Originariamente una ínfula era la tira de lana con que se ceñían la cabeza los sacerdotes de algunas religiones antiguas. a veces también la lucían los reyes dejando caer los extremos a los lados. Las ínfulas formaban una especie de rosario con copos de lana blancos y rojos, y el número y longitud de estos dependían de la jerarquía y dignidad.
La Iglesia tomó este símbolo y lo adaptó en las mitras de los obispos y en la tiara papal: son las dos cintas anchas que cuelgan en su parte posterior.
De ahí pasó a usarse con sentido figurado e irónico, para referirse a los vanidosos: tendrían muchas ínfulas, porque no conformarían con las dos que lucen los obispos.
Generalmente se aplica a las personas, y suele ser motivo para ridiculizarlas:
Dice Manuel Lanz de Casafonda, en sus Diálogos de Chindulza: sobre el estado de la cultura española en el reinado de Fernando VI, que “siempre es una irracionalidad el tener por hábil al que dos días antes tenían por inepto, sin haber otra novedad que la mudanza del traje y las ínfulas de colegial”.
No me hable usted de ese estafador -exclamó doña Ángela perdiendo otra vez la
calma al oír ese nombre-. Con todo su apellido y sus ínfulas vive pidiendo dinero prestado y engañando a la gente... (La babosa, de Gabriel Casaccia)
En Desde mi celda, Bécquer dice que “Tudela es un pueblo grande, con ínfulas de ciudad”.
En en el periódico El Mundo, Antonio Burgos escribió en 1996: “España entera es más tercermundista de lo que aparenta tanta ínfula europea”.
Y en un artículo del Listín diario dominicano: “Quienes con altivez pasean su poder sobre los que aparentan más débiles y desarmados, verán en algún momento caer tanta ínfula. La soberbia, la arrogancia y peor aún, la perversidad corroen el alma, van destruyendo el corazón [...]"
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