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Vasquismos en castellano

En castellano existen palabras procedentes del vasco: son los vasquismos. En este artículo veremos tanto las palabras asentadas en el idioma y de uso general entre los hablantes como las palabras vascas introducidas por motivos políticos (incluso aceptadas en el DRAE), pero que los hablantes castellanos no las reconocen como propias.

Al haberse originado el castellano en territorios de influencia vasca (Cantabria, Norte de Burgos, Sur de Álava y La Rioja) se afirma en ocasiones que gran parte del léxico castellano inicial que no procedía del latín lo hacía del vasco, lo cual no parece cierto, aunque la influencia del sustrato vasco en la formación del castellano es evidente.
El asunto no es tan simple: muchas palabras patrimoniales no latinas, proceden del sustrato prerromano, aunque en ocasiones se relacionen con formas parecidas o comunes a las vascas: legaña (similar a lakaina 'hebra, aspereza’), socarrar (quizá relacionado con sugar 'llama' o sukar 'fiebre'), zurdo (posible origen común con zuhur, zur 'avaro' y zurrun 'inflexible, rígido'), alud (relacionado con lurte ‘corrimiento de tierra’).

También es frecuente considerar ejemplos de vasquismos palabras caracterizadas por la presencia de los sonidos /rr/ , /ĉ/ o /k/, cuando pueden tener otro origen o ser de creación onomatopéyica: cacharro (derivado de cacho, procedente del lat. caccŭlus), brusco (prerromano, pero de origen indoeuropeo), kiosko (tomado del francés kiosque que a su vez lo había tomado del turco), morro, cerro, urraca (nombre de pájaro identificado peyorativamente con una mujer, por lo que toma un nombre propio femenino similar a la onomatopeya urrac de su canto), ascua (no parece proceder del vasco ausko, de hauts 'ceniza' 'polvo').
Por otra parte, a menudo la palabra vasca tomada por el castellano es de origen latino, unas veces tomada directamente del latín (porque existió una romanización de los vascones más intensa de lo que a veces se reconoce) y otras del francés o el propio castellano: boina y chistera tienen su origen en las palabras latinas abonnis y cistella; chapela y chabola proceden del francés chapel y jaole (ant.) ‘jaula’; pelotari es una forma vasca derivada de la castellana pelota. Otras veces, la palabra no es vasca, pero tiene apariencia de serlo porque en su evolución se ha cruzado el elemento vasco: zarpa debe su z- a la influencia del vasco atzapar 'garra' y el sinonimo castellano zarria (procedente del vasco txar, que también originó charro ‘defectuoso, débil’), ya que etimológicamente viene de farpa, derivado del antiguo farpar ‘arpar’, ‘arañar o rasgar con las uñas’.

Antes del siglo XVI los documentos escritos en vascuence suelen limitarse a textos notariales y, posteriormente, los predicadores religiosos y versolaris siguieron teniendo dificultades para hacerse entender por quienes no pertenecían a su variante dialectal. Hay que tener en cuenta que se trata de un idioma muy fragmentado con, al menos, seis dialectos (occidental o vizcaíno, oriental o guipuzcoano, navarro, navarro-labortano, suletino y roncalés). El vasco no ha sido una lengua de cultura, por lo que su influencia en el léxico castellano ha sido muy limitada.

Los préstamos pertenecientes al vocabulario general no son muy numerosas: izquierda (de ezkerra), chatarra (txatarra, ‘lo viejo’), mochila (de motxil, diminutivo de motil ‘muchacho’), ganzúa,  pizarra (probablemente del vasco lapitz-arri ‘piedra de pizarra’, formado con el latino lapideus 'pétreo', y en el paso al castellano se perdió la sílaba inicial la- por considerarla el artículo), chirimbolo (txirrindola, rodaja, bola), aúpa (interjección para animar o pedir levantar algo, derivada de hupatu, ‘levantar’).
Entre los préstamos vascos más antiguos y arraigados en el castellano abundan los que nombran el mundo rural y marino: cencerro, gamarrachaparro, zurrón, laya (herramienta de labranza), zamarra y chamarra  (cruce de dos palabras vascas: txamarra y zamar 'vellón de ganado lanar'), narria (‘cajón o escalera de carro para arrastrar grandes pesos’ o ‘mujer gorda y pesada’), angula (vasquismo de origen latino angilla), arangorri: (comp. de arrain y gorri, ‘pez rojo que vive en el Cantábrico’), bacalao (palabra que el vasco tomó del neerlandés), cococha, chirla, nécora, changurro (el animal y su guiso), gabarra (embarcación).

Otros préstamos son autorreferentes de lo vasco en campos semánticos como el juego (mus, órdago, amarraco), la comida y bebida (pacharán, chacolí, chistorra), la cultura y supersticiones características vascas (chistu ‘un tipo de flauta’, aurresku ‘danza tradicional vasca’, versolari ‘improvisador popular de versos’, aquelarre , práctica supersticiosa realizada en el akelarre ‘el prado del macho cabrío’, jorguín 'brujo, hechicero’) o la meteorología (chirimiri  ‘llovizna’).
Algunos vasquismos ya están en desuso como azcona ‘dardo’, zatico ‘pedazo de pan, mendrugo’ o agur (interjección de despedida que procede el latín augurium).

La revitalización de la lengua vasca a partir del último cuarto del siglo XX ha estado muy ligada a las reivindicaciones políticas del nacionalismo, por lo que no extraña que la mayor parte de las palabras vascas que han aparecido en los últimos años en los textos en castellano pertenezcan al campo semántico de la política, sin olvidar que la necesidad de informar sobre el terrorismo de ETA también ha favorecido la adopción de palabras relacionadas con este mundo.

Esta entrada de vasquismos políticos son siempre autorreferentes de lo vasco y se debe a un excesivo respeto de los hablantes castellanos (especialmente de los políticos y periodistas) por los términos originales: se diría que emplear los correspondientes términos castellanos nos convierte en menos democráticos y respetuosos con las instituciones del País Vasco. Llama la atención que la Real Academia Española no sólo haya acogido gran parte de estos términos, sino que lo haya hecho con la grafía original (preferencia de la k sobre la c, mantenimiento del grupo tz): ertzaina ‘policía’, Ertzaintza ‘Policía (institución)’, euskaldún ‘quien conoce y usa la lengua vasca’,  Euskera o eusquera ‘lengua vasca’, gudarisoldado’,  ikastola (neologismo creado por Sabino Arana para denominar la escuela donde se enseña en euskera), ikurriña  ‘bandera del País Vasco’,  lendakari ‘presidente’, zulo ‘agujero, escondite’, etarra (adjetivo formado por analogía con gentilicios como donostiarra o vizcaitarra...
Cuando se habla o escribe en castellano sobre la política vasca, deberían emplearse las correspondientes palabras castellanas, si existen, como hacemos con la mayoría de la instituciones que tienen una denominación original en otra lengua: si el Prime Minister es el “Primer Ministro” y el Président de la République es el “Presidente de la República”, no hay motivo para que el lehendakari no sea “el Presidente [vasco]”.

La revitalización de la lengua vasca no parece dar lugar a préstamos ajenos a la política y la administración, salvo el caso de zulo, que en España ya se usa con sentido más general y amplio: ‘agujero’, ‘vivienda pequeña y oscura’.

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Sobre nuestro artículo "Catalanismos en castellano"

Sobre nuestro artículo "Catalanismos en castellano"

Nuestro artículo “Catalanismos en castellano”, de hace unas semanas, tuvo una gran difusión que nos sorprendió gracias a que una de nuestras seguidoras lo enlazó en Menéame.net. Pero aún nos sorprendió más la polémica de tintes políticos que se desató entre los “meneantes”. (De los comentarios insultantes y de muchas tonterías que se dijeron, no hablaremos por higiene intelectual).

Nuestra intención sólo era la de ofrecer una muestra (por supuesto, incompleta: reconocemos la grave omisión de capicúa) de las palabras que el castellano ha tomado del catalán, o de otros idiomas a través del catalán, y constatar la influencia de esta lengua sobre la nuestra. La existencia de esas palabras no modifica la importancia (siempre subjetiva) ni del catalán ni del castellano, solo evidencia (como los castellanismos del catalán) la relación de ambos idiomas durante siglos.
Una lengua no es más o menos importante por haber prestado o tomado palabras de otras lenguas. Las lenguas reflejan la historia de los pueblos que las han hablado y las relaciones que han tenido con otros pueblos.
Sobre esto, tomamos prestadas las palabras de Alberto Bustos, en el artículo "Catalanismos en castellano"" de su Blog de Lengua Española: “El catalán y el castellano son lenguas hermanas: las dos han salido de la misma madre, el latín, y se han criado en la misma casa, la Península Ibérica. Han crecido juntas, y como buenas hermanas que son se han prestado muchas cosas a lo largo de los años".
Como la ignorancia siempre es atrevida, un buen número de personas se atrevieron a poner en duda la ‘catalanidad’ de algunos préstamos que proponíamos con argumentos que no sólo demostraban su desconocimiento, sino también que no habían leído nuestras advertencias sobre a existencia de préstamos indirectos y las dudas existentes sobre el verdadero origen de algunos de ellos:
“…tenemos en cuenta, al menos, dos dificultades. Una, el que, además de los préstamos directos, haya otros préstamos procedentes de terceras lenguas (francés, italiano, griego...) que entraron en el castellano a través del catalán; y dos, el hecho de que este idioma tuviera una evolución fonética con rasgos similares a los del occitano (o provenzal) y el francés hace surgir, a menudo, dudas sobre si un préstamo procede de una u otra lengua”.
No podemos negar que en nuestro repertorio había términos dudosos en cuanto a su procedencia, pero los incluimos porque los argumentos favorables a una procedencia inmediata del catalán nos convencían más que los contrarios a dicha procedencia.
El origen latino de una palabra no implica que sea patrimonial de todos los idiomas romances: hay que atender a su forma y a su significado. Se considera que se ha recibido como préstamo cuando la forma de una palabra delata que su evolución fonética se ha producido de acuerdo con las normas de otra lengua, de la que ha sido tomada; o cuando presenta un significado que adquirió previamente en una lengua, de la cual fue tomado, porque no existía en latín.
Por ejemplo, el topónimo Cataluña es un catalanismo: de Cattalŏnia, en castellano deberíamos decir Catalueña (como en el siglo XIII), porque es propio de nuestro idioma que la ŏ diptongue en ue ante yod (de dŏnna, dueña; de sŏmnium, sueño, etc.). Paella es catalanismo, porque patella, que en latín era ‘plato en que se cocía la vianda y se servía a la mesa’, en castellano evolucionó a padilla y en catalán a paella, de donde la tomó nuestro idioma, para dar nombre a una comida, no así al recipiente en que se cocina, para el que hemos creado paellera. Parafernalia, palabra de raíz griega, con el significado de ‘conjunto de cosas, equipamiento’ es un anglicismo, porque fue en inglés donde adquirió dicho significado y de esa lengua lo hemos tomado.

El que una palabra proceda de otra lengua anterior, tampoco invalida el considerarla catalanismo, si ha sido el catalán el idioma a través del que ha entrado en el castellano. Nadie niega que guerrilla (diminutivo del germanismo guerra; germ. *werra, ‘pelea, discordia’) es un castellanismo que ha pasado a multitud de lenguas, porque fue en nuestro idioma donde adquirió el significado de ‘lucha de un pequeño grupo de paisanos, que combate a un ejército enemigo’, es decir, no es un diminutivo propiamente dicho que significara ‘pequeña guerra’.
Un mismo término puede tener la misma forma, o parecida, en catalán, francés, aragonés o italiano. Para determinar de qué lengua es préstamo se deben tener en cuenta criterios extralingüísticos (relaciones sociales o históricas entre los territorios; momento de la aparición en cada lengua, etc.).

No pretendemos sentar cátedra en ningún asunto de los tratados en este blogo. En unos casos, puede haber diferentes opiniones fundamentadas; y siempre hay lingüistas mucho mejor preparados, que han dedicado un gran esfuerzo a estudiar lo que nosotros exponemos brevemente y un tanto a la ligera.
No obstante, para quienes quieran crearse su propia idea sobre los catalanismos del castellano, ofrecemos las fuentes que utilizamos en nuestro artículo:
Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Coromines y José Antonio Pascual.Enciclopedia lingüística hispánica de G. Colón.
Tesis doctoral de Marta Prat Sabater:
“Préstamos del catalán en el léxico español”
Historia de la lengua española de Rafael Lapesa
Manual de Gramática Histórica de R. Menéndez Pidal.
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Catalanismos en castellano

Los catalanismos son 'las palabras o giros lingüísticos procedentes del catalán que se emplean en otras lenguas'. También se llama catalanismo a 'las palabras y construcciones propias del castellano hablado en Cataluña, Valencia o Baleares y las que, en un momento dado, pueden emplear los catalanohablantes al expresarse en castellano'.
Aunque el Diccionario de la RAE no reconoce el sentido de 'préstamo de la lengua catalana' existen unos 700 catalanismos vigentes en castellano, además de otros muchos anticuados o en desuso. Esto demuestra la importante influencia que durante siglos ha ejercido el catalán sobre el castellano, a pesar de que es más frecuente insistir en la influencia inversa. Y es que la proximidad geográfica y las relaciones políticas y culturales han favorecido desde siempre el intercambio de léxico entre ambas lenguas.

En este artículo nos centraremos en las palabras que, procedentes del catalán, son de uso común en castellano, aunque tenemos en cuenta, al menos, dos dificultades. Una, el que, además de los préstamos directos, haya otros préstamos procedentes de terceras lenguas (francés, italiano, griego...) que entraron en el castellano a través del catalán; y dos, el hecho de que este idioma tuviera una evolución fonética con rasgos similares a los del occitano (o provenzal) y el francés hace surgir, a menudo, dudas sobre si un préstamo procede de una u otra lengua.
Quizá los préstamos catalanes más significativos son palabras relacionadas con la navegación, la geografía, el comercio y la pesca, por la primacía del comercio marítimo catalán en el Mediterráneo entre el siglo XII y el final de la Edad Media.
En cuanto a la navegación, hay nombres de embarcaciones (buque, bajel, bergantín, galera, nao, esquife...), partes o dependencias de ellas (antena, cofa, andarivel, balso, serviola...), maniobras y actividades (viaje, bojar, aferrar, empalmar, calafatear, amainar, encallar, zozobrar, al socaire...), tripulantes (capitán, timonel, maestre, contramaestre, bogavante, ‘remero’...).
En la geografía encontramos fenómenos atmosféricos (tramontana, jaloque, viento maestral, amainar...), accidentes geográficos (golfo, freo) o construcciones humanas (muelle ‘embarcadero’).
Palabras propias del comercio son: bala ‘fardo de mercancía’, mercería, mercader, oferta, granel, balance, peaje, pujar, cotejar, lonja, avería ‘daño en la mercancía’...
Y acerca de la pesca y animales marinos: palangre, calamar, anguila, jurel, rape...

La prosperidad artesanal catalana hasta el s. XVI e industrial a partir del XIX, ha favorecido la entrada en el castellano de catalanismos referidos a distintos oficios o al trabajo en general (artesano, obrador o faena). Relacionados con la indumentaria y lo textil: falda, faja, sastre, calceta, cortapisa ‘guarnición de tela’, brocado, guante, quijote ‘pieza del arnés’; con los metales y la orfebrería: metal, molde, crisol, ferretero, buril o esmalte; con la arquitectura: capitel, escayola, nivel o formalete; con las artes gráficas: imprenta, prensa, lardón, papel o, cartel; con el transporte: carreta, volquete o carruaje. Otros préstamos relacionados con distintas actividades son grúa, pantalla, pincel, cordel, dosel...

Como todo no va a ser trabajo o devoción cristiana (de donde proceden seo, sor o maitines), también hay catalanismos referidos al ocio: festejar, sardana, gresca, burdel, naipe, justa, volatería, cimbel o cohete.

Catalanismos pertenecientes al mundo natural son: bosque, follaje, palmera, boj, trébol, clavel, escarola, borraja, coliflor, caracol... En parte, relacionados con los anteriores, tenemos los referidos a los alimentos y la comida: convite, paella, confite, chuleta, ensaimada, butifarra, anís, dátil, manjar, coca ‘torta’, alioli... En el ámbito de la casa y lo doméstico, encontramos: barraca, escabel, frazada, picaporte, reloj, retrete...
Es curioso descubrir que existen muchas palabras procedentes del catalán que se aplican a personas de mala condición: bandolero, gandaya, forajido, orate, esquirol, panoli, pollastre ‘jovenzuelo’. En este apartado podríamos incluir la palabra forastero, que empezó teniendo un sentido peyorativo similar a charnego (catalanismo del siglo XX) y que del que aún no se ha desprendido totalmente.

Muchos catalanismos han pasado por nuestra lengua y después han dejado de usarse. Unos aún están en el DRAE con marca o no de desuso (oraje ‘borrasca’, bel ‘bello’, usaje ‘moda, uso’, jaquir ‘dejar’) y otros ni siquiera aparecen (tinel, vidriol, pebrel).
Quizá, dentro de unos años se encuentre en este caso uno de los catalanismos más utilizados por los españoles durante los dos últimos siglos: peseta.
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Americanismos en el español general

Los americanismos son las palabras procedentes de las lenguas indígenas americanas que entraron en el español a partir del descubrimiento del continente. Los conquistadores y cronistas tuvieron que recurrir a las palabras de los nativos para nombrar las realidades desconocidas que se encontraron en un mundo exótico.
La utilización de palabras indígenas en el español empezó con el mismo descubrimiento: En el Diario del primer viaje de Colón ya aparecen voces taínas. Fernández de Oviedo, en su Historia general y natural de las Indias (1535-1557) necesita recurrir a más de 500 americanismos para describir la flora, la fauna y la etnografía del nuevo continente; y Bernal Díaz del Castillo en Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (a. 1575), usa más de ochenta. A menudo, estos americanismos se dieron a conocer en construcciones que recurrían a la disyunción (término indígena o palabra española): “ají o pimiento”, “reyes o caciques”, “canoa o barca de las que tienen los indios"…
Especialmente a partir de la independencia de los países americanos, se publicaron numerosos repertorios y diccionarios de americanismos, porque los lexicógrafos de estos países quisieron destacar la aportación de las lenguas indígenas al español. Sin embargo, mucho de esos términos no pertenecen al español general, sino que son localismos o solo los emplean hablantes indios; por otra parte, suelen referirse a herramientas o técnicas agrícolas y artesanas o a vestidos y costumbres locales.
En el español peninsular, aunque algunas palabras dan nombre a productos muy comunes (tomate, tabaco, chocolate...), la influencia ha sido más reducida, porque no existen muchas de las cosas que nombran los americanismos. En el Diccionario de Autoridades (1726-39) solo se incluían unos 150.
Los primeros indigenismos son de origen taíno, lengua de la familia arahuaca hablada en las islas de La Española y Puerto Rico. Los de este origen forman el grupo más numerosos de americanismos en español, porque fue con los hablantes de esta lengua con quienes se tuvo el primer contacto con la realidad del nuevo continente, y muchas de sus palabras, ya asumidas por los conquistadores, se extendieron al resto de América sustituyendo a las propias de otras regiones. Esto explica que sean mucho más numerosos los términos taínos que los nahuas o quechuas, a pesar de que su desarrollo cultural y político era muy inferior al de los mayas o los incas. Taíno es el primer americanismo aceptado por el español: canoa, que ya incluyó Nebrija en su Diccionario. Posteriormente se difundió a numerosas lenguas europeas.

Palabras de origen taíno o arahuaco son, además de canoa: cacique, maíz, batata, carey, enaguas (naguas), sabana, barbacoa, guacamayo, tiburón, yuca, hamaca, huracán, iguana, caimán, ají, ceiba, caoba, guayaba. Aunque suele citarse tabaco, el DRAE (2001) considera que es palabra árabe; quizá los conquistadores aplicaron el nombre de otra planta conocida a la que se encontraron en América (sería un americanismo por cambio de significado, no por origen).

De las lenguas caribes, habladas en la región de Venezuela y las Guayanas son: caimán, caníbal, loro, piragua, butaca, boniato, batea, mico, colibrí, papaya.

Del nahua o náhuatl, lengua hablada en la altiplanicie mexicana y la parte de América Central, proceden: aguacate, cacahuete, cacao, chocolate, hule, petate, petaca, jícara, tiza, tomate, chicle quetzal, coyote, mapache o el gentilicio azteca.

En la zona andina se encontraron nuevos animales y productos que eran desconocidos en el caribe y se recurrió a palabras del quechua o del aimara: alpaca, vicuña, llama, coca, guano, cóndor, mate (3), papa ‘patata’, pampa, carpa ‘toldo’, puma, chinchilla.

Del guaraní, hablado en la cuenca de los ríos que confluyen en el Río de la Plata, son los nombres de muchos animales y plantas de Brasil y Argentina, algunos de ellos conocidos en Europa: tapir, tapioca, mandioca, ñandú, jaguar o yaguar, yacaré, ananás, ñandú, ombú. También son de este origen términos como maraca o catinga.

Del mapuche o araucano tenemos: gaucho, poncho, o malón (‘ataque de los indígenas’ o ‘felonía inesperada’).

Los hablantes americanos podrán aportarnos muchas más palabras que utilizan habitualmente, y que proceden de lenguas amerindias, pero muchas de ellas no son comunes en otros países de habla hispana.

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Pronunciación de la V

Cómo se pronuncia la v en castellano es un tema que levanta pasiones entre muchos hablantes de nuestra lengua.
La respuesta es muy sencilla: la v se pronuncia igual que la b, porque son las dos letras que sirven para representar el fonema /b/.

En castellano, ningún hablante nativo distingue de forma natural un supuesto fonema labiodental sonoro /v/. Sin embargo, las dudas nacen en la escuela, donde con bastante frecuencia se oye la falsa afirmación de que “nuestro idioma se escribe como se pronuncia” además de que el fetichismo de las letras hace creer que si en la escritura existe una v y una b, en la pronunciación también deberían existir. A este prejuicio ortográfico se añade el considerar prestigioso diferenciar fonemas que otros hablantes confunden ( y / ll , s / z). En el caso de la b y la v, el prestigio nace de una larga tradición erudita que ha tratado de crear en nuestro idioma la distinción que existe en otras lenguas (francés, italiano, inglés...)

Antes de continuar, conviene dejar claro que las lenguas son, ante todo, orales, como se puede deducir del hecho de que la misma palabra designe al órgano bucal que nos ayuda a modular los sonidos del habla y al sistema de comunicación. Las que no tienen hablantes son, en el mejor de los casos, lenguas muertas o artificiales. La escritura es sólo un sistema de representar lo que se habla y oye, para facilitar su transmisión en el espacio y el tiempo. Por esto, se puede afirmar que no tiene sentido discutir sobre cómo se pronuncian las letras: debería hablarse de qué letra representa cada sonido y pronunciación.

La tradición erudita comenzó en el Renacimiento, cuando Nebrija y otros estudiosos del latín describieron y diferenciaron las pronunciaciones de la v y la b en latín. A partir de ahí, muchos quisieron aplicar la buena pronunciación latina a la buena pronunciación castellana y se creó la falsa idea de que la v correspondía a un fonema propio y diferenciado de /b/.
Esta falsa idea la defendió la Real Academia Española desde su Ortografía de 1754 hasta la de 1911 a la vez que pedía a los maestros que inculcaran en los niños la pronunciación diferenciada de b y v.

En contra de esta pseudoerudición están las evidencias lingüísticas.
Según Navarro Tomás, la confusión entre la v y la b ya está en algunas inscripciones hispanorromanas y debía ser propia del latín hispánico, hasta el punto de que en Roma se burlaban de que los hispanos no distinguieran entre vivere (vivir) y bibere (beber). En la escritura medieval la b representaba el sonido bilabial oclusivo, y la v el bilabial fricativo; pero hacia el siglo XVI se perdió esta diferencia, identificándose una y otra en la pronunciación y representando ambas igualmente, como hoy vemos, los sonidos /b/ (oclusivo) y /β/ (fricativo).
Menéndez Pidal también destaca que, aunque el latín vulgar distinguía la pronunciación de b y v en posición inicial de palabra, se daban confusiones que propendían a favorecer la pronunciación bilabial como b.
Aunque los gramáticos de los siglos XV y XVI decían que b y v se pronunciaban de distinta manera, advertían que a menudo se confundían. Los del siglo XVII ya reconocen una confusión generalizada en la pronunciación y ortografía de las dos letras, porque se perdió la oposición fonológica de los sonidos bilabial fricativo (antigua v) y bilabial oclusivo (b). En todo caso, nunca fue un sonido labiodental, porque desde los orígenes el castellano tendió a evitar dicha articulación: sólo hay que fijarse en la eliminación de la f- inicial (también labiodental)
El Diccionario de Autoridades de la RAE afirmaba que “los españoles no hacemos distinción en la pronunciación de estas dos letras”, pero también que “es más connatural a nuestra manera de hablar la pronunciación de la b que la de la v” y en la definición de la V dice que “su pronunciación es casi como la de B; aunque más blanda, para distinguirla de ella...”

No deben temerse las confusiones en casos como vaca /baca; valido /balido; sabia /savia, etc. El contexto suele aclarar el sentido de la misma forma que en otros homónimos (presa, colonia, cerca, errar/herrar, honda/onda, etc.) y si no lo hace estaríamos en el mismo caso que con otros homónimos o parónimos (ojear / ojear / hojear, puya/pulla, olla/hoya, etc.)

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Lusismos en el español

Los lusismos son las palabras procedentes del portugués que han entrado en otra lengua. También se denominan lusitanismos, un término más tradicional, pero menos frecuente en la actualidad. En este artículo sólo citaremos ejemplos de lusismos que son de uso común en la lengua castellana, pero no nos detendremos en aquellos cuyo uso se restringe a zonas limítrofes con Portugal o Brasil o a las Islas Canarias (escala en las rutas de las navegaciones portuguesas y con fuerte inmigración de este origen durante los siglos XV y XVI).

Durante la Edad Media, el gallego-portugués tuvo gran importancia como lengua de la lírica amorosa, lo que favoreció que el castellano tomara palabras portuguesas, muchas de ellas, hoy en desuso: coita ganó la batalla a la forma castellana cueita (usada hasta 1300, por Alfonso X, Berceo y el autor del Libro de Alexandre) pero desapareció a partir de 1500 (posteriormente puede encontrarse en Lope de Vega, 1600, como arcaísmo); ledo ‘alegre’, triunfó en el lenguaje poético, a partir del siglo XIV, sobre la forma castellana liedo; afeitar ‘maquillarse’ cayó en desuso pero tomó un nuevo significado y afeite ‘cosmético’ ya es arcaísmo. Sin embargo, permanecen regañar, moho, pulla o zorro (del portugués zorro ‘holgazán’, derivado de zorrar ‘arrastrar’). También es posible que las palabras derivadas de enfado (enfadarse, desenfado, enfadoso) procedan del portugués medieval.

Desde el siglo XV (con los intentos de unión dinática entre Castilla y Portugal) y hasta el final de la unión lograda por los Austrias (1580-1640), lo portugués fue de buen tono y estuvo de moda en la corte. De esta época son las palabras mermelada (“os pedí una mermelada portuguesa”, Fray Antonio de Guevara 1521–1543), caramelo (“¿Poeta de caramelo?¡Qué dulce debe de ser!”, Tirso de Molina, 1612), despejar (“quien oy me ha visto teñida en sangre despejar vn muro De Turca gente...” Lope de Vega, 1609), sarao, (“Esta noche hubo gran banquete y sarao en el Palacio del Emperador”, Alonso de Santa Cruz, 1550), menina (“Gómez Freyle, menino de la princesa, danzó con otra menina, hija de Lope Hurtado”, Recibimiento que se hizo en Salamanca a la princesa doña Mª de Portugal, Anónimo de 1543).
En esta misma época la palabra castellana soledad tomó el significado de ‘melancolía, añoranza’ por influjo del portugués saudade. En este periodo la expresión portuguesa “achar menos” se transformó en echar menos (que evolucionó a echar de menos) y sustituyó a la castellana original “fallar / hallar menos”, empleada desde el Cantar de Mio Cid hasta Cervantes.
El imperio marítimo de Portugal fue anterior al español, por lo que el castellano tomó muchos términos portugueses relacionados con la navegación, la geografía y nuevos conceptos relacinados con ella: buzo, vigía, carabela, estela, chubasco, monzón (temporada, particularmente la propicia para navegar por haber vientos favorables), pleamar, cantil y acantilado, volcán, criollo. Algunos, como angra, están en desuso o se limitan a ciertas regiones del castellano: garúa (de caruja ‘niebla’) ‘llovizna’ en Canarias y América, laja ‘bajo de piedra’ en Andalucía y América, callao ‘guijarro’ en Canarias.
Por la misma razón, muchos nombres de peces y animales marinos proceden del gallego-portugués: almeja , mejillón, ostra, perca, cachalote, o el colectivo cardumen. El uso de las palabras de este origen se ha visto reforzado por el hecho de que algunos de estos animales son característicos de Galicia, desde donde se suministran al resto de España.

En sus empresas marítimas, los portugueses conocieron conceptos y productos exóticos procedentes de sus colonias en el Lejano Oriente o África y su lengua fue intermediaria entre el vocablo orignial y el que entró en castellano: del japonés, biombo, bonzo; del chino, charol, cha ‘té’ o mandarín; del árabe, tifón; del malayo, lancha. Otras palabras exóticas llegadas desde entonces a través del portugués son cafre ‘habitante de Cafrería, en Sudáfrica’, bambú, catre, carambola, pagoda, bengala (región del Indostán), malabar (región de la India), cachimba (procedente del bantú), cacatúa (voz onomatopéyica procedente del malayo), ananás.

A partir del siglo XVIII, se redujo la entrada de lusismos en el castellano peninsular, como consecuencia de la llegada al trono español de la dinastía francesa de los Borbones y la pérdida de importancia política y económica de Portugal. No obstante, siguieron llegando algunas palabras portuguesas: paria, barullo, chirigota, vitola (término procedente del ámbito militar). Parece ser que se debe a los autores modernistas hispanoamericanos la extensión del adverbio otrora (procedente del portugués outrora, pero tomado del hablado en Brasil).

Por las estrechas relaciones históricas entre Portugal y Castilla desde la Edad Media hasta los Siglos de Oro (periodo durante el que ambas lenguas nacen y llegan a su madurez), los lusitanismos del español y los hispanismos del portugués pueden considerarse, más que préstamos léxicos, un “explicable intercambio familiar” (Gregorio Salvador).
Las numerosas coincidencias e interferencias entre el portugués, el gallego y el leonés hace que, en muchos casos, sea difícil precisar si se trata de una palabra procedente del portugués o de un occidentalismo.

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W: pronunciación y avatares de esta letra


La W (uve doble) no fue admitida por la RAE, como letra de nuestro alfabeto, hasta su Diccionario de 1970. Su nombre es uve doble, ve doble o doble ve.

Se consideraba que no era una letra latina y sólo se emplea en palabras de origen extranjero, especialmente de idiomas anglosajones. En gramáticas, diccionarios y ortografías se repite la idea de que no es una letra que nos guste a los hispanohablantes, salvo para la lista de los reyes godos. Ya en 1663, Juan Caramuel, el primero que la citó, afirmaba que la w no entraba en la dicción española, pero la usaban los eruditos ocupados de los pueblos germánicos para trasladar los nombres de emperadores, ríos y lugares.
Sin embargo, no se puede decir que sea una letra extraña al alfabeto latino, sino que es una adaptación de éste (repetición de v o de u) para representar un sonido que no existe en latín ni en las lenguas romances: lo que es extraño es el sonido.

Es una letra que presenta problemas de pronunciación por su indefinición fonética y por tanto de escritura, cuando se quieren castellanizar los términos que la traen de otros idiomas: se puede mantener como 'w', adaptarla a 'v', 'b', o 'gu', o eliminarla. En palabras totalmente incorporadas al idioma es frecuente que la grafía w haya sido reemplazada por v simple (vagón, vals, vatio) o alterner dos formas (wolframio / volframio)
En otras, se ha sustituido por b: berbiquí (del neerlandés wimmelkijn) bismuto (del alemán wismut) y bata (de wate, a través del francés ouate, que también ha dado origen en español a guata).
En el caso de whisky, la RAE ha propuesto, con poco éxito, güisqui (como se adaptaron walda 'gualda', wante 'guante', werra 'guerra', wardja 'guardia'), pero podría haber optado por uisqui o huisqui.
En la palabra oeste (de west), ha desaparecido la w.

¿Cómo se pronuncia la w?

1- En los nombres de personajes godos (Walia, Witerico, Wanba, Witiza) y en los nombres Wenceslao o Wifredo se pronuncia como la v y la b. E incluso es admisible escribirlos con v. Es la misma pronunciación que se da en los nombres comunes asimilados totalmente al español con v, y aceptados por la RAE: vagón, volframio, vals.
2- En los nombres alemanes (propios o comunes) la pronunciación original era labiodental fricativa sonora, pero en español no existe dicho fonema, por lo que se pronuncia como b. Aunque, en el Diccionario Panhispánico de Dudas, la RAE permite que en los nombres propios se conserve la pronunciación alemana original, consideramos que resulta afectada.
3- En los nombres derivados del inglés se pronuncia como u semiconsonante, aunque no es extraño oírla, incluso en hablantes cultos, como gu-. Sin embargo, water (de W.C water-close) se pronuncia váter con el sentido de ‘retrete’, pero en otras composiciones se hace con gu- (waterpolo o Watergate) para evitar incómodas asociaciones de significado.


Hasta el siglo XIX, la W fue una letra reservada para algunos nombres propios germánicos, pero con la influencia del inglés entraron neologismos que tienen una w que se pronunciaba de forma novedosa. La Ortografía de 1870 de la RAE decide que las voces procedentes del alemán y los nombres célebres de los godos se pueden escribir con w y pronunciarse como v española (que hasta 1911 se recomendaba labiodental, aunque en el uso ya era bilabial), mientras que los nombres procedentes del inglés deben pronunciarse con u. En esos mismos años, algunos autores recomendaban pronunciar Uvélington Wellington y Váshington Washington.

Los detractores de la W afirman que no debe figurar en el alfabeto, pero no se ponen de acuerdo en cómo sustituirla: el uruguayo Adolfo Berro proponía en 1952 sustituirla por v, si procede del alemán, y por u, si procede del inglés; el cubano Mijares, sustituirla siempre por u; y Martínez de Sousa, asimilarla a la b o a la g.
Ezequiel Uricoechea, en 1872, y Jesús Mosterín, en 1981, propusieron incorporarla al alfabeto español para todas las palabras que empezaran por hue-: wevo 'huevo', werto 'huerto', werfano ‘huerfano’, deswesar ‘deshuesar’.

La confusión entre la grafía w de los godos o alemanes (con sonido de v y b), la w del inglés (con u semiconsonante) y el sonido y símbolo universal fonético [w] correspondiente a la semivocal de [u], ha hecho que la grafía W aparezca en palabras de otras procedencias: americanismos procedentes de pueblos conquistados por hispanohablantes y voces de otras lenguas que nos llegan a través del inglés: Kuwait (árabe), Taiwan (chino), kiwi (maorí).
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Sustantivos masculinos terminados en -a

En español muchos sustantivos masculinos terminan en –a, a pesar de que ésta es característica de los femeninos.
El único masculino patrimonial acabado en –a es día, con su derivado mediodía. Del resto, la mayoría son cultismos procedentes del griego, aunque también hay de otros orígenes.

1- Helenismos en –ma:
En griego eran neutros y conservaron este género en latín, aunque ya se percibía la influencia analógica de los femeninos en –a y en –ma (fama, flama, forma, lágrima). En otro artículo ya vimos que esta tendencia analógica fue muy fuerte en el paso del latín al castellano. Por esta razón numerosos helenismos que llegaron a través del latín aún se conservan como femeninos: amalgama, apotema, asma, broma, calma, cima, coma, crema, diadema, estratagema, flema, pantomima, pócima (apócima)...

Sin embargo, el origen erudito de los helenismos posteriores hizo que llegaran a nuestro idioma como masculinos. A partir del siglo XV, la recuperación del interés por la cultura clásica, favoreció la entrada nuevos términos griegos: dilema, idioma, lema, sistema, problema, teorema... Algunos de ellos (lema o sistema) vacilaron durante bastante tiempo y en los primeros diccionarios de la RAE fueron incluidos como femeninos. A partir del siglo XVIII, el desarrollo de las ciencias recurrió al griego para crear términos especializados que nombraran inventos, plantas, animales, enfermedades, métodos, conceptos. Este es el origen de adenoma, aerograma, celoma, criptograma, diaporama, estoma, fotograma, hematoma, lexema, programa, soma, telegrama, trauma, tripanosoma...
Esta presión erudita consiguió que antiguos helenismos femeninos (o ambiguos) pasaran a ser masculinos. Hasta la época clásica, incluso en los primeros diccionarios de la RAE, podemos encontrar como femeninos: apotegma (hasta 1605), aroma (h. 1609), cisma (h.1679), clima (h. 1604), dogma (h. 1454), drama (h.1656), enigma (h. 1624), fantasma (1798) prisma (h.1654), sofisma (h.1454).
La doble presión de la analogía y la etimología ha hecho que los helenismos en –ma hayan quedado divididos en dos bloques: los femeninos y los masculinos. Algunos de ellos siguen como ambiguos en la norma culta y el DRAE: anatema, aneurisma, crisma, dracma, enzima, esperma, reuma.

2- Helenismos en –ta:
El caso de estos es similar al anterior, porque eran masculinos en griego y latín, pero en castellano antiguo se consideraron femeninos: la planeta (h. 1520) y la cometa (h.1670). El uso culto impuso el masculino para los significados relacionados con la Astronomía y dejó el femenino para otros significados: la planeta ‘un tipo de casulla’ y la cometa ‘juguete’, ‘juego de cartas’.
Otros helenismos en –ta nunca fueron considerados femeninos, porque estaban referidos a los varones. Actualmente, algunos son de género común porque pueden referirse también a las mujeres: asceta, atleta, déspota, eremita, nauta, poeta, profeta.

(Los numerosos cultismos y términos técnicos que son masculinos en –a han llevado a la ultracorrección en el caso de mapa, que procede del femenino latino mappa y nació como tecnicismo).

3- Sustantivos que designan a hombres que desempeñan oficios considerados propios del hombre:
Además de los que son helenismos en –ta, encontramos: el papa, el cura, el vigía, el espada, el corneta... Muchos de ellos se han generado por metonimia y, la mayoría ya se consideran de género común.

4- Sustantivos de origen árabe u oriental, referidos a los ámbitos del pensamiento o la religión:
Son masculinos los sustantivos: el karma, el lama, el mahatma, el nirvana, el mantra.

5- Sustantivos de las ciencias naturales:
En puma, gorila se ha impuesto el masculino para designar el nombre de la especie y se reserva el femenino para la hembra. En boa predomina el femenino etimológico y en llama el femenino analógico, aunque en este último caso hay más vacilación por la tendencia cultista de algunos hablantes. La misma razón etimológica explica algunos casos de los termitas: procede del masculino latino termes a través del francés termite, también masculino.

6- Denominaciones de productos a partir de un topónimo:
Se originan por metonimia y presuponen “el vino de”, “el licor de”, “el producto de” : el rioja, el málaga, el borgoña, el jumilla, el tequila, el champaña...

7- Nombres de idiomas, colores, números y notas musicales:
Los nombres de los idiomas proceden de los adjetivos gentilicios y presuponen el apelativo “el idioma”: el persa, el maya, el quechua, el celta... También presuponen su apelativo los colores: el (color) grana, el naranja, el púrpura, el rosa, el violeta... y los números: el (número) treinta, el cuarenta, el cincuenta..., y el capicúa. En las notas musicales la y fa influye la terminación de otras notas: do, re, mi, sol.

8- Palabras y expresiones sustantivadas:
Cuando se sustantivan formas verbales, adverbios, preposiciones, exclamaciones o locuciones latinas, suelen hacerlo en masculino: el mañana, el sí, el tira y afloja, el para, el tanto monta, el Dei Gratia, el non plus ultra...

9- Los nombres propios de ríos, lagos, montes, teatros, libros, equipos deportivos, etc:
Como en los casos 6 y 7, se sobreentiende el nombre común: el (río) Pisuerga, el Guadiana, el Sena, el Volga...; el (lago) Constanza, el Victoria, el Titicaca...; el (monte) Himalaya, el Etna, el Masaya, el Nina...; el (teatro) Lara, el Florida, el Reina Cristina...; el (libro) Ramayama, el Mahabbarata... aunque, en este caso, la tendencia latina era el femenino: La Iliada, La Odisea, La Biblia, La Gramática de [...]; el (equipo) Celta, el Puebla, el Toluca, el Boca, el Universidad Católica...

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Arabismos en el español de la agricultura y la jardinería

El castellano conserva numerosos arabismos léxicos en el ámbito de la agricultura y la jardinería. Aunque algunos de estos arabismos tienen relación con la agricultura de secano, la mayor parte se refiere a los productos de regadío y a todo lo relacionado con el riego.

En la época romana se había desarrollado la agricultura extensiva, con la introducción del arado romano y, los árabes no aportaron demasiadas novedades, por lo que se siguieron empleando los términos latinos. Con nuevas técnicas de aprovechamiento del agua, los árabes desarrollaron la agricultura de regadío, que favoreció la introducción o desarrollo de cultivos de frutales y hortalizas que necesitaban agua.

Las novedades en los trabajos y productos agrícolas se reflejaron en novedades léxicas que el castellano fue adoptando.

Referidos a la organización del terreno agrícola tenemos los términos bancal, baldío, y acirate((‘loma que sirve de lindero’ o ‘senda que separa dos hileras de árboles’).

Relacionados con todo lo que supone aprovechar la escasa agua para regar los campos: la noria y el azud sacan el agua del subsuelo o los ríos; se almacena en alberca y aljibes; se distribuye por arcaduces y acequias y se reparte entre los agricultores en alemas (en Navarra, ‘porción de agua repartida por turno’) o adores (en Aragón, ‘tiempo señalado para el riego’), aunque mediante acirates (‘caballones, lomos de tierra para contener o dirigir el agua de riego’) pueden jaricar (en Murcia, ‘reunir en un mismo cauce las hilas de agua de varios propietarios, para regar cada uno de ellos con el total de agua durante el tiempo proporcionado a la cantidad de ella que ha aportado al caudal común’).

Los agricultores acollan el pie de las vides y cavan alcorques al pie de los árboles, algunos de ellos con nombre árabe: naranjo, alcornoque, algarrobo, acebuche (‘olivo silvestre’), alerce (‘árbol similar al cedro’).
Frutos de árbol son las aceitunas, que producen aceite, los albaricoques, los limones, las azufaifas, las algarrobas, las bellotas, las limas y las naranjas, cuya flor es el perfumado azahar.

En los campos y huertas regadas se cultivaban hortalizas y frutas: alcachofas, berenjenas, espinacas, acelgas, zanahorias, alcaraveas o chirivíasalubias, sandías o arroz; condimentos: azafrán, y ajonjolí; plantas forrajeras: alfalfa y altramuces. Los árabes introdujeron en la Península el cultivo del algodón y la palabra que denominaba la planta. Otros productos que se quedaron con el nombre dado por los árabes fueron la cúrcuma y el alazor.

Los términos árabes también llegaron, más escasamente, a los terrenos de secano: se denominó alcacer al lugar sembrado de cebada y a la misma cebada cuando está verde y en tallo. A la típica flor que crece en los sembrados de cereales se la llamó ababol o amapola (palabras formadas por mixtura de elementos latinos y árabes). Incluso para algunas plantas silvestres, como la jara, la atocha y la retama, empleamos nombres arábigos.

La jardinería, una forma especial de agricultura con fines ornamentales tuvo un enorme desarrollo en la cultura árabe, gracias al aprovechamiento del agua. Llegaron nuevas plantas y flores, con su nombre árabe, y otras plantas con nombre latino adoptaran el nuevo que les daban quienes las cuidaban en los jardines. Por esta razón abundan los arabismos en el campo de la jardinería: arriate, adelfa, ajenuz (‘arañuela’), albahaca, alhelí, alhucema (‘espliego’), arrayán, azucena, jazmín, nenúfar...

Género y terminación: del latín al castellano

El género de los sustantivos en español es, en la mayoría de los casos, el mismo que tenían en latín, excepto los que en esta lengua eran neutros, porque este género se perdió en nuestra lengua. No obstante ha habido algunos cambios de género o forma en el paso del latín al castellano.
En latín, la oposición de las terminaciones –u/-a ya se sentía en muchos casos como una oposición masculino / femenino, porque la mayoría de los sustantivos terminados en –u (que evolucionaron a –o en castellano) eran masculinos y la mayoría de los terminados en –a eran femeninos.
Como ya expuso Ángel Rosenblat (“Morfología del género en español. Comportamiento de las terminaciones –o, -a” NRFH, XVI, 1962) en el paso del latín al castellano, se produjo un doble proceso de analogía: el género se acomodó a la forma y la forma al género.

Cambio de género motivado por la terminación:

  • Los femeninos en –us y los neutros en –u, –us –um pasaron al castellano con género masculino: tempus ‘teimpo’; mancipium ‘mancebo’.
  • Los nombres de árboles y arbustos, que en latín eran femeninos en –us, pasaron a ser masculinos: ulmus ‘olmo’; fraxinus ‘fresno’; platanus ‘plátano’; cerasus ‘cerezo’; pinus ‘pino’; sabucus ‘saúco’; thimus ‘tomillo’. En cambio, los nombres de frutas, que eran neutros (pirum, citrum, pomum...) pasaron a ser femeninos a partir de la forma del plural en –a con valor colectivo..
  • Surgió la oposición –o /–a, que diferenciaba árbol y fruta y se mantuvo en préstamos de otras lenguas, como el árabe: naranjo / naranja.
  • La oposición –o /–a con valor léxico se extendió a otros campos y con otros valores: leño /leña; saco /saca; barco / barca; cesto / cesta, huerto / huerta, olmo / olma...
  • A veces, esta oposición –o /–a con valor léxico está acompañada de la oposición del término culto masculino y del termino popular femenino procedente de neutro plural: voto / boda; folio / hoja; pacto / pauta.
    Cambio morfológico motivado por el género etimológico:

  • Los nombres de algunas piedras preciosas, que en latín eran del género femenino y terminaban en –us, pasaron al castellano con terminación en –a: amethystus ‘amatista’; smaragdus ‘esmeralda’. En ello, seguramente influyó la presencia en aposición (o sobreentendida) de la palabra piedra.

    Son muy pocas las palabras que han cambiado a la vez de género y terminación, y han pasado de un masculino en –u al femenino en –a o viceversa. Dentro de estas excepciones encontramos calceus (masc) ‘calza’ y medulla (fem) ‘meollo’. El caso de meollo procede de considerar el femenino singular medula como un neutro plural y, a partir de él, crear un neutro analógico, medullum.

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    El artículo árabe "al" en español

    El artículo al- es el arabismo morfológico más evidente en la lengua española. Habitualmente, al hablar de arabismos nos referimos sólo al aspecto léxico, pero no deben olvidarse las influencias morfológicas y sintácticas. En este artículo nos centraremos en el artículo al-, elemento morfológico que se encuentra en un gran número de sustantivos tomados del árabe y que influye en otros de distinta procedencia.

    En árabe, el artículo al- presenta a los sustantivos cuando se refieren tanto a seres determinados como a los conceptos. Por esta razón, los sustantivos que han pasado al español mantienen el artículo árabe unido a la raíz léxica, pero ya sin el valor de artículo, por lo que en nuestro idioma se pueden acompañar de los artículos y otros determinantes según la norma general (el alcalde, la alfombra, esta almohada, etc.) y se conserva en los derivados de esos sustantivos incluso cuando se trate de otra categoría gramatical (alfombrar, alborotar, alevoso).

    Este artículo también está presente en muchos otros arabismos, aunque no incluya la /l/. La razón es que el lam árabe se asimila a las llamadas “letras solares” (las que se pronuncian con los dientes y la lengua: dentales, sibilantes, /l/, /r/ y /n/): azar, arrope, azúcar, azafrán, adarga, aduana, etc.; aunque también podemos encontrar palabras en las que la /l/ no se ha asimilado a la letra solar siguiente: aldea, altramuz.

    La presencia generalizada del artículo al- en los sustantivos tomados del árabe y el gran número de éstos han contagiado ese elemento inicial a otros términos. Se pueden distinguir tres tipos de palabras que presentan al- inicial sin ninguna razón etimologica:
  • Palabras que han tomado al- o a- protéticos: alpiste (lat. pistum), almadreña (lat. materiněa), aligustre (lat. ligustru), almiar (lat. [pertica] medialis).
  • Palabras que presentan una /l/ epentética: almendra (lat. amyndala), almirante (lat. amirate), almidón (lat. amidum).
  • Palabras en las que otra consonante implosiva es sustituida por /l/: almuerzo (lat. admordiu) o alborzo (lat. arbuteu).


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    En America están documentados desde el siglo XVI gracias al hallazgo de cartas escritas por andaluces establecidos en las Indias Occidentales.

  • Yeísmo:
    Es la pronunciación del fonema lateral palatal /ll/ como fonema palatal central /y/. Este fenómeno ya estaba detectado en el mozárabe y se pronunciaba yengua, ‘llengua’ . En el Reino deToledo, en el siglo XIV también se daba el yeísmo en el interior de la palabra y era propio del habla rústica y de los moriscos. La confusión de los dos fonemas dio lugar a ultracorrecciones: aller ‘ayer’, desmallo ‘desmayo’, etc. Con el final de la Reconquista, el fenómeno se extendió a Andalucía y, de ahí, pasó a América con los primeros conquistadores que eran mayoritariamente andaluces. Puesto que la pronunciación central es más cómoda y sencilla que la lateral, el yeísmo se contagió a personas con mayor rango social.

  • Omisión o neutralización de la -r y la -l implosivas:
    La omisión o confusión de estas consonantes en posición final de sílaba o palabra se ha documentado en España desde el siglo XII. En América suele encontrarse en las zonas costeras y de las islas del Caribe y más raro en las regiones interiores. Es más frecuente la pronunciación de /-r/ en lugar de /-l/ (argo, úrtimo) que la inversa (calbón, amol) aunque esta es la forma predominante en la región antillana. La pérdida de estas consonantes puede darse en todas las zonas que las confunden. Incluso se produce la vocalización en [i], ya documentada en Lope de Rueda, que se oye en Canarias, Murcia, Andalucía y en Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y Colombia (poique ‘porque’, taide ‘tarde’, vueivo ‘vuelvo’)
  • Aspiración o pérdida de -s implosiva:
    En amplias zonas de América, la aspiración o pérdida de la -s en final de sílaba o palabra es propia del habla popular, pero en el habla culta se conserva articulada con tensión o semiaspirada. En el siglo XVI se encuentran ejemplos de [h] (h aspirada) que se representan con ‘s’, porque se veía como una variante articulatoria. Hacia 1575 hay omisiones totales, ultracorrecciones y las asimilaciones de -s en -r son frecuentes: los reyes > ‘lo reyes’.

  • Relajación de la -d- intervocálica:
    Era manifiesta desde finales del siglo XIV en las desinencias verbales: -ades> -áis. Se propagó a otros casos en textos descuidados o vulgares, y a principios del XVIII en Madrid es corriente la supresión de la -d- en la terminación de los participios trisílabos o tetrasílabos de la primera conjugación, pero no en los bisílabos (quedao, amao, dado) ni en los sustantivos (soldado). La -d- ya se encuentra omitida en textos de Lucas Fernández y Gil Vicente (maldá, Navidá). Como en todos los casos de duda, se producían ultracorrecciones que demuestran la existencia del fenómeno: Sant Hosed, ‘San José’.

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    Significados de adefesio

    Actualmente la palabra adefesio define lo que es extravagante, ridículo o muy feo, pero originariamente se refería a hablar inútilmente o decir algo sin provecho, y más tarde a los despropósitos o disparates que se podían decir.
    Esta primera asociación a verbos de habla tiene su explicación en el origen de la palabra, que está en el título de la Epístola ad Ephesios de San Pablo, aunque la forma en que alude a él no resulta tan clara: mientras que la Academia, en su Diccionario, afirma que alude a las penalidades que pasó el santo en Éfeso durante su predicación, Gonzalo Correas lo relaciona con la inutilidad y el despropósito (entendido como ‘inconveniente’) de su predicación en Éfeso, donde pocos se convirtieron al Cristianismo y los idólatras terminaron expulsándolo de la ciudad:
    “Es hablar adefesios. Cuando lo que se habla no es con fruto. Adefesios se corrompió de ad efesios, a los de Efeso, a quien escribió San Pablo, y porque fueron pocos los convertidos a la fe, a causa de la ceguedad que tenían con el insigne templo de Diana y otras hechicerías gentílicas. Dicen acá adefesios cuando se habla con quien no entiende y del mismo que habla sin fruto y a despropósito” (Gonzalo Correas, “Vocabulario de refranes y frases proverbiales”, 1627)
    Según esta definición, se trataría originariamente de una expresión adverbial con el significado de ‘inútilmente’ y tendría su correspondencia, tanto formal como semántica, con la más coloquial “hablar a las paredes”, que resulta absurdo por inútil. Con este valor adverbial lo encontramos en el Viaje de Turquía de Cristóbal de Villalón, 1557, anterior al Vocabulario de Correas. (ejemplo 1)
    Muy pronto se interpretó la expresión adverbial como objeto directo del verbo que le precedía y tomado por un sustantivo que significaba ‘dicho absurdo o inútil’. (ejemplo 2) Ya convertido en sustantivo, pudo adquirir el significado que también le da Correas: ‘el que habla sin fruto y a despropósito’. El Diccionario Histórico de la Real Academia considera que también se ha utilizado como adjetivo, con el significado de ‘extravagante’. (ejemplo 3)
    Aunque la expresión original suponía una crítica tanto para quien hablaba (que no se daba cuenta de la inutilidad de sus palabras) como para los destinatarios (que por desinterés o falta de entendimiento no valoraban la conveniencia de lo dicho), muy pronto se eliminó la connotación negativa referida a éstos y adefesios se centró en la idea de ‘dicho extravagante, ridículo, absurdo, disparatado’. “Responder adefesios” es hacerlo con disparates que no corresponden a lo preguntado, sea por burla o por falta de entendimiento. (ejemplos 4)

    Como del dicho al hecho hay poco trecho, la expresión pasó de los verbos de habla a los verbos de acción: se podía pelear, visitar o vestir adefesios, es decir, sin responder a la lógica ni a la conveniencia. (ejemplo 5)

    Con el verbo vestir, volvió a tomarse adefesios como un sustantivo, lo cual fue fácil porque ya existía aplicado a lo que se dice y porque vestir y hablar con formas de expresarse que tienen la posibilidad de resultar ridículas o inapropiadas. Los adornos inútiles y los trajes ridículos y extravagantes por no resultar apropiados a la ocasión o estar pasados de moda empezaron a ser llamados adefesios. (ejemplos 6)

    De aquí, por un proceso de metonimia, tan frecuente en la lengua española, fue sencillo extender el uso de la palabra para aplicársela despectivamente a la persona que viste de forma ridícula o extravagante. (ejemplos 7)
    Con esta idea de fealdad y anormalidad, el uso de adefesio, (aplicado a la persona) no se limitó a señalar su vestuario y amplió su referencia al aspecto físico para designar a las personas muy feas o monstruosas. (ejemplos 8).

    Creemos que adefesio significó antes las prendas ridículas que la persona que las usa. Sin embargo, los diccionarios de la Real Academia Española recogieron la acepción de ‘la persona ridícula o extravagantemente vestida’ (1852), antes que la de ‘traje, prenda de vestir o adorno ridículo y extravagante’ (1884). A partir de 1914, la referida a la persona se amplió para referirse a cualquiera de ‘exterior ridículo y extravagante’ (por el vestuario, los adornos o el propio aspecto físico)

    En el Banco de Datos de la RAE, la expresión hecho un adefesio aplicada a un persona que resulta ridícula la encontramos por primera vez en obras de Galdós (ejemplos 9). Seguramente este autor la recogió del habla popular, que pudo crearla de forma similar a hecho un eccehomo, expresión mucho más antigua, que salió de la iglesia para aplicarla a la persona herida de aspecto lastimoso. (“Llevara una tunda de azotes que me dejara el maestro hecho un ecce homo”, Narváez de Velilla, Diálogo intitulado el capón, 1597):

    El significado ha seguido ampliándose y puede denominarse adefesio a todo lo que resulta muy feo, pero es especialmente frecuente aplicado a obras que pretenden ser artísticas (música, pintura, literatura arquitectura...), pero resultan muy malas o feas. (ejemplos 10)

    Derivados de adefesio, algunos diccionarios de la RAE (Dic. Manual de 1983 y 1989), incluyen los barbarismos o vulgarismos adefesiero, adefesieramente y adefesioso que se dan en algunos lugares de América.

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    Ejemplos de "adefesio" y "ad efesios"

    En esta entrada se reflejan los ejemplos a que se refiere el artículo "Significados de adefesio" y que no incluimos en él para no hacerlo muy farragoso.

    1- Expresión adverbial con verbos de habla y el significado de ‘inútilmente’:

    “Que es eso hablar adefeseos que ni se ha de hazer nada deso, ni habéis de ser oídos...” (Cristóbal de Villalón, “Viaje de Turquía”, 1557)

    2- Sustantivo con el significado de ‘dicho absurdo o inútil’:

    “Mendoza: Señor: el mío murió súpito.
    Rodrigo: Parece que habéis respondido un gran
    adefesio y disparate.
    Osorio: Pues, aunque lo parece, no lo es, que a su provecho ha hablado el señor Mendoza.”
    (Diálogos de John Minsheu, Anónimo, 1599)

    3- Adjetivo con el significado de ‘extravagante':

    “Es uno de los consejos adefeseos, como vos decíais denantes” (Cristóbal de Villalón, “Viaje de Turquía”, 1557)

    4- Respuesta disparatada por burla o falta de entendimiento:

    “...pero los indios, aunque entendían lo que se les decía, daban la respuesta muy adefesios, mofando y burlando de la persuasión y requerimiento que el religioso les decía,...” (Fray Pedro de Aguado, “Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada”, 1573-1581).
    “Porque no pocas vezes burlan de aquellos que por responder presto, no entendiendo lo que han oýdo, responden, como dizen, ad
    ephesios. Christo Nuestro Redemptor nunca respondía a los pensamientos secretos de los phariseos hasta que ellos descubrían lo que querían”. (Bernardo Pérez de Chinchón, “La lengua de Erasmo nuevamente romançada por muy elegante estilo”, 1533)

    5- La expresión adverbial aplicada a verbos de acción:

    “Andabatas eran un género de gladiatores que peleaban con los ojos cerrados. Andaban como perros tontos y a ciegas, tropezándose unos con otros, y, digámoslo así, peleando ad ephesios. Los visiteros que no caminan sobre mis reflexiones son unos andariegos ociosos que andan como Andabatas visitando ad ephesios, y a todo trapo”.( Fray Martín Sarmiento, “El porque sí y porque no”, 1772)

    6- Con el significado de ‘adornos inútiles y trajes ridículos o extravagantes’:

    “[En la construcción de las castañuelas] deberá buscarse (...) algo de rareza y extravagancia. (...) Por esta razón debe ponerse sumo cuidado en que, ó las Castañuelas, ó las cintas, ó el Baylarin á lo menos, tengan algun adefesio, que sorprenda y haga reir á quantos haiga en la sala”. (Fco. Agustín Florencio, “Crotalogía o ciencia de las Castañuelas”, 1792)
    “Por supuesto que, para las limeñas de hoy, aquel traje, que fue exclusivo de Lima, no pasa de ser un
    adefesio. Lo mismo dirán las que vengan después por ciertas modas de París y por los postizos que ahora privan”. (Ricardo Palma, “Tradiciones peruanas, IV”, 1877)
    ¿Pues cómo voy a salir a la calle con estos
    adefesios de ropa que he traído de mi pueblo? (Pérez Galdós, “Mendizábal”, 1898)

    7- Con el significado de ‘persona ridícula o extravagantemente vestida’:

    “Con decir que el hábito de las cayetanas era una sotana de clérigo, digo lo bastante para justificar el ridículo que cayó sobre esas benditas. Usaban el pelo recortado a la altura del hombro y llevaban sombrero de castor. Lucían además una cadeneta de acero al cuello y pendiente de ella un corazón, emblema del de Jesús.
    Tales prójimas eran en la calle un mamarracho, un reverendo adefesio”. (Ricardo Palma, “Tradiciones peruanas, I”, 1872)
    “Oh!, sin pérdida de tiempo había que declarar la guerra a la facha innoble, al vestir sucio y ordinario. Bastantes años llevaba ya de adefesio”. (Pérez Galdós, “Torquemada en la cruz”, 1885)

    8- Con el significado de ‘persona muy fea o monstruosa’:

    “Pues qué, me digo, ¿soy tan adefesio para que mi padre no tema que, a pesar de mi supuesta santidad, o por mi misma supuesta santidad, no pueda yo enamorar, sin querer, a Pepita?” (Juan Valera, “Pepita Jiménez”, 1874)
    “Era que por la puerta del patio había entrado un individuo, feo sobre toda fealdad, un Quasimodo victorhugesco, pero más feo todavía. El "limpia" se dio la vuelta, vio aquel
    adefesio y exclamó:
    -¡Pero si parece hecho con los recortes de la Maternidad!” (Carlos Fisas, “Historias de la Historia”, 1983)

    9- Expresión “hecho un adefesio”:

    “¿Cómo habías de consentir que saliera a la calle hecha un adefesio para ponerte en ridículo?...” (Pérez Galdós, “Fortunata y Jacinta”, 1885)
    “Jacinta y su marido fueron al comedor, donde le encontraron hecho un
    adefesio, cara, manos y vestido llenos de aquella pringue.” (Pérez Galdós, “La de Bringas”, 1884)
    “Las hembras en este país son feas, huesudas y desgarbadas, y esto mal que les pese a poetas y miniaturistas que llegaron a idealizarlas. De modo que puede figurarse el lector el desencanto que produce el contemplar a estas desgraciadas llevando sombrero, melena lacia y falda corta. Están hechas unos
    adefesios”. (M. Leguineche, “El camino más corto. Una trepidante vuelta al mundo en automóvil”, 1995)

    10- Designando obras muy malas o feas que pretenden ser artísticas:

    “aquella que te escucha y que te paga los adefesios que tu lira entona”. (Clarín, “Los mitadores de Campoamor”, 1877)
    “Resulta de todo un dramón progresista y populachero que no hay quién lo aguante. (...) El plan y desarrollo son abominables, no creo que haya un
    adefesio mayor”. (B. Pérez Galdós, “El doctor Centeno”, 1883)
    “Las iglesias de esta villa, además de muy sucias, son verdaderos
    adefesios como arte” . (Pérez Galdós, “Fortunata y Jacinta”, 1885)
    “...algunos sórdidos solares destinados a acoger Dios sabe qué oscuros
    adefesios arquitectónicos”. (Sánchez Dragó, “El camino del corazón”, 1990)
    “La perspectiva hacia la profundidad de la Avenida Bulnes ha desaparecido tapiada por un
    adefesio mazacotudo de cemento, el Altar de la Patria, un ejemplo de estatuomanía” (V. Teitelboim, “En el país prohibido. Sin el permiso de Pinochet”, 1988)


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    Durante años, el uso general de álgido ha contradicho la norma académica. Ésta decía que significaba ‘frío’, como la palabra latina de la que procede, pero la mayoría de los hablantes siempre la han empleado para referirse al momento o período ‘culminante o crítico’ de un proceso. Como hemos dicho en un artículo anterior, actualmente ya está resuelta la contradicción.

    ¿Cuál ha sido la historia de la palabra álgido en español?

    Antes del primer tercio del siglo XIX, no pertenecía a la lengua común y sólo excepcionalmente la encontramos, como creación poética, en composiciones de marcado estilo cultista:
    “Donde con nombre digno de Victoria / en los álgidos senos no hay ninguno / sin viva luz de su farol ardiente” (Conde de Villamediana, “A la nave Victoria que, después de muchas borrascas, flotando segura, llegó a puerto”, 1599-1622).
    “Ya los recibe el mar; la virgen treme / y al juvenco los álgidos undosos / piélagos hace duro amor que reme.” (L. Fernández de Moratín, Poesías completas, 1778-1822).
    El que la Academia no la incluya en sus primeros diccionarios hace suponer que no la consideraba palabra propia del español, sino creación poética.

    La verdadera aparición del adjetivo álgido está ligada a la llegada del cólera. Esta enfermedad, endémica en la India, no se había conocido en Europa hasta 1817, cuando los desplazamientos de las tropas inglesas propagaron una epidemia que llegó en 1823 hasta el Mar Caspio, donde se detuvo. Desde 1820 encontramos descrita la enfermedad en artículos de médicos franceses. Estos son los primeros en recurrir al término latino algidus para crear, en su lengua, el tecnicismo algide, que denominará el período de evolución de la enfermedad en el que el enfermo experimenta una intensa sensación de frío. Esto explica que no aparezca algide en el Dictionnaire de L'Académie française hasta su octava edición, de 1832-35, en la que se define como propia de la medicina: “Qui fait éprouver ou dans lequel on éprouve une sensation de froid glacial. Fièvre algide. La période algide du choléra morbus”.
    Una segunda pandemia de cólera (1828-38) se extendió desde Bengala al Cáucaso, y desde las grandes ciudades rusas alcanzó Inglaterra y Francia en 1832. En España, los primeros casos se dieron en Vigo, durante la primavera de 1833, aunque las mayores consecuencias fueron sufridas en 1834 por la clase baja madrileña. Es entonces cuando los médicos españoles empiezan a prestar atención a la enfermedad y estudian los trabajos publicados en Francia desde la década anterior. Estos fueron las principales fuentes de autoridad para nuevos artículos e investigaciones e introdujeron en nuestra lengua el término álgido, como una castellanización del francés algide y con idéntico sentido al ofrecido por el Dictionnaire de L'Académie française.

    Aunque no había unanimidad a la hora de establecer el número de períodos o fases del cólera, la mayoría de los científicos describían un período que “han llamado álgido los autores, sin duda por la extraordinaria frialdad que presenta la piel de los enfermos” [1], y situado entre los períodos de invasión y de reacción, “constituye en efecto el mayor grado de mal y el máximum del peligro para la vida del enfermo” [2].

    Muy pronto el término álgido superó el ámbito médico, y empezó a usarse para referirse a los períodos o momentos culminantes, máximos o críticos de un proceso:
    “La bella inconstante tocaba al apogeo de la dicha, porque se hallaba en el período álgido de su nueva pasión, y era aquélla la primera cita a que asistía el amante por quien entonces deliraba.” (Gertrudis Gómez de Avellaneda, El cacique de Turmequé. Leyenda americana, Cuba, 1860).
    “La victoria fue costosa porque los franceses eran todavía hijos de la pasión, Francia se hallaba en el período álgido de su calentura y llevaba hasta el delirio las exageraciones de su escuela...”; “Desoyendo la voz de las pasiones políticas, y sin detenernos a juzgar la revolución francesa en su período álgido”... (Francisco Villamartín, Nociones del arte militar, 1862).
    “Nunca estuvo más cerca el triunfo de la causa del regente que personificaba la libertad que cuando la insurrección había invadido la Península, cuando se hallaba en su mayor apogeo, cuando la calentura insurreccional estaba en su período álgido” (Antonio Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, 1868)

    Los motivos de esta rápida ampliación del significado fueron:
    1- El período álgido de la enfermedad era el de máxima gravedad en su evolución, a partir del cual sólo era posible la recuperación o la muerte.
    2- Como señaló Dámaso Alonso, en su obra Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos. (...), nuestra lengua suele asociar palabras esdrújulas a conceptos superlativos y, para lograrlo, puede llegar a modificar el significado original (como en el caso de álgido) o la acentuación etimológica (vértigo, impúdico, médula).
    3- Pío Baroja, que era médico, aventuró la posibilidad de que influyera la palabra algia (del griego algos, ‘dolor’), empleada con frecuencia en Medicina, para llamar álgido al período más grave de una enfermedad y, por extensión, de cualquier suceso o acontecimiento. [3]
    4- La mayoría de los primeros ejemplos de algido, como ‘culminante’, se encuentran en textos de tema histórico. Esto podría significar que el referente clásico del monte Álgido, contribuyó a reforzar la idea de ‘culmen, cumbre’, a partir de la metáfora conceptual que considera la evolución de la enfermedad y el proceso febril como una ascensión hasta la máxima gravedad seguida de una bajada o recuperación.

    Cuando el Diccionario de la Real Academia Española incluye, por primera vez, en 1869, la palabra álgido, ofrece una definición tomada descaradamente del diccionario francés, limitada al campo de la Medicina: “ALGIDO, DA. Adj. Med. Lo que produce un frío excesivo, glacial; así se dice: fiebre álgida, período álgido del cólera”. Esta copia de la definición francesa, que no recoge las acepciones de ‘frío’ (significado original en latín y con uso poético anterior) ni de ‘culminante’ (existente ya para entonces en español), suponía un reconocimiento implícito de que la palabra había llegado a nuestra lengua procedente del francés.
    Según el CORDE, con el sentido de ‘culminante’ siguió apareciendo en autores de prestigio: Bécquer (1870), Mesonero Romanos (1880-81), Pardo Bazán (1886), Eduardo Acevedo Díaz (Uruguay, 1886), Felipe Trigo (1914), Ortega y Gasset (1916), Rosa Chacel (1930), Jardiel Poncela (1931), etc. aunque otros, como Pérez Galdós, consideraban afectado y presuntuoso el empleo de álgido fuera del ámbito médico: “habíamos llegado al período álgido del incendio, como decía Aparisi” (Fortunata y Jacinta, 1885-87); “Las Águilas entraban en lo que Torquemada, metido a hombre fino, habría llamado el período álgido de la pobreza” (“Torquemada en la Cruz, 1893).

    Aunque la censura de los puristas, se basa en que el verdadero significado de la palabra es ‘muy frío’, la Academia recogió antes la acepción de ‘culminante’ (aunque fuera para censurarla). Sobre el uso condenado, en el Diccionario Manual de 1927 incluyó la observación: “Es disparate usarlo por ardiente o acalorado, en frases como La discusión ha llegado a su período álgido” y en el Diccionario Histórico de 1933, una tercera acepción: “barb. Culminante, efervescente”, que es una definición más correcta, porque creemos que álgido rara vez ha tenido el significado de ‘ardiente’, aunque no puede negarse que en numerosos ejemplos aparece acompañado de términos que significan o connotan calor: pasión, delirio, calentura insurreccional, romanticismo... José María de Pereda sí le dio el sentido de ‘caliente, en celo’: “El tercero era celoso, como una bestia en sus períodos álgidos” (El buey suelto, 1878).

    La acepción de ‘muy frío’ no se mencionó hasta el Diccionario Histórico de 1933 y fue incluida a partir del Diccionario Usual de 1936. En ello influyó, sin duda, la reaparición del término en la poesía culta de la Generación del 27:
    “¡Gélidos desposorios submarinos, / (...) mi sirena, / surcaré atado a los cabellos finos / y verdes de tu álgida melena.” (Rafael Alberti, Marinero en tierra, 1925).
    “Bien puedes besarme aquí / faro, farol, farolera, / la más álgida que vi (...) gélida novia lunera” Rafael Alberti, (“El farolero y su novia”, El alba del alhelí. 1927).
    “Una pirámide linguada / de masa torva y fría / se alza, pide, / se hunde luego (...) Las duras / contracciones enseñan / músculos emergidos, redondos bultos, / álgidos despidos”. (Vicente Aleixandre, Ámbito, 1928).
    “...despiertan de las álgidas, esquivas, dríadas del rocío, / de la escarcha y relente...” (Rafael Alberti, Cal y canto, 1929).
    Aunque el significado de ‘frío’ para álgido es casi exclusivamente poético, la Academia no ha incluido la marca de este uso, que sí hace en la palabra algente, de igual raíz etimológica y significado.

    A pesar de todas las condenas, en la lengua común, ‘culminante’ siguió siendo la acepción más frecuente y casi exclusiva, hasta el punto de que algunos diccionarios la consideran la primera de la palabra (Diccionario Manual de la Lengua Española. Vox. 2007. Larousse Editorial).

    La Real Academia Española terminó dando entrada a esta acepción, como sentido figurado, en su Diccionario Manual de 1983: “fig. Dícese del momento o período crítico o culminante de algunos procesos orgánicos, físicos, políticos, sociales, etc.” aunque María Moliner, en la segunda edición de su “Diccionario de Uso del español” de 1988, seguía condenándolo un empleo impropio “en el lenguaje vulgar, incluso de los médicos”.
    A partir de la edición de 2001, en el Diccionario de la Real Academia Española se ha eliminado la marca de sentido figurado.

    [1] “Sobre la epidemia reinante en Madrid”, Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia, Sociedad Médica Oficial de Socorros Mutuos, nº 11, 14 de agosto de 1834, pág. 21.
    [2] Gaceta Médica de los Progresos de la Medicina, Cirugía, Farmacia y Ciencias Auxiliares, nº 210, 3 de octubre de 1850, pág. 323)
    [3] Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino. Memorias, 1944-49


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