejercerla a continuación:
“…la reunión celebrada entre Bangkok entre los países que integran la “troika” comunitaria (Alemania federal, España y Grecia) y ASEAN (países del sureste asiático)...” (ABC, España, 1988)
Posteriormente, como consecuencia de diversos Tratados (Amsterdam, 1999; Lisboa, 2007) ha ido cambiando la composición de esa troika comunitaria, que representa a la Unión Europea en las relaciones internacionales.
Una vez derrumbada la Unión Soviética, parece que el término se ha extendido (sin connotaciones negativas) a cualquier equipo formado por tres políticos, países u organizaciones:
“…los representantes de la “troika” (Estados Unidos, Portugal y Rusia) encargada de controlar el protocolo de paz de Lusaka, firmado en 1994 entre los beligerantes…” (La crónica de hoy, 01/04/2002, México)
“Samper [presidente de Colombia, 1994-1998] lo nombró entonces [a Lemos] jefe del debate en Bogotá en una terna integrada con Carlos Lleras y Sonia Durán. Esa troica produjo el milagro de derrotar a Andrés Pastrana en la capital” (Revista Semana, Colombia, 1996)
Con la aparición de la actual crisis económica, la palabra troika parece haber despertado las connotaciones negativas asociadas a imposición y peligro, que latían en el subconsciente colectivo.

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Bilingüismo y diglosia


El bilingüismo y la diglosia son dos fenómenos que ha descrito la Sociolingüística al estudiar la situación de las lenguas en una sociedad.
Es muy frecuente que exista más de una lengua en una comunidad, y que sus habitantes las conozcan y utilicen habitualmente. Aunque puede haber más de dos lenguas en contacto, lo habitual es que solo sean dos las más generalizadas. Si no fuera así, hablaríamos de plurilingüismo y poliglosia.

BILINGÜISMO, según el Diccionario de la RAE, es el ‘uso habitual de dos lenguas en una misma región o por una misma persona’. Como vemos, aunque el bilingüismo puede ser individual o colectivo, aquí nos interesa el bilingüismo colectivo o bilingüismo social.
El verdadero bilingüismo se da cuando en una sociedad, cualquier persona puede utilizar una u otra lengua, sin que su elección esté condicionada por un desigual conocimiento de ellas, por normas legales o sociales, por connotaciones de mayor o menor prestigio, o por la finalidad comunicativa que pretende. Es una situación muy inestable, porque la gran cantidad de condicionantes (individuales y colectivos) suelen empujar hacia la preferencia de uso social de una de las lenguas.

DIGLOSIA es una situación lingüística estable que se da en una sociedad en la que existen dos lenguas, o dos variedades, con funciones comunicativas y prestigio social diferenciado.
Charles Ferguson definió la diglosia como la situación en la que, sobre la variedad primaria de una lengua, utilizada en la conversación diaria, existe otra variedad superpuesta, muy codificada y con gramática compleja, que tiene una importante tradición literaria y que se aprende en la enseñanza formal. El rasgo más importante de esta situación diglósica es la especialización funcional de cada variedad: según la situación comunicativa, sólo es aceptable el uso de una u otra, en función del lugar, el nivel social y cultural de los interlocutores o el tipo de mensaje transmitido.
La definición de Ferguson partía de la situación del griego y del árabe, en los que hay dos variedades de una misma lengua.
En Grecia se habla un griego moderno y popular (demotikí), fruto de la evolución lingüística y de la influencia de otras lenguas a través de la historia que ha dado lugar a variedades dialectales. En cambio, en la Administración, la Universidad, los medios de comunicación y en situaciones formales o solemnes, se emplea un griego culto y arcaizante, relacionado con el griego clásico (katharevousa). No obstante, este dualismo lingüístico-formal está roto, porque el demotiki es utilizado por algunos grandes escritores y en la escuela, lo que ha favorecido el intercambio de elementos lingüísticos entre las dos variedades y difuminar los límites funcionales.
En los países del mundo árabe, se da un árabe clásico o formal, denominado al-fusha, y reservado para la religión y la lengua escrita, junto al árabe dialectal propio de cada país o región, que es fruto de la evolución natural y las influencias de otras lenguas cercanas.

Según Charles Ferguson, hay 9 rasgos en la diglosia con variedades de una misma lengua:
1- Función: Hay un reparto estricto de las funciones entre la variedad A (usos formales) y la variedad B (uso familiar y coloquial).
2- Prestigio: La variedad A es mucho más prestigiosa, hasta el punto de que los hablantes nieguen el verdadero uso frecuente de la variedad B.
3- Herencia literaria: Se usa la variedad A para las principales obras literarias, y la B sólo aparece en literatura menor o subliteratura.
4- Adquisición: La variedad B es la lengua materna y sufre procesos de evolución y variación naturales, mientras que la variedad A se aprende mediante la enseñanza formal y permanece invariable.
5- Estandarización: La variedad A dispone de diccionarios, gramáticas, tratados de pronunciación, etc que permiten su estudio formal, mientras que la variedad B suele carecer de ellos, lo que puede impedir su estandatización.
6- Estabilidad: las situaciones diglósicas se mantienen estables durante siglos, aunque en algunos momentos pueden producirse tensiones.
7- Gramática: La de la variedad a es más compleja y elaborada y puede tener categorías y flexiones que en la práctica pueden no existir en la variedad B
8- Diccionarios: Ambas variedades comparten el mismo vocabulario, pero hay variaciones en el significado y en el uso. Hay cultismos y tecnicismos pertenecientes a la variedad A, que no existen en la B. Por el contrario, esta es tiene un vocabulario más rico para referirse al ámbito doméstico y es más permeable a los neologismos.
9- Fonología: Los sistemas fonológicos de A y B pueden variar. En griego son muy parecidos, pero el del alemán de Suiza difiere mucho del alemán normativo.

Fishman amplió el concepto de diglosia a la situación que se da en una sociedad con dos lenguas diferentes, en las que cada una tiene funciones específicas, y lo diferenció del bilingüismo (dos lenguas utilizadas en todas las situaciones comunicativas).

Dos lenguas en contacto pueden dar lugar a tres situaciones, en función del bilingüismo y la diglosia:
1- Bilingüismo y diglosia. Es una situación frecuente en la que una lengua con prestigio se corresponde con las clases sociales altas y otra lengua, con menor prestigio es hablada por las clases inferiores. Por ejemplo, en Paraguay, a pesar de que más de la mitad de la población es bilingüe, el español es la variedad alta (la de mayor uso en actos oficiales y a veces la única que domina la élite social) y el guaraní queda para situaciones de menor relevancia social.
2- Bilingüismo sin diglosia. Es una situación muy poco estable, porque la sociedad tiende a prestigiar o primar el uso de una de las dos lenguas. Es el caso de niños bilingües, por estudios o familia, o de trabajadores emigrados. Pero, en este caso, a medida que se integran en la sociedad receptora, amplían el uso de la lengua mayoritaria incluso con otras personas de su mismo origen.
3- Diglosia sin bilingüismo. En sociedades muy desiguales, en las que lengua de un grupo selecto y poderoso no se corresponde con la de la población general, y la relación entre ambos grupos sólo es posible a través de traductores. Es el caso de las sociedades coloniales, en las que los gobernantes hablaban la lengua de la metrópoli mientras que el pueblo seguía hablando las lenguas indígenas.
No parece posible una situación sin diglosia ni bilingüismo. Sólo podría darse, teóricamente, en una pequeña comunidad sin diferencias sociales. Pero rápidamente aparecerían esas diferencias y la lengua adquiriría una función identificativa del grupo o estatus social.

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Lenguaje sexista y economía en el lenguaje

Hay usos lingüísticos sexistas que no responden al principio de economía lingüística, incluso pueden contravenirlo.
La propuesta más llamativa (también la más utilizada y criticada) para combatir el lenguaje sexista es la de la duplicación de una misma palabra, en masculino y femenino. Creemos que esto, en algunos casos, puede ser conveniente, pero en otros resulta absurdo. Sin embargo, evitar el uso sexista del lenguaje no siempre consiste en añadir palabras redundantes o superfluas; a veces se evita, simplificando la expresión o variando el estilo.

Algunas expresiones sexistas que veremos son utilizadas incluso por personas que pretenden valorar el papel social de la mujer. Evitarlas respondería a la demanda social de igualdad y al principio de economía en el lenguaje. Como veremos, el problema no está en un presunto sexismo de la lengua o idioma, sino en el uso por parte de quien la utiliza, que refleja su visión de la sociedad. Veamos algunas de estas formas sexistas:
1. El orden de la enumeración:
Es habitual que los hombres aparezcan antes que las mujeres en las enumeraciones.
Cuando se trata de nombres comunes (“hombres y mujeres”, “hijos e hijas”) es mayoritario el uso del masculino antepuesto. Si se busca en internet la secuencia literal "el ministro y la ministra" encontramos 74.800 resultados, mientras que de la secuencia “la ministra y el ministro”, sólo 27.600. En los casos en que aparecen dos personas de distinto sexo y distinta importancia política siempre es mayoritaria la anteposición del varón: “el alcalde y la ministra”, 142.000 resultados, mientras que “la ministra y el alcalde”, sólo 20.700; "el ministro y la alcaldesa", 17.400 frente a los 10.300 de "la alcaldesa y el ministro".
Es alentador ver que se igualan los resultados cuando los citados tienen gran importancia política y aparecen nombrados por sus apellidos: “Sarkozy y Merkel”, 239.000 resultados por “Merkel y Sarkozy”, 238.000.

Se puede evitar el sexismo en las enumeraciones anteponiendo unas veces el término masculino y otras el femenino, o nombrando antes a la persona de mayor edad o importancia política o social... En este caso se correría el riesgo de caer en un uso clasista del lenguaje, aunque ahora no está de moda criticarlo, a pesar de su importancia.

2. Utilización abusiva del término mujer:
A veces el empleo de la palabra mujer resulta innecesario y pleonástico: “Una de cada ocho mujeres gallegas desarrollará un cáncer de mama” (1).

En otras ocasiones, su utilización redundante sólo sirve para menoscabar la identificación social, profesional o de origen y destacar su condición sexual: “las mujeres musulmanas”, “las mujeres ingenieras”, “las mujeres españolas”... Debe señalarse que este tipo de expresión es utilizada equivocadamente por muchas personas feministas, con la intención de destacar la importancia de las mujeres, como en los titulares: “La Asociación Igual-mente, Mujeres por la Igualdad, dedicó un homenaje a Clara Campoamor, en la Plaza que lleva el nombre de esta mujer abogada” (2) y “Pilar Careaga y Basabe la primera mujer ingeniera de España” (3) . Debería decirse: esta mujer, la primera ingeniera.

En muchas ocasiones, hombres y mujeres comparten una misma característica relevante, condición social o nacionalidad, pero son nombrados de forma asimétrica: los hombres, por su condición, mientras que las mujeres, solo por su condición de mujer, segregadas del grupo: “Llegaron 26 inmigrantes y 3 mujeres a bordo de una patera”, “Los hombres españoles dedican una media diaria de una hora y 37 minutos a labores en casa, incluido el cuidado de los niños, frente a las cuatro horas y 55 minutos de las mujeres”. (4)

¡Qué se puede decir de las expresiones en las que las mujeres no son incluidas en el concepto de ‘persona’!: “Otras cuatro personas y una mujer resultaron heridas en hechos ocurridos en el municipio de Escuinapa.” (5)

3. Uso del artículo la delante del apellido:
Si no se emplea el artículo ante los apellidos de los hombres, no hay necesidad de hacerlo ante el de las mujeres. Suele aparecer este artículo ante los apellidos de mujeres dedicadas a trabajos artísticos (cantantes, escritoras, bailarinas, etc) y a la política: “la Venegas”, “la Piquer”, “la Caballé”, “la Bachelet”...
Aunque el Diccionario Panhispánico de Dudas dice que “es habitual que los apellidos de mujeres célebres vayan precedidos de artículo”, lo cierto es que, a menudo, existe un cierto matiz condescendiente, incluso despectivo bajo una falsa familiaridad: “La suerte se llama Grecia porque al día siguiente del desplome griego Obama, Sarkozy y la Merkel llamaron a Zapatero...” (6)

4. Uso de los nombres propios:
Todas las personas somos nombradas de diferente forma, según el contexto en el que nos encontremos, pero esa forma puede depender, además del grado de confianza con el interlocutor, de connotaciones sexistas. Al analizar cómo los medios de comunicación nombran a las personas, se aprecian diferencias según se trate de mujeres o de hombres.
Los hombres suelen ser nombrados por su nombre y apellido o por su apellido. Es raro que sean identificados únicamente por el nombre de pila.
Con las mujeres, aunque tengan importancia política y social, se emplea a menudo el nombre de pila e incluso el hipocorístico. Asimismo el uso del nombre unido al apellido es mucho más frecuente en el caso de referirse a un hombre que a una mujer. Estas formas de nombrarla hacen a la mujer más cercana y familiar al público, pero devalúan su importancia profesional o social.

En las últimas semanas, en España se ha producido un claro ejemplo de este trato desigual. Se trata de las noticias y artículos publicados sobre las elecciones primarias entre Tomás Gómez y Trinidad Jiménez por ser candidatos del PSOE en unas elecciones próximas.
En la web de rtve.es (7) encontramos el titular “Gómez y 'Trini' apelan a un proyecto progresista de izquierdas en su cierre de campaña” y dos subtítulos: “Tomás Gómez: ‘La mayoría social tiene que ocupar el poder político'” y “Trini pide a militantes su apoyo para no perder el tren de ilusión y votos”. Sólo en el cuerpo de la noticia empieza el tratamiento simétrico de los dos candidatos, aunque se nombre primero al hombre: “Tomás Gómez y Trinidad Jiménez han cerrado este sábado sus actos de campaña...”

Buena parte de este trato desigual ha venido propiciado, aunque presuma de feminista, por la protagonista misma de las noticias, cuya página web era trini2011.es (8) y que eligió el eslogan “Trini puede” (9).
Esa pudo ser una de las causas de que perdiera las elecciones: no parece serio presentarse para un cargo político importante como se presenta en casa de sus padres el día de Navidad, sobre todo cuando ya es ministra y tiene 48 años. Con su oponente, los medios no utilizaron apenas “Tomás”, y nunca “Tomasín”, sino “Tomás Gómez” o “Gómez”.
No es extraño que esto fuera aprovechado por un oponente a Trinidad Jiménez para lanzar la pulla de que “ganaron el señor Gómez y los que lo apoyaban, y no ganaron la señorita Trini y los que la apoyaban” (10) Esta frase fue criticada, como sexista, por los sectores más oficiales del feminismo; pero no se quiso ver que existía una crítica política a la diferente forma de presentarse los candidatos a sí mismos y a su distinta extracción social. Gómez, procedente de la clase trabajadora, se había presentado por su apellido, como un “señor”, y había expuesto su trabajo en el partido. Jiménez, procedente de clase acomodada y origen andaluz, se había presentado como “[la] Trini”, igual que una joven “señorita” lo hace ante su familia y sus amigos, y presumiendo de una mayor popularidad, como hacen muchos señoritos andaluces en las ferias.

Este diferente trato de hombres y mujeres a través de la forma de nombrarlos, es evidente cuando en una misma oración (redactada por una mujer) aparecen dos mujeres y dos hombres: “Zapatero cree que Trini tiene más posibilidades que Gómez de arrebatarle a Esperanza la presidencia de la Comunidad”. (11). Aunque para las cuatro personas se utiliza una forma diferente de nombrarlos (segundo apellido, hipocorístico, primer apellido y nombre, respectivamente), está claro que quienes tienen apellido son los dos hombres.

Evitar estas cuatro formas de sexismo en el lenguaje no complica la forma de escribir o hablar: puede ayudar a mejorar el estilo y sobre todo reflejar mejor la importancia de las mujeres en la sociedad.

Referencia: Mercedes Bengoechea “Sexismo (y economía lingüística) en el lenguaje de las noticias: inercia e incorporaciones igualitarias”.

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Sexismo en el lenguaje. ¿Responsabilidad lingüística o social?

La sociedad y sus cambios se reflejan en la forma de hablar, porque la lengua siempre evoluciona de acuerdo con la sociedad que la utiliza.
El que las mujeres estén adquiriendo mayor relevancia social está llevando a cambios normativos en nuestro idioma (la Real Academia Española admite nuevas formas en femenino para profesiones que antes sólo desempeñaban hombres). Esto no quiere decir que el idioma español (o cualquier otro) fuese machista o no, sino que respondía a la realidad y a la concepción social que tenían los hablantes. Si la sociedad evoluciona, el idioma lo hará de acuerdo con ella. Creemos que no hay idiomas sexistas, sino personas sexistas que emplean un lenguaje sexista, si entendemos por lenguaje ‘manera de expresarse’ o ‘estilo y modo de hablar y escribir de cada persona’.
Para combatir el lenguaje sexista, lo principal es modificar las concepciones machistas de quienes usan el idioma, no atacar las definiciones del Diccionario académico o las normas gramaticales, que suelen responder al uso que hacen de ellas los hablantes. Como afirmó Coseriu, el lenguaje es una actividad y no un producto. Si olvidamos la responsabilidad de los hablantes, y cosificamos el idioma, nos encontraremos con dificultades para promover un uso menos sexista de nuestra lengua.

Suele hablarse de lenguaje sexista cuando se usa el masculino de una palabra para referirse a personas de los dos sexos y se propone, para evitarlo, mencionar conjuntamente las formas masculina y femenina; algo que va en contra del principio de economía lingüística. Si se usa el género masculino para referirse a grupos de personas formados por mujeres y hombres, es porque en castellano (y las lenguas romances) el masculino es la forma no marcada: es una razón gramatical, no de sexismo. No debe confundirse el género gramatical de una palabra con el sexo de las personas a las que se refiere.
“En los sustantivos que designan seres animados, el masculino gramatical no solo se emplea para referirse a los individuos de sexo masculino, sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos [...] En la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva.” (Diccionario panhispánico de dudas – RAE, 2005)
Debe conseguirse que las ocupaciones, profesiones y cargos públicos puedan ser desempeñados en igualdad de condiciones por mujeres y hombres, y con una representatividad similar. De esta forma el uso del género masculino perdería cualquier posible connotación sexista y solo será una cuestión gramatical, porque los oyentes tedrán en cuenta el puesto o cargo al que se refiere y no el sexo de la persona que lo ocupa.

Si oímos hablar de “funcionarios” no pensamos en ‘hombres’ y si oímos “internautas” o “fisioterapeutas”, no pensamos en ‘mujeres’, a pesar de sus terminaciones en –os o en –as. Se debe a que son actividades desempeñadas habitualmente tanto por hombres como por mujeres. De igual forma, no hay nadie que cuando oye “los ciudadanos van a votar en la próximas elecciones” imagine que sólo lo harán los ‘varones’, ni que ese masculino pueda incluir a los ‘niños varones’.
En cambio, si leemos en el titular de un periódico: “Reunión de jefes de Estado y presidentes de Gobierno”, sí podemos pensar en una ‘reunión de hombres’ y nos llama la atención encontrarnos en la fotografía que ilustra la noticia a las reinas de Inglaterra o de Holanda o a la canciller alemana Angela Merkel. De igual forma, cuando después de hacer la compra en el supermercado vamos a que “nos cobre la cajera”, nos extraña encontrarnos a menudo con un hombre en ese puesto de trabajo.
Eso es el sexismo o machismo: el que en la sociedad los puestos con prestigio y relevancia social o política estén ocupados mayoritariamente por hombres y muchos de los que tienen poca relevancia social y estén mal pagados los ocupen mujeres. La lengua no hace más que tratar de reflejar esa realidad con economía expresiva.

No obstante, cuando existe sexismo social, pero hay una incipiente tendencia hacia igualación entre sexos, el lenguaje puede colaborar en hacer evidente dicho cambio y que los hablantes lo asuman como algo normal. Por ello, creemos que, en algunos casos, son aceptables, incluso convenientes, expresiones como “los presidentes y presidentas de Gobierno”; y nos parece absurda la utilización sistemática de otras como “los ciudadanos y ciudadanas”, “los vascos y las vascas”...

Lenguaje y sexo. Diferencias lingüísticas entre hombres y mujeres

¿Hay diferencias entre el lenguaje de los hombres y el de las mujeres? Aunque a veces se dice que pueden llegar a hablar idiomas distintos, en general, sólo hay diferencias de estilo y las características fonéticas constituyen la única evidencia de la identidad sexual del hablante.
No obstante, en algunas lenguas (japonés, lenguas tai, caribe, yana, chucoto) hay estilos de habla aprendidos que utilizan los hablantes en función de su sexo. En unos casos, son diferencias de pronunciación, gramaticales o léxicas; en otros, afectan al contexto en que se utiliza la lengua. En algunas culturas existen, incluso, lenguajes propiamente femeninos (por ejemplo, el nüshu).

En la lengua española, como sistema, no hay formas gramaticales, léxicas ni modelos de pronunciación propios de uno u otro sexo; pero sí diferencias de frecuencia de utilización. Son características de estilo que se consideran manifestaciones de la posición social de cada sexo. Las principales diferencias se producen en el nivel fonético, en la utilización del léxico y en las estrategias de conversación.

El conjunto de cualidades fónicas, elementos paralingüísticos, es lo primero que nos permite diferenciar el habla de los hombres y de las mujeres; pero sólo pueden apreciarse en el lenguaje oral. Las mujeres tienen un timbre de voz más agudo, su acento rítmico es más marcado y suelen emplear una mayor variación de tonos y de intensidad.

Su pronunciación, aparte de más suave y armoniosa, tiende a ser conservadora de la norma y menos innovadora que la de los hombres.

En el plano léxico, hay palabras que son más usadas por hombres o por mujeres. Esto suele responder a los temas de interés de cada sexo, que vienen determinados por el entorno social: los hombres suelen tener mayor riqueza léxica para referirse a temas de trabajo, dinero, política, deporte, sexo, coches... mientras que las mujeres la tienen para los de familia, sentimientos, casa, ropa y calzado, enfermedades... Otras diferencias de utilización del léxico se deben a que las mujeres suelen preferir las variantes léxicas que escuchan a quienes tienen un nivel cultural y social superior al suyo, porque tratan de buscar el reconocimiento social frente al estatus masculino. Los hombres, desde este presunto estatus, pueden permitirse y atribuirse, por prestigio encubierto, el uso de palabras vulgares, groseras, de argot o blasfemias, a la vez que se prohíben el uso de ciertos eufemismos (mecachis, jolines, ostras...) y formas infantiles o cursis que las mujeres pueden emplear en ciertos contextos (mono por ‘guapo’, cielo como apelativo cariñoso, bibi por ‘biberón’, tete por ‘chupete’...)
En el uso de los adjetivos y determinantes sí parece haber notables diferencias.
Las mujeres manifiestan una mayor emotividad, por lo que suelen usar adjetivos, adverbios y sufijos o prefijos con carga expresiva y preferir los de semántica positiva (bueno, malo, precioso, estupendo, horrible, fatal, maravilloso, tan, muy, bastante, demasiado, -ísimo, super-, hiper-, requete- ...) Por la misma razón, usan más adjetivos calificativos, los anteponen al sustantivo más frecuentemente que los hombres y tienden a asignarlos a las personas y al ámbito personal. A menudo, utilizan los diminutivos y aumentativos con valor expresivo (grandote, grandón, grandecito...).
Los hombres califican con menos expresividad y con adjetivos más neutros: calificativos de tamaño (grande, pequeño, alto, bajo...) o que destacan aspectos negativos (malo, pobre, lento...) y numerales que indican cantidad. La apariencia de objetividad también se manifiesta en el uso de los calificativos pospuestos y de los relativos con oraciones subordinadas, aplicados más a las cosas que a las personas. Los diminutivos y aumentativos no suelen ser muy abundantes y, cuando aparecen, son menos expresivos que en el habla de las mujeres.

En cuanto a las estrategias de conversación, las mujeres utilizan más fórmulas de cortesía y más formales que los hombres, hacen más preguntas y emplean más exclamaciones y vocativos cariñosos, a la vez que intercalan palabras de apoyo y risas o gestos de asentimiento; si son interrumpidas, frecuentemente retoman la conversación asumiendo las palabras del otro. Si a ello se suma que los temas se tratan a menudo desde la perspectiva personal, parece normal que prefieran las conversaciones en grupos pequeños.
La conversación de los hombres puede considerarse más directa y fría, porque se centran en lo que apoya la función representativa del lenguaje y marginan, por irrelevante, lo encaminado a lo expresivo o fático: interesan los hechos, los datos y su valoración. Por esto, reducen las frases de cortesía a las mínimas exigidas por las normas sociales y utilizan más variantes informales. No dicen muchos cumplidos ni alabanzas porque tienen asumido que se reciben con recelo y pueden esconder segundas intenciones; tampoco intercalan demasiadas exclamaciones o palabras de apoyo mientras escuchan, pero interrumpen, afirman y opinan de forma tajante e incluso aconsejan y dan órdenes directas con más frecuencia que las mujeres. Para no manifestar inseguridad, tratan de evitar las preguntas al interlocutor y el reconocimiento de sus palabras; incluso la respuesta puede expresar desacuerdo o dudas sobre las opiniones del otro, y frecuentemente se llega a la critica, burla o insulto. En ambientes masculinizados, esto no sólo no crea conflictos personales graves, sino que constituye un recurso para reforzar la relación amistosa o profesional.

El significado de los silencios es diferente para hombres y mujeres: mientras que para ellos puede ser una situación normal, para ellas puede suponer una situación incómoda o un síntoma de conflicto.

En los últimos años, los cambios sociales están afectando a algunos de los rasgos que se han venido detallando en este artículo.
Esto es más evidente en lo referido al léxico y a algunas estrategias de conversación. Por una parte, la incorporación de las mujeres a la vida laboral y la ocupación de puestos de trabajo considerados tradicionalmente masculinos y, por otra, consecuencia de lo anterior, que los hombres vayan asumiendo tareas y responsabilidades familiares y domésticas, ha hecho que los hablantes tengan que recurrir a léxico que antes se consideraba propio del otro sexo. En la vida profesional, las mujeres están asumiendo estrategias masculinas, porque son consideradas más eficientes, y restringen los rasgos que manifiestan más subjetividad y emotividad.

Estos cambios sociales también se manifiestan en el respeto de las normas.
Las mujeres tienden a un lenguaje más acorde con la norma, o conservador, que los hombres. Antes solía explicarse, sobre todo en las zonas rurales, por su tradicional sedentarismo y permanencia en el pueblo, mientras que los hombres salían por motivos de trabajo o del servicio militar e importaban nuevos hábitos lingüísticos. Si actualmente las mujeres siguen respetando en mayor medida la norma y prefiriendo las variantes conservadoras de prestigio, se debe a que la educación, formal e informal, mantiene la tendencia de que las mujeres deben ser más refinadas, tanto en su comportamiento y modales como en su forma de hablar. No obstante, entre algunas mujeres muy jóvenes, la reacción contra esto les lleva a imitar exageradamente los rasgos masculinos más llamativos: uso de palabras groseras, escatológicas o de argot, hablar con voz fuerte o hacer afirmaciones muy directas.

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Símbolos del estatus social.

Nüshu, escritura de mujeres

El Nüshu o Nü Shu parece despertar mucho interés en los círculos feministas, porque dicen que es un idioma creado por mujeres. En primer lugar hay que aclarar que no se trata de un idioma, sino de un sistema de escritura empleado entre mujeres en la región de Jiang Yong, de la provincia china de Hunan. De hecho nüshu significa 'escritura de mujeres'.
Aunque se descubrió para los estudiosos alrededor de 1980, su antigüedad se remonta a entre cuatro (Norma Paci) y dieciocho siglos (Wikipedia).
Las mujeres jóvenes creaban redes sociales y afectivas, denominadas “hermandades juradas”, pero al casarse eran arrancadas de ellas, porque, además de pasar a un mayor control y sometimiento social, muchas veces tenían que trasladarse a otras aldeas y quedaban recluidas en la casa del marido. Marginadas del aprendizaje de la lectura y escritura, crearon su propio sistema para poder comunicarse entre ellas sin conocimiento de los hombres. Si la lengua es un sistema de dominio (por ejemplo, el lenguaje jurídico y técnico, que maneja el poder para dominar al pueblo), también lo es de resistencia contra ese dominio (jergas marginales que tratan de burlar los controles del poder).
Aunque existen diferentes teorías y leyendas sobre su origen, la mayoría coincide en que el nüshu nació de la necesidad de comunicarse de la mujer joven y aislada. A esto parece deberse que la mayoría de los textos se refiera a los aspectos íntimos y cotidianos de la vida, escritos como diario personal o expresión de reflexiones, esperanzas y miedos.
Al igual que ocurrió con los caracteres chinos o árabes, los del nüshu, se utilizaron a menudo con fines decorativos y se grababan en vasijas, abanicos o sábanas, manteles y vestidos bordados... Esto favoreció que se mantuviera oculto o, al menos, pasara desapercibido para los hombres. También sirvió para escribir las “cartas del tercer día”, una especie de folletos en tela, en las que las madres aconsejaban a sus hijas para la vida de casada.

Entre las consecuencias de la existencia de este sistema de comunicación, destaca el hecho de que se produjeran muy pocos suicidios entre las mujeres que lo utilizaban (ver otras relaciones entre lenguaje y suicidio) y que éstas tuvieran un mayor desarrollo cultural que otras mujeres y una actitud más desafiante frente al poder.
Por este motivo, el Partido Comunista Chino trató de prohibir este “lenguaje de brujas”. La prohibición, junto con el cambio en la forma de vida de las mujeres, tras la Revolución, ha llevado al nushu a la desaparición, tras la muerte de la anciana Yang Huanyi, quien durante la Conferencia de la Naciones Unidas sobre la Mujer (Pekín, 1995) había entregado a los estudiosos cartas, poemas y artículos escritos en ese lenguaje.
Desde el punto de vista lingüístico, diremos que consta de unos dos mil caracteres que representan sílabas de los idiomas yi y yao. Dicha cantidad de caracteres son la mitad de los necesarios para representar todas las sílabas, por lo que se recurre a dígrafos (es decir, se recurre a dos caracteres para representar una sílaba, al igual que en nuestro idioma recurrimos a dos letras para un solo sonido: ch, ll). Muchos caracteres del nüshu proceden del chino estándar, aunque son más estilizados y de forma rómbica; suelen estar formados por sólo cuatro trazos a los que pueden añadirse puntos o arcos. Se escribe de arriba abajo y de derecha a izquierda.
Tampoco es cierto que este sistema de escritura se oponga al chino porque representa sílabas en lugar de palabras. El chino no suele representar palabras, sino morfemas monosilábicos; lo que ocurre es que combina pictogramas (monosilábicos) para formar ideogramas (bisilábicos) y fonogramas.

Actualmente el Gobierno Chino y varias universidades se esfuerzan en salvar la herencia cultural de estos escritos en nüshu. Con ayuda de la Fundación Ford, también se está creando un museo del nüshu, que quiere recoger los aspectos sociales en que se desarrolló este sistema de escritura y estudiar y conservar los textos.
Por otra parte, la recuperación del nüshu, puede tener consecuencias económicas y sociales inmediatas. Algunas ancianas realizan “cartas del tercer día” para venderlas a estudiosos y turistas, lo que puede desarrollar una incipiente industria local que conlleve el desarrollo económico de las mujeres del lugar.
En 2002, Lisa See viajó a la provincia de Huan para estudiar esta escritura nüshu, y recogió testimonios de mujeres que la conocían y el testimonio de la última hablante Yang Huanyi. A partir de esa estancia y conocimiento, escribió la novela “El abanico de seda” (Editorial Salamandra, 2006.)

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