google.com, pub-8147523179298923, DIRECT, f08c47fec0942fa0 -Capacidad lingüística - Lengua española y otras formas de decir

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Redundancia y pleonasmo

Diferenciar entre redundancia y pleonasmo no siempre es fácil. 
Ambos términos se refieren a la repetición innecesaria de términos; pero mientras que hablar de redundancia suele tener connotaciones negativas y se considera un vicio de expresión, el pleonasmo se considera una figura estilística. 
Sin embargo, los límites entre ambos conceptos no están bien definidos y no resulta fácil hacer una diferenciación tajante. Lo que unos consideran redundancia, otros lo consideran pleonasmo; e incluso, algunos lingüistas afirman que se trata de la misma cosa. 
La redundancia semántica repite el significado o semas de otra palabra a la que acompaña. Cuando la repetición no solo es semántica, sino de la misma palabra o de palabras con el mismo lexema, suele hablarse de redundancia léxica

La redundancia, aunque es rechazable cuando no añade ningún matiz semántico, ni estilístico, especialmente en los registros más formales, puede favorecer la claridad (cuando una palabra es polisémica o su significado no es evidente para todo el mundo) o justificarse por añadir expresividad o énfasis al discurso. También es perdonable en un discurso coloquial o si es fruto de la espontaneidad. 
El ejemplo de “un arsenal de armas” podría ser un caso de redundancia viciosa si consideramos que “arsenal”, en su segunda acepción (DRAE), es ‘depósito o almacén general de armas’, pero creemos que se trata de una redundancia desambiguadora porque “arsenal”, también es un ‘establecimiento militar o particular en que se construyen, reparan y conservan las embarcaciones […]’ 
“Lo vi con mis propios ojos” también es una redundancia admisible cuando se quiere enfatizar y ser contundente en una afirmación de la que no se tiene ninguna duda, porque se fue testigo de ello. No es por que nos lo hayan contado, lo hayamos imaginado, ni por que estemos absolutamente convencidos, sino porque estábamos presentes cuando ocurrió. 
El pleonasmo, en general, se valora como uno de los recursos del lenguaje poético con fines expresivos y estilísticos. El Diccionario de la Academia lo define como una ‘figura de construcción’ propia de la Retórica, porque con “vocablos innecesarios” se “añade expresividad a lo dicho”: 
“Ciego que nada ve, ¿quiere hacer una merced?”. (Romance de La Virgen y el ciego). 
“Ya ejecuté, gran señor, tu justicia justa y recta”. (El burlador de Sevilla, Tirso de Molina, 1613). 
 “Mal o peor has de callar la boca, que no estás en tu casa”. (Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán, 1604).
Asimismo, al enfatizar el sentido de la frase, el pleonasmo contribuye a fijar en el receptor la idea que interesa al emisor. Por esta razón, los políticos abusan de las repeticiones léxicas y semánticas en sus discursos. 
Más allá del pleonasmo encontramos el datismo. El datismo es la acumulación, de términos sinónimos o muy parecidos, en una misma frase. El DRAE, en su nota etimológica, lo considera una falta (“De 'Datis', nombre del sátrapa persa que combatió en Maratón y que incurría con frecuencia en esa falta”) y lo define como el ‘empleo inmotivado de vocablos sinónimos’. Sin embargo, al no existir demasiados sinónimos absolutos, suele emplearse este recurso con fines estilísticos o afán de precisión conceptual: “Hay que buscar la victoria, el triunfo, el renombre, la gloria, la fama…”

Ejemplos de redundancias (o pleonasmos):  (En cursiva se indican los elementos redundantes, de los que se podría prescindir)
Completamente abarrotado. (Abarrotado: ‘completamente lleno, atestado’).
Acceso de entrada. (Acceso: ‘entrada o paso’).
Accidente fortuito. (Accidente: ‘suceso eventual que altera el orden regular de las cosas o del que involuntariamente resulta daño’; fortuito: ‘que sucede inopinada y casualmente, por azar’).
El momento más álgido. (Álgido: ‘culminante’ [lo más elevado]).
Antecedentes previos. (Previo: anticipado, que va delante o que sucede primero).
Aterido de frío. (Aterido: ‘pasmado de frío’).
Autosuicidio. (Suicidarse: prnl.’Quitarse voluntariamente la vida’).
Bajar abajo.
Base fundamental. (Base: ‘fundamento o apoyo principal de algo’).
Beber líquidos. (Beber: ‘ingerir un líquido’).
Bifurcarse en dos direcciones. (Bifurcarse: ‘dividirse en dos ramales, brazos o puntas’).
El más extremo.(Extremo: ‘que está en su grado más intenso, elevado o activo’).
Cita previa. (Cita: ‘asignación de día, hora y lugar para un encuentro’; ‘reunión o encuentro entre dos o más personas, previamente acordado’).
Colofón final. (Colofón: ‘remate, final de un proceso’).
Crespón negro. (Crespón: ‘tela negra que se usa en señal de luto’).
Deambulando sin rumbo. (Deambular: ‘andar, caminar sin dirección determinada’).
Divisa extranjera. (Divisa: ‘moneda extranjera referida a la unidad del país de que se trata’).
Doblar (las campanas) a muerto. (Doblar [16]: ‘tocar a muerto’).
Entrar dentro.
Erario público. (Erario: ‘hacienda, conjunto de las rentas, impuestos y demás bienes de cualquier índole regidos por el Estado o por otros entes públicos’).
Estafeta de correos. (Estafeta: ‘casa u oficina del correo; oficina donde se reciben cartas para llevarlas al correo general’).
Funcionario público. (Funcionario: ‘persona que desempeña profesionalmente un empleo público’).
En el hipotético supuesto. (Supuesto: ‘suposición, hipótesis’).
Hijo primogénito. (Primogénito: ‘el hijo que nace primero’).
Insistir reiteradamente, volver a insistir. (Insistir: ‘instar reiteradamente, repetir’).
Lapso de tiempo. (Lapso: ‘tiempo entre dos límites’).
Libido sexual. (Libido: ‘deseo sexual’).
Mendrugo de pan. (Mendrugo: ‘pedazo de pan duro o desechado’).
Macedonia de frutas. (Macedonia: ‘ensalada de frutas’).
Machismo contra las mujeres. (Machismo: ‘actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres’).
Nexo de unión. (Nexo: ‘nudo, unión, lazo, vínculo’).
Niños y niñas de ambos sexos.
Optimizar al máximo. (Optimizar: ‘buscar la mejor manera de realizar una actividad’; máximo: ‘límite superior o extremo a que puede llegar algo’).
Participación activa. (Participar: ‘tomar parte [una persona] en algo’).
Peluca postiza. (Peluca: ‘cabellera postiza’).
Personas humanas. (Persona: ‘individuo de la especie humana’).
Prever con antelación. (Prever: ‘ver con anticipación’).
Propia idiosincrasia. (Idiosincrasia: ‘rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad’).
Protagonista principal. (Protagonista: ‘personaje principal’).
Proyectos de futuro. (Proyecto: ‘designio o pensamiento de ejecutar algo’).
Puño cerrado. (Puño: ‘mano cerrada’).
Repetir otra vez; volver a repetir. (Repetir: ‘volver a hacer lo que se había hecho, o decir lo que se había dicho’).
Salir afuera.
Subir arriba.
Totalmente calcinado. (Calcinar: ‘abrasar por completo, especialmente por el fuego’).
Túnel subterráneo. (Túnel: ‘vía subterránea abierta artificialmente para el paso de personas y vehículos’).
Vigente en la actualidad. (Vigente: ‘que está en vigor y observancia’).

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Insultos animales

Los nombres de muchos animales son usados en nuestra lengua como insultos directos, porque apreciamos en ellos características, reales o atribuidas, que son especialmente desagradables cuando se dan en las personas.  
Insultar es un acto de habla: cuando insultamos, no sólo emitimos un enunciado, sino que tratamos de molestar con palabras que se consideran ofensivas.
El nombre de un animal se convierte en insulto hacia alguien, cuando en una situación de conflicto o enfrentamiento, identificamos metafóricamente al animal y a la persona, atribuyéndoles una destacada característica negativa que suele centrarse en los defectos físicos, en la capacidad mental y en el comportamiento de las personas (estupidez, suciedad, agresividad, avaricia, sexualidad, etc.)

Nuestra visión antropocéntrica suele considerar peyorativo compartir con los animales comportamientos o características físicas y acentuemos ese carácter hasta convertirlo en un insulto hacia quien se parece o se comporta como un determinado animal.
Los insultos son una construcción cultural y social, por lo que la elección del nombre de un animal como insulto está condicionada por el conocimiento general que se tiene del animal (suelen elegirse los domésticos y los que pueden encontrarse en el entorno inmediato de la comunidad lingüística) y por las connotaciones peyorativas generales y particulares que atribuimos a cada uno de ellos. Para quien insulta, tiene que representar lo que hay de despreciable en el individuo al que se pretende ofender, y este debe interpretarlo claramente como una ofensa.

El hiperónimo animal ya supone un insulto genérico para quien tiene un comportamiento brutal o más instintivo que racional o que es ignorante o grosero.
La mayoría de los que hemos incluido en la siguiente relación no son insultos originales, sino que están incluidos en el Diccionario de la Real Academia, aunque no siempre vienen  marcados como palabra despectiva o insulto.

A continuación hemos tratado de agrupar los zoónimos insultantes, en función de a qué defecto aludan:

CARACTERÍSTICAS FÍSICAS:
Gordura: Insultos para gordos son ballena, cachalote, foca, hipopótamo, vaca (todos ellos animales que tienen mucha grasa en el cuerpo o son de gran volumen)
Altura: Jirafa es una ‘persona muy alta, sobre todo si también es delgada’)
Pequeñez: La persona muy baja es pulga, chinche o sapo (en Centroamérica y México)
Fealdad: loro o papagayo se refieren a mujeres viejas y feas; arpía se aplica solo a mujeres, especialmente si también son flacas; mono será alguien ‘muy feo o simiesco’. Bicho (Venezuela) y macaco (Bolivia, Chile o Cuba) también son insultos para feos.
Edad: Un dinosaurio es una ‘persona vieja y anticuada’ (por el nombre genérico de animales extinguidos hace millones de años)
Rasgos faciales:; rana o sapo es la persona ‘de boca muy grande o de ojos saltones’; y una morsa es una ‘persona bigotuda’.

NECEDAD, IGNORANCIA O LIMITACIÓN MENTAL:
Merluzo, besugo, atún o percebe (‘torpe, ignorante o necio’, porque los animales marinos están considerados como de poca inteligencia), cernícalo (‘ignorante y rudo, aunque suele ser pacífico e inofensivo’), borrego (‘quien se somete gregariamente a la voluntad ajena’), penco, mula, burro y sus sinónimos asno, borrico, jumento o el genérico bestia (‘bruto, incivil, rudo, de poco entendimiento’), yegua (en América Central), pavo o ganso (‘torpe, incapaz’)

MALDAD:
Persona despreciable o de maldad intrínseca: perro (a pesar de la valoración del animal, se conserva el carácter peyorativo que tenía antiguamente frente al positivo de can), cerdo o puerco, cabrón (‘que actúa con maldad’), rata, sabandija o gusano (vil y despreciable, por la repugnancia que causan los animales pequeños, de cuerpo blando y que se arrastran), arpía (ave fabulosa que resultaba de la combinación de rasgos de mujer y cuerpo de ave de rapiña; por esto se aplica casi exclusivamente a las mujeres malvadas, especialmente si su maldad se dirige a los hombres).
Violencia o crueldad: alimaña (‘persona malvada o de malos sentimientos’, ‘nombre genérico para referirse a los animales perjudiciales para otros que son provechosos’), hiena (‘cruel, de malos instintos’).
Malas intenciones: Pájaro (‘persona astuta que provoca recelo’), bicho (‘persona malvada’), camaleón (‘que cambia de actitud y conducta en provecho propio), cuco (astuto que solo busca su provecho), mosquita muerta (‘hipócrita que aparenta bondad y poco ánimo pero que se vale de cualquier medio para conseguir sus fines’), víbora (porque se arrastra sigilosamente), tiburón (ambicioso sin escrúpulos).

COMPORTAMIENTOS ANTISOCIALES, RIDÍCULOS, O FASTIDIOSOS:
Grosería: Burro y sus sinónimos borrico, jumento, asno; cerdo y sus sinónimos cochino, marrano, puerco, gorrino, guarro, animal de bellota.
Suciedad: cerdo y todos sus sinónimos.
Insociabilidad: erizo (de carácter y trato áspero), búho y hurón (persona huraña), ostra (retraído o misántropo).
Avaricia o codicia: buitre (‘avaro, tacaño, aprovechado’), rata, urraca (por su costumbre de llevarse al nido objetos brillantes), ganso (Ecuador), arpía (‘codicioso’, actualmente en desuso, antiguamente se aplicaba a los usureros).
Servilismo: caracol (‘adulador servil’ porque se arrastra soltando baba)
Cobardía: gallina (‘cobarde, que se asusta con facilidad’, por la fama de asustadiza y medrosa que tiene la gallina)
Que causa fastidio: ladilla (en varios países americanos, ‘persona muy fastidiosa’), chinche (‘porfiador hasta llegar a molestar’, porque este insecto pica y chupa la sangre de su víctima), moscón o moscardón (‘que resulta pesado y molesto en sus pretensiones amorosas’), mosca cojonera (‘persona molesta e impertinente’), ganso (‘que se cree gracioso sin serlo’)
Charlatanería: loro y papagayo (además de aludir a hablar mucho tienen la connotación de repetir las cosas sin reflexionar sobre ellas), cotorra (el nombre del ave es una derivación regresiva de cotorrera, cotarrera, ‘mujer que iba de cotarro en cotarro, hablando mucho y sin demasiado sentido’).
Maledicencia: víbora (‘murmurador, mordaz, maldiciente’, que escupe veneno por la boca, como el reptil)
Prepotencia o abuso: gorila (en numerosos países americanos, es el policía o militar que no respeta los derechos de los ciudadanos, o el militar golpista; en España, los vigilantes o guardias de seguridad corpulentos que abusan de la fuerza)
Holgazanería: perro (por la costumbre de estar tumbados), zángano (‘vago y holgazán que se aprovecha de lo ajeno’, por alusión al animal que vive de la miel que fabrican las abejas

CONDUCTAS SEXUALES:
Adulterio: los hombres cuya mujer le ha sido infiel reciben nombres de animales con cuernos: cabestro o manso (con las connotaciones de castración, de falta de masculinidad), cabrón, cabrito, novillo, venado, caracol (con la connotación de arrastrado o humillado).
Prostituta: zorra, perra, pájara, gato (Argentina y Uruguay), loba (Venezuela, Nicaragua), bicha (Cuba), penco (Canarias).
Homosexual: Mariposa, yegua (Cuba), pato (en varios países de América), ganso (Cuba), yegua (Cuba), pájaro (Cuba y Rep.Dominicana).
Mujer sexualmente provocadora: loba

La disparidad existente en la consideración o no de determinados animales como insultos o palabras despectivas, se debe en gran medida a la extensión geográfica de la lengua española y a los diferentes sustratos culturales de cada región.
Este artículo queda abierto a las aportaciones y correcciones que los lectores consideren oportunas.
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Diccionarios y vocabulario personal

¿Cuántas palabras hay en castellano? ¿Cuántas palabras conocemos? Cuando repasamos un diccionario general de nuestra lengua, suele sorprendernos el gran número de palabras que desconocemos. No sólo no pertenecen a nuestro vocabulario activo (el que utilizamos en nuestra expresión), sino que ni siquiera es pasivo o de recepción (palabras que entendemos o podemos entender, aunque no las utilicemos).

El vocabulario de cada hablante es reflejo de su vida y conocimientos, por lo que no alcanza a los términos referidos a realidades que no le pertenecen por experiencia vital ni intelectual, aunque pertenezcan a la lengua general.

Otra causa que impide “saberse todo el diccionario” es que el DRAE, y numerosos diccionarios, incluyen, junto con las palabras de uso general, otras muchas que no lo son. Por amplia que sea la cultura de un hablante, no es posible que haya leído u oído todas esas palabras que, por definición, no pertenecen a su tiempo (arcaísmos), a su lugar (dialectalismos), a su actividad habitual (tecnicismos de cualquier ámbito), a su lengua (extranjerismos), a los grupos sociales con que se relaciona habitualmente (voces de germanía y argot)...

Pero hay dos causas que no se deben a las limitaciones del hablante y que justifican el desconocimiento de una palabra:

  • 1- Que el lexicógrafo haya incluido palabras que son hápax.

    ¿Qué es un hápax? Otra palabra que desconocemos. No es extraño, porque se trata de un término especializado y, aunque ya la utilizó Covarrubias en 1611, para calificar la palabra “uxoraria”, ‘matrimonio’, el DRAE no la incluyó hasta 1984. Procede del adverbio griego ‘άπαξ, ‘una sola vez’ y podría traducirse como ‘unicidad’ (Laín Entralgo, 1957).

    Un hápax es un tecnicismo de la Lexicografía que se refiere a una palabra o ‘voz registrada una sola vez en una lengua, en un autor o en un texto’.

    Un ejemplo, aunque con un significado fácilmente deducible, podría ser “hablatista”, que según el CORDE sólo fue utilizada por Mateo Alemán en Guzmán de Alfarache (1599) y por Mateo Luján de Saavedra, autor de la falsa Segunda parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache (1602), quien indudablemente la tomó de la obra original. Hablatista se incluyó en el Dic. de Autoridades 1734 definido como ‘lo mismo que hablador. Es voz jocosa y de poco uso’. En las ediciones de 1780, 1783 y 1791 del Diccionario Académico se mantuvo la palabra, con la misma definición, aunque sin indicación de uso, pero posteriormente se suprimió acertadamente la entrada al considerarla una creación personal y no una palabra del acervo idiomático.

  • 2- Que la palabra no exista ni haya existido nunca, fuera de los diccionarios. Se trata de palabras fantasmas que, sin haber sido utilizadas por ningún hablante, han aparecido en los diccionarios por error. Entraron en el Diccionario de la Real Academia a partir de errores de imprenta o de edición que aparecían en obras de autoridades como Cervantes, Mateo Alemán o Lope de Vega; o por errores de lectura e interpretación por parte de los lexicógrafos. Así, en numerosas ediciones han figurado los fantasmas amarrazón (amarraçón por amarra con) amenoso (por gamenoso, gamonoso), amasadijo (amasijo), amicia (amicicia, amistad) apaliar (paliar) almodonear (almonedear).

    No es extraño desconocer una palabra que sólo la ha utilizado un autor, por mucha autoridad que tenga, o una palabra que “se inventan” los académicos. Son trampas que incluyen los diccionarios para hacernos dudar de nuestro conocimiento del idioma.

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    Hablar y callar en el refranero.

    Numerosos refranes y sentencias aconsejan ser cautelosos a la hora de hablar y previenen contra los perjuicios de hablar de más y aconsejan saber escuchar, callarse en el momento oportuno o guardar silencio. Como decíamos en la presentación de este blogo, comunicamos tanto con el habla como con el silencio.

    El habla es plata; el silencio es oro o, al menos, el poco hablar es oro, y el mucho es lodo porque sabio es quien poco habla y mucho calla. El callar no te convierte en sabio, pero disimula tu ignorancia: habla poco y anda grave, y parecerá que sabes, habla poco, escucha más y no errarás ya que quien mucho habla, mucho yerra. Un proverbio chino afirma que el hombre sabio instruye sin utilizar las palabras, quizá porque sabe que las palabras se las lleva el viento sobre todo cuando se trata de palabras vanas, ruido de campanas.

    El refranero destaca el valor del silencio porque en boca cerrada no entran moscas y una boca cerrada más fuerte es que una muralla, pero también aconseja hablar en el momento oportuno contra aquello que podría perjudicarnos, porque el que calla, otorga y más vale un palabra a tiempo que cien a destiempo

    Si bien es verdad que hablando se entiende la gente, saber medir las palabras es conveniente: a buen entendedor pocas palabras bastan y nos evita graves perjuicios, porque por la boca muere el pez, una palabra deja caer una casa y una imprudente palabra, nuestra ruina labra.

    Terminamos, esta entrada, con el refrán italiano que advierte de que la sabiduría viene de escuchar; y de hablar, el arrepentimiento. Por ello, nos arrepentimos de haber aconsejado en otro artículo no recurrir a las frases hechas, los refranes y los tópicos, para conseguir un estilo natural y elegante.
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    Las metáforas en la vida cotidiana

    Las metáforas, por su función emotiva o embellecedora del lenguaje, eran materia de la Literatura y a los críticos literarios les correspondía su estudio. No se tenía en cuenta su función representativa de la realidad.
    Esto fue así hasta los años sesenta y setenta, cuando una serie de estudiosos (Max Black, 1966, Nelson Goodman, 1968, y Donald Davidson, 1978) empezaron a estudiar las metáforas como tema de investigación filosófica.

    Posteriormente, el lingüista George Lakoff y el filósofo Mark Johnson (con su libro Metaphors We Live By, 1980, publicado en castellano en 1986 con el título de Metáforas de la vida cotidiana y con el artículo de Lakoff “Teorías contemporáneas de la metáfora”, 1992) demostraron que el lenguaje es más metafórico de lo que pensamos y muchas metáforas habituales (no literarias) se generan desde nuestra experiencia y de nuestra forma de pensar. Parte de la coherencia y orden de nuestros conceptos se basa en cómo los sistemas de metáforas condicionan nuestra experiencia.

    Una de las nociones más interesantes de estos trabajos es la de metáfora conceptual: "Las generalizaciones que rigen las expresiones metafóricas no están en el lenguaje, sino en el pensamiento. Son ‘mapeos’ generalizados que cruzan dominios conceptuales".George Lakoff destaca tres características de las metáforas conceptuales:
    1. Las correspondencias lingüísticas son sistemáticas.
    2. El uso de metáfora para regir el razonamiento y el comportamiento que se basa en dicho razonamiento.
    3. La posibilidad para entender extensiones novedosas en términos de las correspondencias convencionales.
    La metáfora nos permite comprender una materia relativamente abstracta o sin estructura inherente, en términos de una materia más concreta, o por lo menos más estructurada.

    A Lakoff y Johnson les interesan las expresiones del tipo "perder el tiempo", "ir por caminos diferentes", que reflejan conceptos metafóricos sistemáticos que estructuran nuestras acciones y pensamientos.

    En Metáforas de la vida cotidiana Lakoff y Johnson presentan tres tipos de metáforas conceptuales:
    1. Metáforas de orientación espacial: Surgen de nuestra constitución física y son las relacionadas con arriba-abajo, dentro-fuera, profundo-superficial, etc.
      La cantidad y la escasez se relacionan con arriba y abajo: “los precios suben”, “las ventas bajan”, “la Bolsa de desploma”...Lo bueno se relaciona con arriba y lo malo con abajo: “personas de clase alta o baja”, “preferimos tener pensamientos elevados y evitamos las bajas pasiones”, “hay que levantar la moral y no caer en una depresión”.
    2. Metáforas ontológicas: A algo se le da una categoría peculiar considerándolo algo diferente.
      La mente o inteligencia humana (o la cabeza como símbolo) es un recipiente: “no nos cabe en la cabeza lo que alguien ha hecho”, “tenemos un proyecto en mente”, “las ideas nos dan vueltas”, “algunas asignaturas no nos entran”... No es extraño que, cuando estamos preocupados por algo o trabajamos mucho mentalmente, digamos que nuestra cabeza (coloquialmente “olla o perola”) echa humo.
      La sociedad es un cuerpo: cada persona forma parte de un órgano que tiene una función determinada.
    3. Metáforas estructurales: Una actividad o experiencia se estructura en función de otra.
      El amor es un viaje: “la relación está en una encrucijada” o “va sobre ruedas”, “hay que ir despacio y tomarse la relación con tranquilidad”, “no se debe ir muy deprisa”, “el amante es un compañero de viaje”, “el matrimonio naufraga”...
      El deporte es una guerra: “los equipos se enfrentan y tienen un capitán”, “se prepara la estrategia”, “se ataca y se defiende”, “se tira o dispara a portería”...
    En el caso del deporte y la guerra se puede apreciar claramente la interacción de las metáforas. En el proceso, los dos conceptos generan nuevos significados:
    La guerra puede verse dulcificada por influencia del deporte y ser vista como un juego en el que se gana o pierde, pero sin las consecuencias dramáticas que conlleva. Siempre puede quedar el partido de vuelta.
    El deporte también puede ser contaminado por lo guerrero y dar lugar a enfrentamientos violentos cuando los partidarios o jugadores de uno y otro equipo deciden que el partido equivale al enfrentamiento bélico de dos comunidades (ciudades, regiones o países).

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    La interacción de la metáfora.

    Los antecedentes de la teoría de la interacción de la metáfora están en el libro La filosofía de la retórica de I. Richards (1936) y en dos trabajos de Beardsley (de 1958 y 1962). Pero su formulación definitiva y desarrollo los realiza Max Black, en su libro Metáforas y modelos (1962) y en el artículo “Más sobre metáfora” (1979).

    Según esta teoría de Max Black, en la metáfora tenemos un sujeto primario (o principal) y otro secundario (o subsidiario) que constituyen un sistema. Las metáforas surgen al proyectar las implicaciones asociadas del sujeto secundario sobre el primario. Dado que esas implicaciones suelen ser lugares comunes u opiniones compartidas por los hablantes sobre el sujeto secundario, las metáforas redefinen al sujeto principal en función de los rasgos que de él se seleccionan, se destacan o se suprimen.

    La interacción se produce cuando el sujeto primario incita a seleccionar ciertas propiedades del secundario, que a su vez construye un ‘complejo de implicación paralelo’ en que se ajusta el primario. Paralelamente se producen cambios en la percepción del sujeto secundario.
    Al decir que "la sociedad es un mar", seleccionamos algunas ideas generalmente compartidas y tópicas sobre ‘el mar’ (tempestades, puertos seguros, piratas, naufragios, pesca...) Estas ideas forman un sistema conceptual que se proyecta sobre el concepto de ‘sociedad’ y los rasgos originales de ésta (conflictos, afectos, personas amenazantes, beneficios, fracasos...) quedan redefinidos por los de aquel. Paralelamente la percepción del mar quedará condicionada por la percepción que tengamos de la sociedad.

    Para el análisis cultural y textual de la lengua, la idea más destacable de Max Black es posiblemente la de que muchas metáforas pueden agruparse, con cierto nivel de abstracción, en familias o temas. De esta forma, el estudio de la metáfora pierde interés como producto artístico y lo gana como proceso que genera nuevos significados.

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    Quizá haya pensado sentar a su bebé frente al televisor, y bombardearlo con toda una colección de dibujos animados en inglés para que aprenda el idioma desde pequeñito. No se esfuerce. Así, el niño nunca aprenderá inglés.

    Marvin Harris, en su libro Antropología cultural cuenta el caso del hijo de un matrimonio de sordos. El niño tenía unas capacidades normales para oír y comprender, y los padres creyeron que dejándole ver y oír la televisión llegaría a aprender inglés. Se daba la circunstancia de que el niño, por otros problemas de salud, no salía de casa y sólo se relacionaba con personas que utilizaban el Ameslan (Lengua de signos americana, utilizada por los sordos).
    La capacidad lingüística natural de los humanos, permitió a este niño, que con tres años pudiera llegar comunicarse perfectamente mediante la lengua de signos, mientras que seguía sin saber nada de inglés.

    Ninguna lengua se aprende con tan solo escucharla. Los niños aprenderán la lengua escuchándola muchas veces, es cierto; pero también con los ejercicios a los que se les someta: repetición incansable de un sonido o una palabra asociada a un objeto, el premio y halago por cualquier balbuceo o pronunciación, preguntas que no esperan respuesta, respuestas que desearíamos oír de ellos...
    Podemos observar que el aprendizaje es progresivo: desde sonidos o fonemas hasta llegar a las estructuras sintácticas complejas, pasando por pequeñas palabras, frases sencillas, reglas sintácticas básicas, la ampliación del vocabulario... Y todo ello gracias a que motivamos continuamente al niño para que pruebe y mejore sus conocimientos lingüísticos mediante la interrelación con otras personas, fundamentalmente a través preguntas y respuestas:
    Cuando aún no se ha soltado a hablar, los adultos preguntamos infinidad de veces al niño: ¿quién es el niño más guapo?, ¿quién te quiere más que mamá? ¿está buena la papilla?... Cuando el niño adquiere cierto nivel de soltura es él quien nos agota con infinidad de preguntas: mamá (o papá) ¿por qué haces eso?, ¿por qué tengo que ir al cole?, ¿por qué la leche es blanca?...

    El niño al que se refiere Marvin Harris tuvo oportunidad de ver la lengua de signos e interactuar con personas que la conocían; tuvo la oportunidad de oír el inglés en la televisión, pero no podía prácticalo con otros hablantes en situaciones concretas, por eso no podía aprenderlo.

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    El lenguaje modela el pensamiento humano y, quizá, cuando el hombre adquirió la capacidad lingüística pudo llegar a ser hombre y dejar de ser un animal irracional.
    Sólo podemos pensar a través de las palabras que poseemos. Por esta razón, se puede afirmar que nuestro pensamiento es más rico cuantas más palabras dominemos y de más formas podamos expresarlas.
    Pero también es verdad que para ideas o realidades nuevas es imprescindible crear o utilizar nuevas formas de decir. Una de las primeras tareas de cualquier inventor o descubridor es nombrar lo nuevo: es una forma de tomar posesión de ello. Si no fuera capaz de encontrar (con mayor o menor acierto) la palabra que lo nomine, habría que pensar que no tiene ni idea de lo que ha inventado o descubierto.

    Cuando alguien dice que le faltan palabras para expresarse, lo que suele faltarle son las ideas. O al menos una idea clara que pueda expresarse en una palabra (o frase corta) y que enmarque todo lo que nos interesa exponer. Esta idea clara facilitará la creación de un discurso coherente y eficaz que transmita nuestro pensamiento.
    La falta de ese marco recibe el nombre de hipocognición.
    Según George Lakoff, la idea de hipocognición procede de los trabajos realizados por el antropólogo Bob Levy en Tahití durante los años cincuenta.
    Levy observó que había muchos suicidios en Tahití y trató de encontrar una respuesta a este hecho. Los tahitianos carecían del marco conceptual de la pena, porque no la consideraban una emoción normal, a pesar de que a menudo la experimentaban. Al no disponer del concepto de pena, no había un discurso verbal para expresarla, ni rituales asociados a ella, ni alivios individuales o colectivos. Esto debía de convertirse en un callejón sin salida para muchas personas, que terminaban suicidándose.

    Quizá sea por esto por lo que la Psicología recomienda hablar de los problemas, darles forma verbal para moldearlos en nuestra mente, dominarlos con palabras, dejar escapar parte de la presión que acumulan en nuestra cabeza, compartirlos con los demás.

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