google.com, pub-8147523179298923, DIRECT, f08c47fec0942fa0 -Dudas y errores - Lengua española y otras formas de decir

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Haber y a ver

Las diferencias entre haber y a ver son muy notables. Aunque en la lengua oral se pronuncien igual, hay que distinguir entre el infinitivo haber y la construcción a ver, que es la preposición a seguida del infinitivo ver.

Haber aparece en los siguientes usos:

1- Es el verbo principal en perífrasis con infinitivo del tipo: tener que, deber, deber de, poder, soler, haber de, llegar a, empezar a, acabar de, ir a , venir a, estar a punto de, volver a, parecer, dejar de...: “Tiene que haber una rueda de repuesto”; “Puede haber un error”; “Suele haber poco público”; “Siempre ha de haber un reserva”; “Vuelve a haber disturbios en el país”; “¡Nunca dejará de haber tontos!”...
2- Precedido de preposición, con el significado de 'ocurrir, hallarse, existir, poseer', puede ser el verbo principal de algunas oraciones subordinadas (causales, concesivas, condicionales...): “No quiso esperar la fila por haber demasiadas personas esperando”; “De haber más incidentes, se suspenderá el acto”; “Preparó una buena comida sin haber demasiados ingredientes”...
3- Es el verbo auxiliar en los infinitivos compuestos, en los que va seguido de un participio: “Podrías haber venido”; “Deberías haber comido más”; “Por haber llegado antes de tiempo, tuve que esperar mucho”...
4- También es auxiliar en la doble perífrasis ir a + [infinitivo] haber seguida de haber que + [infinitivo]:Va a haber que subir los impuestos”; “Va a haber que acostarse temprano”.
5- Haber también es un sustantivo que puede significar ‘parte de la cuenta corriente, en que se anotan las sumas que se abonan al titular’, o ‘conjunto de bienes, cualidades positivas o méritos de alguien’: “En el debe van las cantidades deudoras y en el haber las cantidades acreedoras”; “Esas buenas acciones han sido puestas en su haber”.
A ver se emplea en los siguientes casos:

1- Cuando se trata de la preposición a seguida del verbo ver con su sentido recto de ‘percibir por los ojos’: “Fue a ver a sus padres”; “Vino con nosotros a ver la película”; “Salid a ver los fuegos artificiales”... En estos casos, no deberían plantearse dudas.

Sin embargo, las dudas surgen cuando, en algunas expresiones, pierde gran parte de su significado semántico y adquiere una función casi gramatical. En muchos de estos casos, es posible sustituir esta expresión por veamos, voy o vamos a ver..., lo que demuestra su relación con el verbo ver:
2- Para pedir que se nos deje ver o comprobar algo se usa en tono interrogativo: “–¿Te gusta nuestro regalo? –¿A ver?”; “¿A ver quién ha venido?”.
3- Seguida de una oración introducida por la conjunción si o de una oración interrogativa indirecta puede implicar duda, expectación, interés, curiosidad, temor, sospecha: “A ver si te despiden del trabajo por llegar tarde”; “A ver cómo lo hacemos ahora”; “A ver quién viene ahora”; “Voy a ayudarte a ver si acabamos pronto”... A veces puede implicar un desafío o reto: “A ver si adivinas lo que traigo”.
4- En el habla coloquial, se emplea la expresión a ver para reforzar la función apelativa en preguntas, ruegos y órdenes: “A ver, ¿podéis dejar de hablar y escucharme?”, “A ver, sentaos a comer que se va a quedar fría la comida”.
5- En aceptaciones inevitables o resignadas, equivale a ‘claro’, ‘naturalmente’: “¡A ver, qué remedio!”, “–-¿Tienes que trabajar este domingo? —A ver, si no me toca la lotería...”

Como puede comprobarse, a ver suele aparecer al inicio de frase, excepto cuando forma parte de la perífrasis ir a ver o puede sustituirse por para ver (“Voy a ayudarte a ver [para ver] si terminamos pronto”). En cambio, el infinitivo haber no suele empezar frases, salvo que forme parte de un infinitivo compuesto con sentido de imperativo pasado (“— ¿Ya no quedan cervezas? —Haber venido antes”) o de construcciones en las que se repite el verbo haber (“Haber brujas, las hay”, “Haber, lo que se dice haber, no había mucho dinero”).

No obstante, vemos que en este último ejemplo, si en lugar de redundancia, quisiéramos transmitir cierta duda diríamos: “A ver..., lo que se dice haber, no había mucho dinero” (equivalente a ‘vamos a ver, cómo te diría..., lo que se dice haber, no había mucho dinero’.
El error ortográfico no se da por escribirlo de una u otra forma, sino por escribir lo que no se corresponda con el sentido que queremos dar al enunciado.

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Pronunciación de la V

Cómo se pronuncia la v en castellano es un tema que levanta pasiones entre muchos hablantes de nuestra lengua.
La respuesta es muy sencilla: la v se pronuncia igual que la b, porque son las dos letras que sirven para representar el fonema /b/.

En castellano, ningún hablante nativo distingue de forma natural un supuesto fonema labiodental sonoro /v/. Sin embargo, las dudas nacen en la escuela, donde con bastante frecuencia se oye la falsa afirmación de que “nuestro idioma se escribe como se pronuncia” además de que el fetichismo de las letras hace creer que si en la escritura existe una v y una b, en la pronunciación también deberían existir. A este prejuicio ortográfico se añade el considerar prestigioso diferenciar fonemas que otros hablantes confunden ( y / ll , s / z). En el caso de la b y la v, el prestigio nace de una larga tradición erudita que ha tratado de crear en nuestro idioma la distinción que existe en otras lenguas (francés, italiano, inglés...)

Antes de continuar, conviene dejar claro que las lenguas son, ante todo, orales, como se puede deducir del hecho de que la misma palabra designe al órgano bucal que nos ayuda a modular los sonidos del habla y al sistema de comunicación. Las que no tienen hablantes son, en el mejor de los casos, lenguas muertas o artificiales. La escritura es sólo un sistema de representar lo que se habla y oye, para facilitar su transmisión en el espacio y el tiempo. Por esto, se puede afirmar que no tiene sentido discutir sobre cómo se pronuncian las letras: debería hablarse de qué letra representa cada sonido y pronunciación.

La tradición erudita comenzó en el Renacimiento, cuando Nebrija y otros estudiosos del latín describieron y diferenciaron las pronunciaciones de la v y la b en latín. A partir de ahí, muchos quisieron aplicar la buena pronunciación latina a la buena pronunciación castellana y se creó la falsa idea de que la v correspondía a un fonema propio y diferenciado de /b/.
Esta falsa idea la defendió la Real Academia Española desde su Ortografía de 1754 hasta la de 1911 a la vez que pedía a los maestros que inculcaran en los niños la pronunciación diferenciada de b y v.

En contra de esta pseudoerudición están las evidencias lingüísticas.
Según Navarro Tomás, la confusión entre la v y la b ya está en algunas inscripciones hispanorromanas y debía ser propia del latín hispánico, hasta el punto de que en Roma se burlaban de que los hispanos no distinguieran entre vivere (vivir) y bibere (beber). En la escritura medieval la b representaba el sonido bilabial oclusivo, y la v el bilabial fricativo; pero hacia el siglo XVI se perdió esta diferencia, identificándose una y otra en la pronunciación y representando ambas igualmente, como hoy vemos, los sonidos /b/ (oclusivo) y /β/ (fricativo).
Menéndez Pidal también destaca que, aunque el latín vulgar distinguía la pronunciación de b y v en posición inicial de palabra, se daban confusiones que propendían a favorecer la pronunciación bilabial como b.
Aunque los gramáticos de los siglos XV y XVI decían que b y v se pronunciaban de distinta manera, advertían que a menudo se confundían. Los del siglo XVII ya reconocen una confusión generalizada en la pronunciación y ortografía de las dos letras, porque se perdió la oposición fonológica de los sonidos bilabial fricativo (antigua v) y bilabial oclusivo (b). En todo caso, nunca fue un sonido labiodental, porque desde los orígenes el castellano tendió a evitar dicha articulación: sólo hay que fijarse en la eliminación de la f- inicial (también labiodental)
El Diccionario de Autoridades de la RAE afirmaba que “los españoles no hacemos distinción en la pronunciación de estas dos letras”, pero también que “es más connatural a nuestra manera de hablar la pronunciación de la b que la de la v” y en la definición de la V dice que “su pronunciación es casi como la de B; aunque más blanda, para distinguirla de ella...”

No deben temerse las confusiones en casos como vaca /baca; valido /balido; sabia /savia, etc. El contexto suele aclarar el sentido de la misma forma que en otros homónimos (presa, colonia, cerca, errar/herrar, honda/onda, etc.) y si no lo hace estaríamos en el mismo caso que con otros homónimos o parónimos (ojear / ojear / hojear, puya/pulla, olla/hoya, etc.)

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Puyas y pullas. Ortografía y significado.

¿Se escribe pulla o puya? Depende de a qué nos refiramos.

Se debería escribir pulla ("lanzar pullas", "tirar pullas") si nos referimos a las ‘expresiones agudas o irónicas que pretenden herir o humillar a alguien’ o a ‘palabras y dichos obscenos’:
“Los parroquianos comenzaron más y más a lanzarnos pullas, alabanzas agresivas, pensamientos socarrones...” (A. Jodorowsky, La danza de la realidad. Chamanismo y psicochamanismo, Chile, 2001)
Y se debe escribir puya si queremos nombrar la ‘punta acerada que tienen en un extremo las varas o garrochas usadas por los picadores y vaqueros, para estimular o castigar a las reses’ y, por metonimia, la ‘vara o garrocha con puya’:
“[Era muy bello ver] cómo los bueyes obedecían a las voces y al aguijón de las puyas para voltear o tomar dirección”. (Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno, 1941)
Sin embargo es muy frecuente la confusión ortográfica entre pulla y puya, que está llevando a neutralizar la oposición a favor de la forma con y.
La razón es que los hablantes tienden a considerar estas dos palabras como una sola que tiene un sentido recto ‘objeto punzante’ y otro figurado, ‘dicho ofensivo’, porque tanto los significados de ambas incluyen la posibilidad de herir: físicamente en un caso y verbalmente en el otro.
Esta consideración se refuerza por la existencia, en castellano, de numerosos términos referidos originalmente a agresiones físicas que han extendido su sentido a la agresión verbal: banderilla, dardo, remoquete, rehilete, vareta, puntada, alfilerazo, pinchar, picar... Algunas, incluso, han llegado a perder el significado original de agresión física: el origen de zaherir, que significa ‘decir o hacer algo a alguien con lo que se sienta humillado o mortificado’, procede de façerir, ‘herir la cara’.
También, quizá sin saberlo, los hablantes pueden sentir que la palabra puya mantiene la antigua equivalencia con ‘púa’ como ‘causa no material de sentimiento y pesadumbre’ (‘metaphoricamente se dice de las cosas no materiales que causan sentimiento y dolor interno’, Diccionario de Autoridades).
El hecho de que las expresiones hirientes, como las puyas, se puedan tirar, lanzar, clavar, arrojar..., favorece la asociación semántica de ambos términos, sin olvidar que el yeísmo, al igualar los fonemas, impulsa la confusión de las grafías ll-y.
"La mayoría de las preguntas parlamentarias a Cascos [...] le dan la oportunidad de clavar una pulla al alcalde de Lleida, el socialista Antoni Siurana". (El País, 17/3/2003, España)
Son abundantes los ejemplos en que se utiliza puya con el significado de pulla, incluso de escritores cuidadosos con el idioma:
“...que te pasas la vida tirando puyas y, luego, porque la ley lo dice ya te piensas que todos de rodillas...” (Miguel Delibes, Cinco horas con Mario, 1966)
“No le gustaba, por ejemplo, el abuso de la palabra Imperio. ¡Ah, y se me olvidaba una impresionante puya de Giménez Caballero en un artículo de La Vanguardia: 'El aire huele a rosas y a Imperio'... ” (José Mª Gironella, Los hombres lloran solos, 1986)
Todo lo anterior ha llevado a que algunos diccionarios no académicos a incluir la forma puya como sinónimo de pulla.
“PULLA: [...] 3 Palabras que se dicen con intención de herir a alguien o burlarse de él”. (Elpais.com Visto el 9-2-2010)
En algunos casos, como en el del título del disco de Sergio Tapia y Carlos Mejía Godoy, "A dos pullas no hay toro valiente", es difícil saber si existe un error ortográfico o un juego de palabras. Otras veces es evidente el doble sentido:
Los políticos de la oposición meten la puya en esa herida como un picador en un toro demasiado entero, (ABC, 07/05/1985, España)
Menos frecuente es el error de escribir pulla por puya:
“...manda que le piquen al toro con unas pullas...” (Wilebaldo López, Vine, vi... y mejor me fui, México, 1975)
*********
Aparte de los dos términos aquí tratados, hay otro par de sustantivos homónimos, pero que tienen una utilización limitada:
Pulla: (de pulla ‘negra’) Planga. Águila con plumaje de color blanco negruzco.
Puya (del mapuche puuya. En Bolivia y Chile). Planta de la familia de las Bromeliáceas.

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Idiosincrasia: significado y formas erróneas

El significado de idiosincrasia, en la lengua general, es ‘conjunto de características distintivas y propias de un individuo o de una colectividad’.
Es una palabra de etimología griega, formada por idio ‘propio, particular’ y synkrasis 'temperamento', a su vez está constituida por syn ‘unión’ y krasys ‘mezcla’. Los romanos llamaron a este concepto temperamentum ‘combinación proporcionada de los elementos de un todo; moderación, justa medida’ (derivado del verbo tempero ‘moderar’).

En español, el término nació en la Medicina para designar ‘la complexión o mezcla de humores propia de un individuo' y el DRAE lo incluyó en 1869 como ‘temperamento individual, complexión peculiar de cada individuo’:
“...en patología se asegura la herencia con la unión de seres de igual idiosincrasia” (Ecequiel Martín de Pedro, Manual de Patología y Clínica médicas, 1876).
Pero su uso ya se había extendido para referirse a la ‘índole del temperamento y carácter de cada individuo, por el cual se distingue de los demás’ (DRAE, 1884) :
“Su primer pensamiento, en todo conforme a la idiosincrasia de tan positivista matrona [Dª Romualda]” (B. Pérez Galdós, Rosalía, 1872).
Y a los rasgos propios y distintivos de una colectividad:
"El escándalo as la vida, el alma, la idiosincrasia de Nápoles. (Pedro Antonio de Alarcón, De Madrid a Nápoles..., 1861) .
“¡La holgazanería!, es decir, la idiosincrasia nacional; mejor dicho, el genio nacional.” (B. Pérez Galdós, La familia de León Roch, 1878).
En el DRAE de 1884, la definición referida a los individuos sustituyó a la de carácter médico; pero hasta la edición de 2001 no se incluyó la referencia a los rasgos colectivos.
Aunque en el significado original no ha desaparecido de la terminología médica, suele referirse a la ‘disposición particular de un individuo, por la que no tolera un medicamento, alimento u otro agente’ y a ‘las reacciones adversas e inesperadas que producen en un pequeño porcentaje de pacientes’:
“Ingestión de determinados alimentos, que crean una idiosincrasia alimentaria”. (Gregorio Marañón, Manual de diagnóstico etiológico, 1943).

Por otra parte, a menudo se leen y escuchan formas erróneas de la palabra idiosncrasia: *idiosincracia, *ideosincrasia o *ideosincracia.

En *idiosincracia, pueden coincidir la ultracorrección de la –s- (por parte de los hablantes con seseo) y la analogía con las palabras terminadas en –cracia ‘poder, dominio’ (democracia, aristocracia...):
“Cierto que a veces [Cervantes] idealizaba de sobra, a despecho de su idiosincracia realista”. (M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, España, 1880).
“...nuestra idiosincracia es ajena a toda inspiración foránea...” (Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador, Argentina, 1974).
Con *ideosincrasia, el hablante pretende corregir la supuesta reducción del hiato eo en io (propia de hablantes con poca formación: *pelió ‘peleó’; *pior ‘peor’) y la asocia etimológicamente con idea (como ideología o ideograma). También influye que el componente idio- se asocia más fácilmente con las palabras de connotación negativa idiota, idiotez o idiotismo que con las neutras idioma o idiolecto.
“La ideosincrasia del sujeto cartesiano: su resistencia a la trascendentalidad” (Título del artículo de Elena Nájera Pérez incluido en Trascendentalidad y racionalidad, España, 2000).
En *ideosincracia se unen los dos errores anteriores y podríamos decir que el hablante le da el significado de ‘ideas sin poder’ o ‘el poder de las ideas’ (no sabemos qué valor da a –sin-).
“El majestuoso centro de Europa tendría que revivir de las cenizas y ellos ya se encontraban muy lejos, en otro mundo, con otra ideosincracia...” (Cristina Bain, El dolor de la Ceiba, Colombia, 1993).
A menudo encontramos la palabra idiosincrasia acompañada de adjetivos del tipo propia, particular, o específica. Si no es con fines estilísticos, se trata de una redundancia innecesaria, porque uno de sus formantes léxicos ya significa ‘propio, particular’:
“Unid la idiosincrasia propia de los países asiáticos, [...] y podréis daros cuenta de la complejidad de Lenin”. (Ángel Pestaña, La caída del dictador, 1932).
Finalmente, sobre los adjetivos derivados de idiosincrasia, el Diccionario Panhispánico de Dudas acepta tanto idiosincrásico como idiosincrático, pero este último, formado a partir de la forma errónea *idiosincrasia, nolo recoge el DRAE.

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Falsos amigos ingleses

Se llama falsos amigos a las palabras que, aunque pertenecen a idiomas distintos, tienen un significante parecido pero su significado es diferente.
La expresión falsos amigos es un calco semántico de la original francesa faux amis; en inglés se denominan false cognates.

Julián Marías ha publicado un artículo en El País Semanal, en el que llama la atención sobre la proliferación de estos falsos amigos en los periódicos, en la radio y en la televisión. Acusa de ello a algunos corresponsales, que se limitan a copiar o a traducir mal lo expresado en otra lengua y considera que incomprensible una traducción hecha por alguien que conoce mal tanto la lengua de origen como la de destino. Los ejemplos que ofrece proceden del inglés: extravagant, fastidious, dramatic, bizarre, to abuse, anxiety, stranger, miserable... Con el título del artículo, “Que no me entero”, expresa lo que podría exclamar cualquier persona con un buen conocimiento de nuestra lengua al leer algunas traducciones.

Algunos elegantes adinerados han sido definidos como extravagantes, a pesar de resultar absolutamente convencionales y conservadores en su forma de vestir, hablar y vivir porque han comprado un lujosos coche de 150.000 euros.
El título del programa de televisión Intercambio de esposas puede resultar intolerablemente machista y engañarnos sobre su contenido, porque lo que se intercambian son los cónyuges.
Un hotel lujurioso puede estar ocupado por personas recatadas incluso castas y puras, pero a quienes les encanta el lujo.
¿Quién se tomaría un gazpacho con preservativos? Nos quedaríamos más tranquilos si es natural o, como mucho, contiene algún conservante.

Ofrecemos algunas parejas de falsos amigos, con la traducción del término inglés ofrecida por el Diccionario Collins y la definición del término español, según el DRAE:

Assume (ingl): Suponer.
Asumir (esp): Hacerse cargo, responsabilizarse de algo, aceptarlo

Complexion (ingl): Cutis, piel.
Complexión (esp): Constitución del cuerpo.

Disgust (ingl): Repugnancia, asco
Disgusto (esp): Sentimiento, pesadumbre e inquietud causados por un accidente o una contrariedad. Fastidio, tedio o enfado

Extravagant (ingl): (Persona) derrochadora, (vida) con muchos lujos, (precio) excesivo,
Extravagante (esp): Raro, extraño, desacostumbrado, excesivamente peculiar u original, que habla, viste o procede así’

Ingenuity (ingl): Ingenio, inventiva
Ingenuidad (esp): Candor, falta de malicia.

Intoxication (ingl): Borrachera.
Intoxicación (esp): Acción y efecto de intoxicar, es decir de infectar con tóxico, envenenar. Como eufemismo de borrachera o embriaguez se está utilizando el anglicismo con redundancia: “intoxicación etílica”

Luxury (ingl): lujo, (producto) de lujo.
Lujurioso (esp): Dado o entregado a la lujuria (vicio consistente en el exceso de los deleites carnales.

Preservative (ingl): Conservante
Preservativo (esp): Funda fina y elástica para cubrir el pene durante el coito.

Refrain (ingl): Estribillo musical.
Refrán (esp): Dicho agudo y sentencioso de uso común.

Spouse (ingl): Cónyuge (marido o mujer)
Esposa (esp): Mujer casada.

Voluble (ingl): Locuaz prolijo.
Voluble (esp): De carácter inconstante.

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Sustantivos femeninos terminados en -o

Los pocos sustantivos femeninos que terminan en –o, tienen orígenes diversos:

1- Sustantivo patrimonial: El único es mano y posiblemente la excepción se haya conservado porque se opone al masculino pie y la consideremos, como a la cabeza, una hembra creadora de nuevas realidades.
Sin embargo, a lo largo de la historia de la lengua, han entrado nuevos sustantivos femeninos en –o.

2- Préstamos antiguos del catalán: nao y seo.

3- Sustantivos cultos: Los cultismos femeninos en –o siempre han estado sometidos a la fuerza analógica de los masculinos en –o: la eco, la método o la cartílago terminaron siendo masculinos: el eco, el método y el cartílago:
“Al vislumbrar de la modesta luna le responde la eco solitaria.” (L. Fernández de Moratín, Poesías completas, 1778-1822).
“...lo cual se hará escriviendo con la método i términos devidos a cada cosa”. (Juan de Robles, El culto sevillano, 1631).
Otros sustantivos cultos, como caligo, virago o libido, resisten como femeninos, aunque el primero no esté recogido en el DRAE con ninguno de los dos significados que hemos encontrado, el segundo vacile en cuanto al género por su propia significación de ambigüedad sexual y el tercero genere, como ya vimos, numerosos errores:
“Lo oculto de Dios, según el lenguaje del libro del Éxodo, está representado en aquella nube densa y oscura, es decir, en la caligo”. “El ocultamiento luminoso de Dios...” José M. Moraga Esquivel).
“La caligo beltrao es una mariposa de las selvas brasileñas, que alcanza los 18 centímetros de envergadura alar.” (
Animalandia, acceso 21-10-2009)
"La haitiana era una mulata auténtica; un virago color chocolate". (La Venus mecánica, José Díaz Fernández, 1929).
"Cuando el germano de estos siglos se ocupa en idealizar la mujer, imagina la walkiria, la hembra beligerante, virago musculosa que posee actitudes y destrezas de varón". (Artículos, Ortega y Gasset, 1917-33)
4- Acortamientos coloquiales: Resultados de acortamiento o abreviación de palabras compuestas. Unas mantienen el género con conciencia etimológica: la moto ‘motocicleta’, la foto ‘fotografía’, la eco ‘ecografía’ (no incluida en el DRAE). Pero en otras no se conserva el sentimiento etimológico: radio, dinamo, magneto, polio ‘poliomielitis’.
Las personas con poca cultura pueden considerar, por analogía, estas palabras como masculinas y crear un vulgarismo con prótesis de a-. Un sintagma del tipo "una moto", "alguna moto" lo segmentan como "*un amoto", "*algún amoto" y, a partir de ellos, forman: *el amoto, *el afoto, *el arradio...

5- Los nombres de letras: Presuponen el apelativo “la letra”: la o, la ro ‘decimoséptima letra griega’.

6- Sustantivos de género común referidos a mujeres: la testigo, la soprano, la miembro...
Un caso especial son los nombres de oficios considerados tradicionalmente propios del hombre, cuando se aplican a las mujeres. Aunque actualmente existe la tendencia a usar la forma femenina en –a para referirse a las mujeres, no es extraño encontrar la medico, la abogado, la ingeniero... En otras profesiones y cargos (especialmente militares) predomina la forma común en –o y es extraño encontrar la forma en –a: la sargento, la cabo, la soldado...

7- En los nombres propios de ciudades, regiones, empresas, entidades, organizaciones, etc. en los que sobreentiende el nombre común: la Toledo misteriosa, la Texaco, la Metro, la NATO, la Gestapo...

En resumen, se puede decir que los pocos femeninos en -o que han entrado en la lengua española son de poco uso y suelen vacilar en cuanto a su género.

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La x mexicana y otras x

La pronunciación de la x en topónimos mejicanos y españoles y en antropónimos arcaizantes, puede presentar algunas particularidades.

1- Topónimos americanos:
En México y Guatemala, por razones históricas derivadas del sustrato de las lenguas indígenas (náhuatl o nahua y maya) la –x- intervocálica tiene diferentes pronunciaciones:
  • a) Como [ j ]: México, Texas, Xalapa, Oaxaca, Xalostoc, Xaltocán, Xilotepec, Xalisco (municipio en el Estado de Nayarit). Los españoles creyeron oír en esas lenguas el sonido [sh], que aún existía en español, y lo transcribieron como x. La evolución fonética llevó a que se terminara pronunciando / j / (jota). Por esta razón, y hasta la Revolución Mexicana (que impuso la x como bandera nacionalista) alteraron las formas con x y con j: México / Méjico, Oaxaca / Oajaca, Texas / Tejas...
    La RAE admite escribirlos con x o con j (aunque da prioridad a la x, preferida por los mexicanos), pero siempre con pronunciación de jota. Algunos topónimos han perdido definitivamente perdieron la x: Jalisco (Estado de México) y otros lugares de América: Jamaica, Jauja.
  • b) Como [sh], sibilante palatal fricativa sorda: En palabras y topónimos posteriores a la primera conquista: Xola [shóla], mixiote [mishióte], Xoconostle [shokonóstle], Xalacingo [shalaθíngo], Xilitla [shilítla], Xicalanco [shikalánco] (a pesar de compartir la etimología nahua de xicalli con jícara).
  • c) Como [s]: Las iniciales de Xochimilco [sochimílko], Xochicalco [sochikálko], Xochitlán [sochitlán] o Xochitepec [sochitepék]. En estos casos, la consonante palatal africada sorda /ch/ de la sílaba posterior debió de provocar la disimilación de la palatal fricativa sorda [sh], representada por X, y pasó a [s] antes de que se consolidara la evolución a /j/.
    También se articula como [s], por relajación de [ks] en ejemplos en la que la x final de sílaba suele preceder al fonema /k/: Texcoco Taxco, Atlixco.
  • d) Como [ks]: En algunos ejemplos de –x- intervocálica (Necaxa, Ixhuacan) y de x implosiva con articulación esmerada: Texmelucan, Tuxpan, Tuxtepec, Tixtla...
    Sin embargo no es raro que la x de un topónimo se pronuncie como [ j ] en el centro y norte del país y como [sh] en el sur de México, donde hay mayor sustrato nahua: Xoco [Jóko] o [Shóko]. Asimismo en un mismo grupo familiar o de amigos el topónimo Xicoténcalt puede ser pronunciado [Jikoténkatl] o [Shikoténkatl].
    Por tiranía de la letra, la falsa pronunciación [ks] [*Méksico], [*Téksas] se está extendiendo incluso entre hablantes cultos y ha conquistado las lenguas extranjeras: Mexique (en francés), Mexico (en inglés), Mexiko (en alemán).

    2- Topónimos españoles:
    Algunos topónimos españoles conservan una –x final que según la Academia se pronuncian habitualmente como [ks], de acuerdo con la regla general. Sin embargo, José Martínez de Sousa, citando a Navarro Tomás, afirma que se pronuncian con [ j ] o [s], de acuerdo con su gentilicio, que indicaría el sonido correcto. Así, debería pronunciarse con [ j ] Sax, Borox, Guadix y con [s], Tolox y Torrox, porque los gentilicios correspondientes son: sajeño, borojeño, guedijeño, toloseño y torroseño.

    3- Antropónimos con doble grafía x / j:
    La x se debe pronunciar [ j ], salvo arcaísmo o cursilería, en cuyo caso pronunciaremos [sh]; nunca se permite [ks]. Es el caso de algunos nombres y apellidos de personas que se escriben con x o con j (g) según la tradición familiar o el gusto personal: Ximenez / Jiménez / Giménez; Ximeno / Jimeno; Xavier / Javier; Maxencio / Majencio; Mexía / Mejía. La j (o la g) corresponde a la pronunciación actual mientras que la x es un rasgo peculiar y anacrónico (“los nombres propios son más conservadores que las voces corrientes”. Buenas y malas palabras, Rosenblat, 1960).

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    La h. ¿Por qué se escribe, si no se pronuncia?
    Origen de nuestra ñ.

    NOTA: Para elaborar el apartado de la x mexicana, hemos recurrido a foros y artículos en internet, entre los que destacamos los siguientes enlaces:
    La X mexicana de Miriam Cantú S.
    Wordreference.com: varios hilos 1 - 2 - 3

    Pronunciación de la x (normas generales)

    ¿Cómo se pronuncia la x en español? En primer lugar debe destacarse que es la única letra de nuestro alfabeto que puede representar un grupo de dos fonemas /ks/ (aunque, en algunas palabras este mismo grupo fonético se escribe con cs: facsímile, fucsia, fucsina) y que su pronunciación depende de su posición en la palabra y de cuestiones etimológicas, de uso e, incluso de preferencias.

    En este artículo nos vamos a limitar a las normas generales y pospondremos la cuestión más polémica de su pronunciación y uso en algunos topónimos y antropónimos arcaizantes.

    1- En posición intervocálica o al final de la palabra, suele pronunciarse [ks], aunque en posición intervocálica es más frecuente la pronunciación relajada [gs], porque la oclusiva se sonoriza: examen [egsámen – eksámen], exhausto [egsáusto – eksáusto], tórax [tóraks], sílex [síleks].
    Aunque la RAE recomienda evitar, “en el habla esmerada”, la pronunciación de la –x- intervocálica como una simple [s] (éxito [ésito]), Gregorio Salvador y Juan Ramón Lodares, en su Historia de las letras, admiten la simplificación en algunos casos: exacto [esákto], auxilio [ausílio], auxiliar [ausiliár], incluso en la –x final de dúplex [dúples]. Para nosotros sólo debería simplificarse en exacto y en otras palabras, donde la disimilación evita la cacofonía que se produce en la pronunciación esmerada, [eksákto]. No obstante, por economía lingüística, en las palabras más habituales esa -x- suele pronunciarse con [s], excepto en aquellas que se han convertido en piedra de toque del nivel sociocultural del hablante (taxi [táksi] frente al vulgar [tási]).
    2- Al inicio de la palabra la x debe pronunciarse [s]: xenofobia [senofóbia], xerografía [serografía]. Las pocas palabras que empiezan x- son de origen griego, y la x- transcribe la xi griega ξ.
    Sólo un dictado cuidadoso o una intención estilística muy justificada, permiten pronunciar la x- inicial como [ks], sin resultar un pedante redomado. Y es totalmente incorrecta hacerlo como [sh] o [ch], que es habitual oír en los medios de comunicación españoles, por influencia del catalán, gallego o vasco: parece que quieren evitar ser considerados españolistas o creen que la xenofobia es más condenable si la convertimos en [chenofóbia] o [shenofóbia].

    3- Al final de sílaba seguida de consonante, la norma culta recomienda la pronunciación de [ks] o [gs], que se conserva en el español de América, pero en España está generalizada la pronunciación como [s], excepto en el habla enfática y en palabras parónimas a otras con s: extender [estendér], exceso [esceso]; pero expiar [ekspiár] frente a espiar, expirar [expirár] frente a espirar y extático [ekstático] frente a estático.
    Manuel Seco, en su Diccionario de dudas [...], dice que, en este caso, la pronunciación [ks] resulta afectada y recomienda [s]. Reducir las dos consonantes que implica la x a una s es un fenómeno muy antiguo. Ya en el siglo XVI, esta x se pronunciaba [s] y Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua, propone escribir s: “¿Qué más autoridad queréis que el uso de la pronunciación? Sé que diciendo experiencia no pronunciáis la x”. Incluso la Academia, en su Ortografía de 1815 permitió la sustitución de la x por s “ya para hacer más dulce y suave la pronunciación, ya para evitar cierta afectación”, aunque en 1844 volvió a reponerla “por no apartarse de su etimología; por juzgar que so color de suavizar la pronunciación castellana de aquellas sílabas se desvirtúa y afemina; y porque con dicha sustitución se confunden palabras de distintos significados”.
    Esta reducción fonética de la doble consonante [ks] > [s] al final de sílaba es análoga a la de ns > s (transcribir, trascribir); bs > s (substancia, sustancia); st > s (istmo; postdata, posdata), que la Academia acepta, incluso recomienda, en unos casos, pero condena en otros (abstraer, *astraer; transiberiano, *trasiberiano).

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    Otros sustantivos masculinos con -a final

    Hay sustantivos masculinos con –a final, que no incluimos en el grupo general de masculinos terminados en -a, porque la a es tónica o va seguida de una consonante.

    1- Sustantivos masculinos terminados en –á (tónica):
    Suelen ser masculinos y proceder de otras lenguas: faralá o falbalá, bacará, papá, pachá, sofá (francés); marajá, rajá (sánscrito a través del francés); bagá, maracuyá, maracayá (americanismos); abacá (tagalo); maná (hebreo a través del griego y latín); mulá, bajá, ayatolá (arabe); panamá (epónimo de Panamá).

    2- Sustantivos masculinos terminados en –as:La mayoría de los sustantivos compuestos de verbo y sustantivo femenino plural en –as que dan nombre a objetos son masculinos: abrecartas, apagavelas, atascaburras, cortaplumas, cuentagotas, elevalunas, lanzallamas, portalámparas, portamonedas, quitamanchas, paraguas...
    Cuando los sustantivos así compuestos se refieren a personas suelen de ser de género común. Pueden denominar a quien desempeña un oficio: guardacostas, limpiabotas, recogepelotas... o a quien es objeto de crítica o burla: aguafiestas, chupatintas o cagatintas, cascarrabias...
    También hay numerosos sustantivos masculinos o comunes formados a partir de un femenino plural con sentido valorativo: un hombre puede ser un manitas o un chapuzas, un narizotas, un agonías, un berzotas...
    Otros nombres masculinos acabados en -as son de uso culto, aunque no siempre etimológico: atlas, bóreas, cardias, galimatías, mesías, páncreas...
    3- Sustantivos masculinos con terminaciones en –ax, –ab, –ag, –aj, –ak, –ac:
    Estas terminaciones no son patrimoniales del castellano.
    Los sustantivos acabados en –ax son masculinos, independientemente de su origen etimológico: ántrax, clímax, hápax, tórax bórax, fax, relax, támpax (marca de producto).
    Los nombres acabados en –ab, –ag, –aj, y –ak incluidos en el DRAE también son masculinos: keobab, mihrab y baobab; airbag, gag, gulag y zigzag; balaj, carcaj y erraj; anorak, kayak, yak.
    Los terminados en –ac suelen ser masculinos, aunque puede haber vacilaciones o diferencias semánticas con el femenino: el coñac y el armañac (de topónimos franceses y sobreentendido el apelativo “licor”), el frac, el tac (como palabra onomatopéyica y como acrónimo), el crac, el vivac; el clac ‘sombrero’ se opone a la clac ‘grupo de personas que aplauden’.

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    Sustantivos masculinos terminados en -a

    En español muchos sustantivos masculinos terminan en –a, a pesar de que ésta es característica de los femeninos.
    El único masculino patrimonial acabado en –a es día, con su derivado mediodía. Del resto, la mayoría son cultismos procedentes del griego, aunque también hay de otros orígenes.

    1- Helenismos en –ma:
    En griego eran neutros y conservaron este género en latín, aunque ya se percibía la influencia analógica de los femeninos en –a y en –ma (fama, flama, forma, lágrima). En otro artículo ya vimos que esta tendencia analógica fue muy fuerte en el paso del latín al castellano. Por esta razón numerosos helenismos que llegaron a través del latín aún se conservan como femeninos: amalgama, apotema, asma, broma, calma, cima, coma, crema, diadema, estratagema, flema, pantomima, pócima (apócima)...

    Sin embargo, el origen erudito de los helenismos posteriores hizo que llegaran a nuestro idioma como masculinos. A partir del siglo XV, la recuperación del interés por la cultura clásica, favoreció la entrada nuevos términos griegos: dilema, idioma, lema, sistema, problema, teorema... Algunos de ellos (lema o sistema) vacilaron durante bastante tiempo y en los primeros diccionarios de la RAE fueron incluidos como femeninos. A partir del siglo XVIII, el desarrollo de las ciencias recurrió al griego para crear términos especializados que nombraran inventos, plantas, animales, enfermedades, métodos, conceptos. Este es el origen de adenoma, aerograma, celoma, criptograma, diaporama, estoma, fotograma, hematoma, lexema, programa, soma, telegrama, trauma, tripanosoma...
    Esta presión erudita consiguió que antiguos helenismos femeninos (o ambiguos) pasaran a ser masculinos. Hasta la época clásica, incluso en los primeros diccionarios de la RAE, podemos encontrar como femeninos: apotegma (hasta 1605), aroma (h. 1609), cisma (h.1679), clima (h. 1604), dogma (h. 1454), drama (h.1656), enigma (h. 1624), fantasma (1798) prisma (h.1654), sofisma (h.1454).
    La doble presión de la analogía y la etimología ha hecho que los helenismos en –ma hayan quedado divididos en dos bloques: los femeninos y los masculinos. Algunos de ellos siguen como ambiguos en la norma culta y el DRAE: anatema, aneurisma, crisma, dracma, enzima, esperma, reuma.

    2- Helenismos en –ta:
    El caso de estos es similar al anterior, porque eran masculinos en griego y latín, pero en castellano antiguo se consideraron femeninos: la planeta (h. 1520) y la cometa (h.1670). El uso culto impuso el masculino para los significados relacionados con la Astronomía y dejó el femenino para otros significados: la planeta ‘un tipo de casulla’ y la cometa ‘juguete’, ‘juego de cartas’.
    Otros helenismos en –ta nunca fueron considerados femeninos, porque estaban referidos a los varones. Actualmente, algunos son de género común porque pueden referirse también a las mujeres: asceta, atleta, déspota, eremita, nauta, poeta, profeta.

    (Los numerosos cultismos y términos técnicos que son masculinos en –a han llevado a la ultracorrección en el caso de mapa, que procede del femenino latino mappa y nació como tecnicismo).

    3- Sustantivos que designan a hombres que desempeñan oficios considerados propios del hombre:
    Además de los que son helenismos en –ta, encontramos: el papa, el cura, el vigía, el espada, el corneta... Muchos de ellos se han generado por metonimia y, la mayoría ya se consideran de género común.

    4- Sustantivos de origen árabe u oriental, referidos a los ámbitos del pensamiento o la religión:
    Son masculinos los sustantivos: el karma, el lama, el mahatma, el nirvana, el mantra.

    5- Sustantivos de las ciencias naturales:
    En puma, gorila se ha impuesto el masculino para designar el nombre de la especie y se reserva el femenino para la hembra. En boa predomina el femenino etimológico y en llama el femenino analógico, aunque en este último caso hay más vacilación por la tendencia cultista de algunos hablantes. La misma razón etimológica explica algunos casos de los termitas: procede del masculino latino termes a través del francés termite, también masculino.

    6- Denominaciones de productos a partir de un topónimo:
    Se originan por metonimia y presuponen “el vino de”, “el licor de”, “el producto de” : el rioja, el málaga, el borgoña, el jumilla, el tequila, el champaña...

    7- Nombres de idiomas, colores, números y notas musicales:
    Los nombres de los idiomas proceden de los adjetivos gentilicios y presuponen el apelativo “el idioma”: el persa, el maya, el quechua, el celta... También presuponen su apelativo los colores: el (color) grana, el naranja, el púrpura, el rosa, el violeta... y los números: el (número) treinta, el cuarenta, el cincuenta..., y el capicúa. En las notas musicales la y fa influye la terminación de otras notas: do, re, mi, sol.

    8- Palabras y expresiones sustantivadas:
    Cuando se sustantivan formas verbales, adverbios, preposiciones, exclamaciones o locuciones latinas, suelen hacerlo en masculino: el mañana, el sí, el tira y afloja, el para, el tanto monta, el Dei Gratia, el non plus ultra...

    9- Los nombres propios de ríos, lagos, montes, teatros, libros, equipos deportivos, etc:
    Como en los casos 6 y 7, se sobreentiende el nombre común: el (río) Pisuerga, el Guadiana, el Sena, el Volga...; el (lago) Constanza, el Victoria, el Titicaca...; el (monte) Himalaya, el Etna, el Masaya, el Nina...; el (teatro) Lara, el Florida, el Reina Cristina...; el (libro) Ramayama, el Mahabbarata... aunque, en este caso, la tendencia latina era el femenino: La Iliada, La Odisea, La Biblia, La Gramática de [...]; el (equipo) Celta, el Puebla, el Toluca, el Boca, el Universidad Católica...

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    Inerme o inerte. Abarca o avarca

    En cualquier lugar podemos encontrar patadas al diccionario, por ignorancia o por complejo social.

    ¿Cuál es la diferencia entre inerme e inerte?

    Una simple consulta al diccionario debería aclarar la duda: estar inerme es ‘encontrarse sin armas, sin defensa’; e inerte es ‘inactivo, sin capacidad de reacción, o inmóvil, paralizado, sin vida’.
    Es cierto que, en algunos casos, verse inerme puede hacer que uno quede inerte: el carecer de armas para la defensa puede conllevar que no tengamos capacidad de reacción, nos bloqueemos e incluso perdamos la vida. Pero no deben confundirse los significados de las dos palabras:
    “[En el río Jarama] Donde hace cuarenta años se bañaba la gente, se llenaban cántaros en los regueros de agua y los pescadores cogían truchas con hormiga de ala, hoy huele a ponzoña y se ven aguas turbias e inermes, moteadas de espumarajos de contaminación". (El País, 6 de septiembre del 2009).
    En este contexto, debe utilizarse el adjetivo inertes, porque las aguas del río están sin vida por la contaminación. No tiene sentido emplear inerme, aunque sea cierto que el agua carece de armas propias contra los vertidos contaminantes. Por otra parte, la redacción del texto admite mejoras evidentes: el verbo pescar es más preciso que el comodín coger; la ponzoña no siempre tiene mal olor; el verbo motear que se define con las connotaciones positivas de ‘variedad y hermosura’ debería sustituirse por otro más acorde con la mala situación descrita (cubrir, manchar, ensuciar...)
    ¿Cómo se escribe, abarca o avarca?

    En el escaparate de una zapatería hemos visto el anuncio que reproducimos.
    El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra abarca (o albarca), de origen prerromano, como ‘calzado de cuero crudo que cubre solo la planta de los pies, con reborde en torno, y se asegura con cuerdas o correas sobre el empeine y el tobillo. Se hace también de caucho.’ Se trata de un calzado que, hasta hace poco, sólo usaban las personas del campo. El empleo del caucho como suela, empezó el siglo pasado: se aprovechaban trozos de neumáticos viejos para hacer una suela más resistente que el cuero.
    Por avatares de la moda, los fabricantes de calzado de Baleares las han adaptado para satisfacer el gusto pseudorústico de muchos jóvenes de clase alta. Los extremos se tocan: usar abarcas significa ser un anciano rústico o ser un joven urbanita. ¿Cómo se deshace esa coincidencia incómoda para quienes presumen de modernos e ir a la moda?
    Como en catalán, lengua que se habla en Baleares, la palabra se escribe con v, en el resto de España parece que se está imponiendo esta ortografía, como forma de diferenciar la variante pija (avarca) de la tradicional o rústica (abarca).
    Quienes hablamos castellano y pretendemos llamar a las cosas por su nombre, sin complejos, deberíamos escribir abarca o albarca (con l epentética, por influencia del artículo árabe al-)

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    Maratón, ¿masculino o femenino?

    ¿El sustantivo maratón es masculino o femenino? ¿Debemos decir el maratón o la maratón?
    Las dos formas son válidas porque, actualmente, se trata de un sustantivo de género ambiguo, aunque la RAE y Manuel Seco (Dicc. de dudas y dificultades de la lengua española) prefieran la forma masculina y Lázaro Carreter (El dardo en la palabra) condenara repetidamente el uso en femenino.

    En los primeros Juegos Olímpicos modernos se incluyó una carrera de fondo entre Maratón y Atenas en recuerdo de la que legendariamente corrió el soldado Filípides para anunciar a Atenas la victoria sobre los persas. A partir de entonces, y aunque a menudo se denominara la carrera de Maratón, esta prueba atlética empezó a recibir el nombre de el maratón.
    En español se consideró palabra masculina por analogía con las acabadas en -tón (no en -ón, terminación que está en muchos femeninos), pero también debió influir que la palabra griega etimológica era masculina, una referencia cultural similar a la que concibió la prueba, le puso nombre y hacía escribirla con mayúscula. El francés y el alemán también se decantaron por el género masculino, mientras que el italiano y el portugués lo hicieron por el femenino.
    En un artículo de 1985, Lázaro Carreter indicaba que, en español, se había empezado a utilizar el femenino desde hacía pocos años, pero que iba camino de triunfar. Condenaba este uso, (que no sabía si atribuir a la influencia del italiano o a una concordancia subyacente) y defendía apasionadamente el uso en masculino “porque así se dice en español”, por norma del DRAE y por el uso de siempre.
    Sin embargo, desde Argentina, Enrique José Milani, considera indiscutible el uso femenino, porque está implícita la idea de carrera, competición...: “[la forma masculina] suena extraña y como traída de los cabellos, por lo menos, en estas latitudes. Por aquí siempre -por lo menos desde que yo tengo memoria- se dijo la maratón”.
    Alguna razón debe de tener este articulista al asegurar el antiguo uso generalizado del femenino en Argentina (y otros países cercanos), cuando en el Estadio Nacional de Chile existe la Puerta de la Maratón o cuando ya lo encontramos en una revista de 1931:
    ...”marchando como esos competidores de la Maratón que calculan sus metros tenazmente.”
    (Eduardo Mallea, "Sumersión", Revista Sur, Buenos Aires, 1931).
    Es cierto que cuando apareció la primera vez en el Suplemento del Diccionario de la Real Academia Española de 1970, maratón figuraba como masculino en sus dos acepciones., y así se mantuvo en el Diccionario Usual de 1984, pero en las ediciones del Diccionario Manual de ese mismo año y de 1989 ya se indicaba que, con el significado de ‘otras competiciones deportivas de resistencia, y actividades duras y prolongadas’ también se usaba como femenino. A partir del Diccionario Usual de 1992, se considera sustantivo masculino en sus tres acepciones, pero con la marca en todas ellas de que también se usa en femenino.
    En el Diccionario Panhispánico de Dudas la RAE da por válido el extendido uso de maratón en femenino.
    Otros diccionarios, que no pueden considerarse normativos, mantienen diferentes criterios: género ambiguo si se refiere a la carrera y masculino si se refiere a la actividad intensa y prolongada (María Moliner); ambiguo para la carrera y otras competiciones duras y de resistencia y masculino para la actividad desarrollada en una sola sesión o en menos tiempo del necesario (Clave) masculino para la carrera y masculino o femenino para otras competiciones y actividades duras y prolongadas (Alkona)

    Nosotros hemos tratado de averiguar si un uso predomina sobre el otro y, aunque el método no se pueda considerar científico, los resultados obtenidos muestran que el femenino se uso lo mismo que el masculino:
    Hemos buscado en Internet (con Google, el 11 de agosto del 2009), páginas en español con los sintagmas exactos de “el maratón” y “un maratón”, y hemos encontrado 392.000 páginas (249.000+143.000); después hemos hecho lo mismo con los sintagamas exactos “la maratón” y “una maratón”, y hemos encontrado 355.000 (257.000+98.000)
    Cuando hemos buscado estos mismos cuatro sintagmas en el CREA, (base de datos de la Real Academia Española que incluye textos escritos y orales de todos los países de habla hispana desde 1975 hasta 2004) los resultados han sido: 117 documentos (69+48) en los que se emplea el sustantivo en masculino y 81 documentos (57+24) en los que aparece en femenino.
    Si el masculino es un poco más frecuente, creemos que se debe a la presión académica (no solo de la RAE, sino también de la escuela). Cuando, en un mismo texto, encontramos vacilaciones entre ambas formas, podemos deducir que la forma espontánea del hablante es la femenina, aunque en ocasiones la corrija para adaptarse a la preferencia normativa:
    “Pero no se trataba solamente de una especie de maratón erótica en la cual estuviéramos lanzados como hacia un solo objetivo. [...] ... nos dormimos abrazados, cansados, furiosos, lastimados, después de un maratón de reproches inútiles, injustos, violentos, despiadados,...”
    (Pancho Oddone, “Guerra Privada”, Paraguay, 1994)

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    Faltas de ortografía en español

    ¿Por qué se cometen faltas de ortografía al escribir en español? En nuestra respuesta nos limitaremos a las producidas por el desajuste que existe entre los valores fonéticos de la lengua oral y las letras que pueden representarlos al escribir. Ya dijimos en un artículo anterior que hay letras con más de un valor fonético o fonemas que pueden representarse por más una letra, dígrafos (ch, ll), letras mudas (h) o letras que valen por dos fonemas (x).

    No nos ocuparemos aquí de las faltas que son el reflejo de una expresión oral no aceptada por la norma culta (prótesis, epéntesis, metátesis, etc), independientemente de que sea consecuencia de la deficiente formación del hablante, de la ultracorrección, de un uso dialectal o de reflejar una tendencia general del idioma. Si dijimos que “la ortografía es la norma que fija el uso de grafías en el lenguaje escrito para representar el lenguaje oral”, este tipo de faltas no serían ortográficas, sino de dicción.

    Las faltas que se originan por desconocimiento de las normas generales y de las excepciones que fija la Real Academia Española pueden deberse, por regla general, a tres causas:
    Por omisión de letras o signos que no tienen representación fonética:
    • De la h porque es fonema /Ø/: *ierro (hierro), *ondo (hondo), *acer (hacer).
    • De la u cuando forma parte de los dígrafos gu- o qu- ante las vocales e, i: *gerra (guerra), *gitarra (guitarra), *qeso (queso), *qimera (quimera).
    • De la diéresis cuando gu equivale a dos fonemas /gu/: *cigueña (cigüeña).
    • De una tilde requerida: *camion (camión), *habil (hábil) livido (lívido).
    • De signos de puntuación: *Sí quiero (Sí, quiero), *Cuándo vienes? (¿Cuándo vienes?)
    Por inclusión de letras o signos que no corresponden:
    • De la h, por analogía con otras palabras cercanas, por homofonía o por ultracorrección: *hóseo (óseo), *hasta (asta), *halba (alba).
    • De la u después de g que debe pronunciarse /χ/: *cónyugue (cónyuge).
    • De la diéresis: *averigüar (averiguar), *antigüo (antiguo).
    • De tildes que no deben figurar: *convóy (convoy), *áltamente (altamente), *vió (vio).
    • De signos de puntuación: *el Presidente, destituyó a cuatro ministros (el Presidente destituyó a cuatro ministros)
    Por confusión de las letras que deben representar a un fonema:
    • De b y la v para el fonema /b/: *bibir (vivir), vever (beber), *inbariavle (invariable).
    • De la g y la j para el fonema /χ/: *jitano (gitano), *jente (gente), *gefe (jefe) *gilguero (jilguero).
    • De la c y la z para el fonema /θ/: *zerilla (cerilla), *zierto (cierto), *capato (zapato).
    • De la s y la x cuando se encuentran en posición implosiva o la x es intervocálica: *escusa (excusa), *expectáculo (espectáculo), *esamen (examen).
    • De la r con el dígrafo rr para el fonema /rr/: *rratón (ratón), *caro (carro).
    • De la s con la c o z, donde existe seseo o ceceo: desir (decir) *serilla (cerilla), *sapato (zapato), *amazar (amasar).
    • De la ll y la y, donde se da el yeísmo : *yave (llave), *lleso (yeso), *alludar (ayudar).
    • De la y con el grupo hi cuando, al principio de una palabra, va seguido de e tónica, porque la pronunciación oscila entre /ié/ y /yé/: *yelo (hielo) *hielmo (yelmo). En algunos casos, se ha llegado a admitir, la forma con y-: yerba (hierba).
    • De la y y la i, para el fonema vocálico /i/: *rei (rey), *saharauy (saharaui).
    • De los signos de puntuación, porque, en ocasiones, sus usos dependen de valores subjetivos que quiere darles el autor en determinado texto o de la combinación con otros signos. Las mismas normas de la RAE no siempre marcan límites precisos entre algunos usos de la coma y el punto y coma; entre el punto y coma y el punto y seguido; entre el punto y seguido y el punto y aparte.
    Algunas faltas de ortografía se han llegado a generalizar de tal forma que la propia RAE ha tenido que admitir formas que en principio consideraba incorrectas.

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    Ortografía: definición y utilidad

    La ortografía es la norma que fija el uso de grafías en el lenguaje escrito para representar el lenguaje oral. El objetivo es saber cómo escribir lo que hablamos y cómo pronunciar lo escrito; pero este objetivo básico y fundamental ayuda a mantener la unidad de los idiomas que tienen un elevado número de hablantes dispersos y que, en su habla tienen marcados rasgos dialectales. Sin una alfabetización general que respete la norma ortográfica, esos dialectos se convertirían en idiomas diferenciados.

    Por la dificultad de representar sonidos con grafías, en todos los idiomas la ortografía es una convención. Esta convención no la fijan los hablantes de un idioma, sino las “autoridades” culturales, esto es, los hablantes que escriben y tienen un prestigio en la comunidad lingüística. En algunas lenguas, como el español o el francés, la autoridad reside en instituciones (Real Academia Española, Academie Française) que fijan las normas ortográficas que todos los hablantes deben respetar para mantener la unidad ortográfica del idioma. En otras lenguas, como el caso del inglés, al no haber una autoridad definida que pueda cambiar las normas (aunque los diciconarios Webster y Oxford tengan gran influencia en el uso general), la ortografía responde a un criterio etimológico, por lo que la pronunciación se separa cada vez más de la representación gráfica.
    En español, o castellano, la ortografía se basa en el criterio fonético: se procura que las letras se correspondan con los fonemas pronunciados. Pero este criterio general se enfrenta al problema de que algunos fonemas pueden representarse por más de una letra (/k/ con c, qu, k), o necesitan dígrafos (/ĉ/ con ch), hay letras que pueden representar más de un fonema (c puede pronunciarse como /k/ o /θ/), que equivalen a dos (x = /ks/ o /gs/) o a ninguno (h = /Ø/).

    Hasta la fundación de la Real Academia Española, no había una norma ortográfica definida y aceptada por todas las personas cultas: mientras que unos se decantaban por el criterio fonético y procuraban adecuar las grafías a la pronunciación habitual, otros preferían el criterio etimológico y mantenían grafías que ya no se correspondían con la pronunciación.

    Pero la ortografía no se ocupa sólo de cómo deben representarse los fonemas mediante letras. También se ocupa de cómo se representan las sílabas y las palabras (abreviaturas, acentuación, uso de mayúsculas, palabras simples o compuestas...), los rasgos suprasegmentales de la oración (signos de puntuación, interrogación, exclamación...), otros signos (comillas, paréntesis, corchetes, barras...) y el texto (división en párrafos o capítulos, uso de diferentes tipos de letra: negrita, cursiva, subrayados...).

    Y todo ello para tratar de acercar la escritura (con todas sus limitaciones) a lo que hablamos (con su riqueza de matices sonoros). La ortografía, con la mala prensa que tiene, ayuda a que los mensajes puedan desplazarse en el espacio y en el tiempo: podemos entender lo que cualquier hispanohablante nos cuenta en un foro de internet desde el otro lado del Atlántico y lo que nos quiso decir Cervantes hace cuatro siglos.

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    Climático y climácico

    Climático y climácico son dos adjetivos que corresponden a sendos sustantivos y, por tanto, no deben confundirse sus significados. Para quienes no conocieran alguno de ellos, diremos que climático es ‘perteneciente o relativo al clima’ y climácico, ‘perteneciente o relativo a la clímax’.
    En el DRAE se recoge climático, pero no climácico. Sin embargo, en su Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD), la Real Academia Española informa de que el segundo es el adjetivo correspondiente a clímax (v. clímax) y advierte que no debe confundirse climático con climácico, ‘del clímax’, (v. climático).
    Podríamos afirmar que el DPD se equivoca al afirmar que climácico es ‘del clímax’: debería decir que es ‘de la clímax’, del ‘estado óptimo de una comunidad biológica, dadas las condiciones del ambiente’, porque casi todos los ejemplos hallados en internet y los recogidos en los Corpus de la RAE (solo en dos obras del CORDE y el CREA) se refieren a la clímax, como sustantivo femenino:

    “Un suelo maduro es el que ha terminado su evolución y se encuentra en equilibrio con la vegetación y el clima. Si la vegetación corresponde además a la clímax de la región considerada, se puede hablar de un suelo climácico o edafoclímax. [...] A una vegetación climácica dada corresponde, pues, un suelo climácico”. (Tomás Pérez Sáenz Geografía agrícola de España, 1960)
    “Bolòs opina que las facies ácidas del hayedo (Luzulo-Fagetum) no constituyen el clímax en el dominio climácico del hayedo, sino que son comunidades permanentes (formas anteclimácicas). [...] Se ha llegado a plantear incluso la hipótesis de que el alcornocal no sería un bosque climácico.(Los bosques ibéricos. Una interpretación geobotánica, VV.AA. 1998). En esta misma obra se identifica climácico con ‘estable’ y ‘terminal’.

    Sin embargo, y aunque no haya ejemplos relevantes, estamos de acuerdo en que climácico es el adjetivo correspondiente al clímax, como torácico y silícico se refieren a los sustantivos masculinos tórax y sílex. En contra de nuestra opinión y, al parecer, de la opinión de la RAE, ha habido numerosos autores de prestigio, en España y América, para quienes el adjetivo correspondiente al clímax es climático:

    "...un proceso iniciado a principios de siglo, que toma fuerza en los primeros regímenes revolucionarios, que alcanza su punto climático el 18 de marzo de 1938 y que culmina con la compra de las empresas eléctricas en 1960". (Jorge Eduardo Navarrete, Desequilibrio y dependencia: las relaciones económicas internacionales de México en los años sesenta, México, 1971)
    "Frente al desarrollo de la oda de Horacio: un solo movimiento de ascenso y descenso (climático y anticlimático), ésta de Fray Luis, más compleja, contiene una serie de anticlímax parciales". (Dámaso Alonso, Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, España, 1950)
    "El acusado había llegado a ese climático estado emotivo en el que, inapto ya para disimular, proferiría ansiosa, espontánea, caudalosamente la verdad". (Mario Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor, Perú, 1977)

    Creemos que este uso, referido al clímax, se origina por el parecido fonético de los dos sustantivos. La terminación –mático es propia de los adjetivos formados a partir de los sustantivos de origen griego acabados en –ma: climático (clima), idiomático (idioma), temático (tema), sistemático (sistema), temático (tema), aromático (aroma), carismático (carisma), reumático (reuma) ..., pero no de los acabados en –x.
    Desde el punto de vista diacrónico, el adjetivo climático cambió su significado mucho antes de que la expresión “cambio climático” significara amenaza para la ecología. En el Diccionario de Autoridades (1729), climático ‘equivale al parecer a mudable, vario y revoltoso. Es voz baxa y del vulgo’ y citaba la autoridad de Mateo Alemán en Guzmán de Alfarache (1599): “Y creo debe de ser el Oficial del Barbero, que suelen ser climáticos hablatistas”. Este sentido procedía del hecho de que la temperatura y duración de los días varían según los climas. Pero ya se había perdido el sentido primitivo de clima, y el adjetivo desapareció del Diccionario hasta la edición de 1925, en que volvió ya con el significado actual de ‘perteneciente o relativo al clima (como conjunto de condiciones atmosféricas)’.

    Así las cosas, tenemos que de los dos adjetivos, climácico es un tecnicismo en Biología y Botánica, mientras que climático, puede encontrarse con los significados de ‘relativo al clima’ (uso propio), ‘relativo al clímax’ (uso impropio) y ‘mudable’ (como arcaísmo).


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    Clima se refiere al ‘conjunto de condiciones y fenómenos atmosféricos propios de una región geográfica’ o al ‘ambiente, condiciones o circunstancias que rodean una situación’. Aunque durante siglos hubo vacilación en cuanto a su género, actualmente sólo se usa como masculino.
    Clímax es una palabra masculina cuando tiene el significado de ‘gradación’ o ‘punto más alto, culminación de un proceso o gradación retórica ascendente’. Pero, como tecnicismo de la Botánica, es femenino y significa ‘estado óptimo de una comunidad biológica, dadas las condiciones del ambiente’:

    Debe evitarse el error frecuente de emplear clímax en lugar de clima con el sentido de ‘ambiente’:

    “En el Banco cundía de nuevo un clímax angustioso” (Mercedes Salisachs, La gangrena, 1975)

    Recorramos la historia de estas palabras:

    Clima procede del griego κλiμα, ‘inclinación del sol’. Los geógrafos de la Grecia Antigua recurrieron al término clima para explicar las diferencias de ocupación humana en la Tierra y dividieron el mundo habitado (oikumene) en climas (siete para Erastótenes y Ptolomeo, once para Hiparco y Estrabón), delimitados por dos paralelos al Ecuador y definidos por una diferencia de media hora en la duración del día más largo del año (el del solsticio de verano). Puesto que las diferencias de latitud, insolación y duración del día implican diferencias en las condiciones y fenómenos atmosféricos, desde los textos clásicos fue frecuente emplear clima con el doble sentido de latitud y ambiente atmosférico:

    “La falta del viento Norte durante todo el invierno fue la causa del clima tan templado que se enseñoreó de España, y muy especialmente de nuestra Andalucía”. “Como Córdoba está situada en el « cuarto clima », ocupa un punto medio, por lo que su temperatura es templada”. (Juan Ginés de Sepúlveda, Epistolario, 1532)

    Durante la Edad Media se mantuvo la división geográfica basada en climas, tanto para los cristianos como para los musulmanes. Pero estos últimos añadieron nuevos valores al término:
    Por la idea de territorio, dio nombre a las divisiones administrativas o provincias, hasta llegar a significar ‘país o región’:

    “Ni era menester esso para que padeciesse tan grande estrago un exército licencioso en clima tan forastero”. (Benito Jerónimo Feijoo, Teatro crítico universal, 1729)

    De acuerdo con antiguas creencias persas, los siete climas se correspondían con los siete planetas, y sus habitantes recibían su influencia astrológica:

    “Los del segundo clima, que se atribuye a Júpiter, y pasa por Siene, ciudad de Egipto, religiosos, graves, honestos y sabios. Los del tercero, sujeto a Marte, que pasa por Alexandría, inquietos y belicosos.” (Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político cristiano, 1616)

    Costumbre o condición natural del carácter de las gentes por influencia del clima (alegres quienes vivían en climas cálidos y tristes los de climas fríos):

    “...por abreviar concluiré con lo que refiere Volaterrano que las treinta y dos hermanas de Albina hija del rey (...) mataron a sus maridos como cosa que lo tenían por clima”. (Pedro Mariño de Lobera, Crónica del Reino de Chile, s. XVI)
    “No menor cuidado ha menester la juventud para que salga acertada, y principalmente en aquellas provincias donde la disposición del clima cría grandes ingenios y corazones”. (Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político cristiano, 1616)

    Al final de la Edad Moderna, tras la revisión por Varenio de las diferentes teorías de división de la Tierra desde la Antigüedad y con la aparición de instrumental meteorológico que facilitó el desarrollo de la Climatología, decayó el uso de clima como división geográfica y se generalizó con el sentido de conjunto de condiciones atmosféricas de un lugar.
    A partir del siglo XX, añadió el significado de ‘ambiente’, ‘conjunto de condiciones que caracterizan una situación o circunstancias que rodean a una persona’, aunque el DRAE no lo recogió hasta su edición de 1970:

    “Pero la más grave falta que cometen nuestros legados culturales consiste, a mi entender, en ignorar la especial significación que toman ciertos conceptos y actitudes al cambiar de clima político”. (Julio Casares, Crítica efímera, 1919 - 1923)

    Clímax, del griego κλíμαξ, ‘escala’, se refería en los tratados de Retórica a la gradación:

    “Clímax, en griego, que Hermógenes llamó climacotón; (...) Cornificio, gradatio(718), que quiere decir gradería; i Julio Aquila, ascensus, esto es, subida, es una manera de hablar, en que la palabra que se repite sirve para enlazar otra que se ha de repetir, formando assí como una cadena de palabras eslavonadas unas con otras”. (Gregorio Mayans y Siscar, Rethorica, 1740)
    “Este grito, esta subida de temperatura efectiva es el final de la escala, del clímax. El corazón del contemplador ha rebosado”. (Dámaso Alonso, Poesía española, 1950)

    Dentro de la misma Retórica, se especializó en significar ‘el término más alto de esa gradación’ y el ‘momento culminante de una poesía, obra de teatro, novela, película, etc., cuando la trama alcanza el momento de máxima tensión narrativa o emocional:

    “...en obras como Medea (431 a.c.), la trama se desarrolla sin obstáculos hasta alcanzar su clímax devastador”. (Enciclopedia Encarta, “Eurípides”)

    A la lengua general pasó con el sentido de ‘punto más alto o culminación de un proceso’, sinónimo del ya estudiado “punto álgido”:

    “Afortunadamente, ese estado de bilingüismo no había de durar por mucho tiempo. Los trabajos separatistas llegaban a su clímax. El 16 de enero de 1844 se lanza el reto al dominador.” (Emilio Rodríguez Demorizi, Vicisitudes de la lengua española en Santo Domingo, 1943)

    Como una variante de ese punto culminante se usa para referirse al ‘momento de máxima excitación sexual, inmediatamente anterior al orgasmo’:

    "Mi amor - le dije -, en la mayor parte de los casos, probablemente en todos, uno mismo es el que se niega el derecho a llegar al clímax y como consecuencia al orgasmo". (Pancho Oddone, Guerra Privada, 1994)

    La Botánica ha tomado el término en género femenino con el significado de ‘estado óptimo de una comunidad biológica, dadas las condiciones del ambiente’:

    “Por otra parte, al contemplar el bosque tropical, le parecía ‘un equilibrio de vida’, con sus asociaciones de plantas en dura competencia, hasta llegar a la armonía, símil de nuestras actuales clímax.” (Salvador Rivas Goday, En el centenario de Humboldt, 1959)
    “...la vegetación, (...) tiende a alcanzar una fisonomía o tipo de asociación vegetal estabilizada y en equilibrio con el ambiente. Este máximo de adaptación biológica se denomina clímax (esto es, escala, término), que ha de considerarse, pues, como la meta de una evolución”. (Tomás Pérez Sáenz, Geografía agrícola de España, 1960)

    Quizá este significado, definido en función del ambiente ecológico y con prestigio científico, haya influido en el mal uso pedante de esta palabra como sustituto del frecuente y normal clima, que tiene una significación más extensa.

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