google.com, pub-8147523179298923, DIRECT, f08c47fec0942fa0 -Dudas y errores - Lengua española y otras formas de decir

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Pasillo y paseíllo

El fútbol y los toros tienen un léxico propio, pero a veces puede confundirse. Esto no debería ocurrir cuando hay tantos entendidos en ambas materias y son dos de las grandes pasiones españolas. Aunque quizá el motivo sea que a los periodistas con deficiente formación les suenen las palabras, pero no sepan su verdadero significado.

Con motivo de que el Barcelona haya ganado la Copa del Rey y la Liga española, se ha hablado mucho sobre el pasillo o paseíllo que debía hacérsele, para homenajearlo. En un medio de prestigio aparece el titular: “El Mallorca hace el paseíllo al Barça”, con el subtítulo: “Los jugadores del Mallorca hacen el pasillo a los del Barça, antes del encuentro de ayer”. (El País, acceso: 18-5-2009). ¿En qué quedamos: le hicieron el paseíllo o el pasillo? ¿Son sinónimos?

El paseíllo o paseo es un término taurino que se refiere al desfile, antes de la corrida, de todos los componentes de la lidia: alguacilillos, matadores, subalternos, puntilleros, picadores, monosabios y mulilleros.
Lo que un equipo de fútbol (u otro deporte) hace al rival que ha obtenido un triunfo notable es un pasillo: los jugadores forman dos “paredes” entre las cuales sale el equipo triunfador del vestuario al terreno de juego.

Este pasillo de honor en el deporte es una transposición del arco de sables, con el que los militares rinden honores. En su origen, el arco de sables lo formaban los oficiales para que, a través de él, entrara el general en la plaza conquistada: se trataba de una simplificación del arco triunfal. Actualmente se conserva en las bodas de militares: los compañeros del novio forman un arco de sables o de espadas (en el caso de pertenecer a la Armada) a la salida de la Iglesia bajo el que pasan los recién casados: arco de triunfo para quien ha realizado una importante conquista (amorosa)

En cuanto al deporte, ya dijimos en un artículo anterior que era una metáfora estructural de la guerra.




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Disfrutemos de la palabra libido, sin errores.

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No debe confundirse el sustantivo libido con el adjetivo lívido.

A menudo,“libido ‘deseo sexual’ aparece escrito como *líbido o *lívido (con acentuación esdrújula y error ortográfico por influencia del adjetivo lívido, ‘amoratado’ o ‘pálido’). Otro error muy frecuente es considerarlo un sustantivo masculino, por su terminación en –o. Y en internet hemos encontrado ejemplos de *líbida o *lívida escritos por alguien que es consciente del género femenino del sustantivo, pero no encuentra sentido a la terminación en –o.

Como hemos visto en otras ocasiones (con álgido o lívido), estos errores son frecuentes cuando palabras procedentes de lenguajes especializados se generalizan en la lengua común. Libido es un latinismo (libīdo,- īnis) que conserva el género femenino, la acentuación llana y la b etimológica.

En latín, libido no se refería sólo al ‘deseo carnal’ o a la ‘lujuria’, sino a cualquier ‘deseo o ansia’ e, incluso, a ‘capricho o antojo’:
“es libidinosus quien faze lo que le mas agrada. & libido es cobdicia que satisfaze. aquel quier appetito dela voluntad”. (Alfonso de Palencia, Universal vocabulario en latín y en romance, 1490)
Con el sentido de deseo intenso, pero jugando con la referencia pecaminosa lo utiliza Ramón Pérez de Ayala:
“Los dos estaban aquejados de libido sciendi, concupiscencia de saber, lujuria científica”. (Belarmino y Apolonio, 1921)
En castellano, lujuria fue el término elegido para definir el deseo sexual, por su consideración generalmente pecaminosa y, hasta la aparición del psicoanálisis, la palabra libido sólo se encontraba en textos o traducciones latinas o como puro latinismo que necesitaba ser explicado:
“...así commo dize Çíçero: Ex hac parte honestas, illic turpitudo; hinc continencia, illinc libido (...) Esto quiere dezir: "D'esta parte honestad, de allende torpedat o laydeza; de aquende continençia, de allende luxuria...” Las Etimologías romanceadas de San Isidoro, Anónimo, 1450)
“...respecto de toda la persona en los niños es concupiscibilidad, y en los ya crescidos concupiscencia, y, cuando ya inclina a la mala obra, se llama libido, que es delectación de la carne”. (Juan de Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, 1589)
Freud introdujo el término latino libido para referirse a "aquella fuerza o energía con que se manifiesta el instinto sexual, análogamente a como en el hambre se exterioriza el instinto de absorción de alimentos" (Introducción al Psicoanálisis) y designa todos los deseos, necesidades y aspiraciones que tienden a satisfacer el instinto sexual. Luis López Ballesteros, que fue el primero en traducir, entre 1922 y 1930, las Obras Completas de Freud, mantuvo el término libido porque lujuria estaba cargada de peyorativos tintes morales, que no podía asumir el nuevo concepto especializado. Un arqueólogo de la la lengua, hubiera podido rescatar libídine.

A la difusión del término libido en la lengua española y del nuevo concepto a él asociado, contribuyeron decisivamente el doctor Gregorio Marañón (Ensayos sobre la vida sexual, 1919-29; Climaterio de la mujer y el hombre, 1919-36 y Manual de diagnóstico etiológico, 1943) y, más tarde, el psiquiatra López Ibor.

El Diccionario de la Real Academia Española incluyó por primera vez el término en su edición de 1956, como propio de la Medicina y la Psicología, ‘el deseo sexual considerado por algunos autores como impulso y raíz de las más varias manifestaciones de la actividad psíquica’. Otros diccionarios simplifican la definición a ‘deseo sexual’.Actualmente, la divulgación científica, una mayor libertad para hablar sobre el sexo y el habla presuntuosa de muchos han contribuido a que la palabra libido haya sobrepasado los límites del lenguaje especializado y muchos hablantes con formación insuficiente cometan los errores que detallábamos al principio.

Siempre nos quedará la posibilidad de aprovechar el resbaladizo terreno en que se mueven los parónimos para juegos literarios:
“Ahí en medio está el asunto, aclarado por los libros de patología moderna, ayudado por la larga teoría de los deseos insatisfechos, iluminado con la luz lívida de la libido aclarada”. (R. Gómez de la Serna, Automoribundia, 1948).
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Significado de lívido: de morado a pálido.

El adjetivo lívido es una de esas palabras que han adquirido un significado muy diferente al original. En el último Diccionario de la Real Academia Española se recogen dos acepciones: 1- amoratado. 2- Intensamente pálido.
Etimológicamente, procede del latín lividus ‘azulado negruzco, violáceo’; y con este significado lo incluyó la Academia en su Diccionario, en 1803. El sentido de ‘intensamente pálido’ apareció por primera vez en el diccionario académico en la edición de 1984.
¿Por qué “lívido” adquirió el significado de ‘intensamente pálido’?

Los primeros ejemplos recogidos por el CORDE de la Real Academia Española tienen el significado 'amoratado', porque pertenecen a textos médicos, y se debe a la Medicina la introducción del término, procedente del latín, para definir con precisión un color:

"Pero si los bubones mostraren color lívido, negro o de diversos colores, y estiomenoso no hay que gastar tiempo en abrirle ni con lanceta ni con fuego o causto, sino luego, al punto, sajarle profundamente alrededor y por todas partes, lavándole con agua y sal y poniéndole las medicinas que con más eficacia desequen (...)” (Luis Mercado, Libro de la peste, 1599).
“Y por lo que mira al color, el lívido, o cárdeno, o aplomado, también se observa en los que tienen alguna entraña principal viciada, aunque no muy próximos a la muerte”. (Benito Jerónimo Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, vol. 3 , 1750).

Aunque lívido también se tomó para definir colores en otros campos semánticos (p. ej.: el color que adquiere el cielo en algunos crepúsculos), la mayoría de las veces que aparecía era en situaciones relacionadas con la muerte, próxima (“el bubón lívido o negro, a pocos perdona en constituciones peligrosas, y si alguno se ha de escapar, se echará de ver luego”, Manuel de Escobar, Tratado de la esencia, causa y curación de los bubones y carbuncos pestilentes, 1600) o reciente (Las livideces cadavéricas son un fenómeno general que empiezan a formarse poco después de la muerte y aumentan paulatinamente de color y extensión).

Por otra parte, la muerte suele representarse por un descolorido esqueleto o calavera, y simbólicamente se la ha relacionado con lo pálido y blanco (la luna, la guadaña, la espada, las armas blancas en general). Son abundantes las referencias a “la pálida muerte”:

"Por sus calles la pálida muerte con el hambre rabiosa vagaba" (Cristóbal de Beña, 1813). "...trocándole el curso de la suerte, por rubio oro le dió pálida muerte". (Bernardo de Balbuena, 1624). “Pues la pálida muerte pisa con pies iguales chozas de humilde suerte y palacios reales.” (L. Fernández de Moratín). “La causa por el efecto, ó este por aquella. (...) puedes decir pálida muerte,(...) porque la palidez es un efecto de la muerte”. (Juan Francisco Masdeu, 1801).

No fue difícil relacionar la palidez y el adjetivo lívido, cuando éste solía aparecer en el contexto de la muerte y ésta se representa pálida y descolorida. A la confusión contribuyó el que a menudo apareciese en textos donde coincidían referencias a lo morado y a lo pálido:

“nuestro primer padre Adán (...) no sabia él qué cosa era muerte, no tenia della experiencia, hasta que vió al inocente Abel, hijuelo suyo, muerto á las manos del fratricida y maldito Cain, tendido, en el suelo, quebrados los ojos, el rosicler de su hermoso rostro vuelto en pálido y aberengenado y lívido color, sin mover miembro alguno y sin aliento(...)” (Jerónimo Alcalá Yáñez y Ribera, El donado hablador Alonso, mozo de muchos amos, España, 1626)

Al referirse ambos significados al color, es prácticamente imposible que puedan sobrevivir los dos en la lengua común, porque se producen ambigüedades semánticas que el contexto no puede resolver. Su empleo tiene que ir acompañado de una aclaración, porque un mismo autor, en la misma obra, puede emplearlo en las dos acepciones:

“muestra cierto color sanguinolento, tirando a lívido, que no falta sino raras veces en el reverso”; “perdiendo el color, se pone lívido o de una palidez cadavérica”. (Pío Font Quer, Plantas Medicinales. El Dioscórides Renovado, 1962).

El uso general, se ha decantado por el sentido de ‘intensamente pálido’, apoyado por la tendencia de nuestra lengua a asociar las palabras esdrújulas a los conceptos superlativos, y el original ‘amoratado’ ha quedado reducido a textos literarios o traducciones del inglés en el que livid conserva el significado original. En francés, livide ha sufrido el mismo proceso que en castellano, y el Dicctionaire de la Académie Française proporciona dos acepciones: ‘de color plomizo, azulado y que tiende al negro’ y, “como impropia, pero que ha llegado a ser de uso general”, ‘de palidez extrema’.
Tal es la fuerza del uso general que el lenguaje científico de la medicina (a quien se debe la introducción del latinismo en las lenguas modernas) ha empezado a considerar inservible el adjetivo lívido, por su doble significado, y prefiere “livor mortis” a livideces cadavéricas, y “ciánico” a lívido.

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Diferencia entre "demás" y "de más"

A menudo se confunde la palabra “demás” con la locución “de más”. Las confusiones se multiplican si forman parte de otras locuciones o se toman como parte de ellas.

Demás:
Se trata de un adjetivo que puede sustantivarse como pronombre indefinido y significa 'lo otro, la otra, los otros o los restantes, las otras'. Tras la mención de una serie de elementos, designa a los restantes que pertenecen al mismo grupo que los mencionados, o a la parte omitida de un todo.

  • Como adjetivo, viene precedido de un artículo o posesivo y antepuesto a sustantivos en plural o colectivos:
    “A diferencia de casi todos los demás cereales, no se suele elaborar pan con el arroz”.
    “Hasán II de Marruecos buscó la unidad con los demás países musulmanes del Norte de África”.

  • Puede sustantivarse mediante los artículos “los”, “las” o el neutro “lo”, para referirse a cosas diversas o indefinidas:
    “Del personal de la ganadería destaca el mayoral, o jefe de todos los demás: vaqueros, novilleros, cabestreros, pastores y zagales”.
    “La ceremonia fue preciosa, el banquete exquisito y lo demás ya te lo habrán contado”.

  • Su utilización sin artículo, como adjetivo o sustantivo, sirve para cerrar una enumeración que podría ser muy extensa o que puede deducirse con la mención de un solo elemento. Como sustantivo adquiere el significado de ‘otras personas similares’, ‘otras cosas similares’.
    “Silvio Romero defendió el vínculo de la literatura y demás artes con los factores naturales y sociales”.
    “En la asamblea participarán médicos, enfermeras y demás personal del sanatorio”.
    “El santurrón de mi vecino siempre está en misas, procesiones y demás”.
    “En las lenguas aborígenes se suelen formar palabras complejas formadas por la unión de varios morfemas con significado léxico (raíces) y gramatical (categorías de número, persona, tiempo, aspecto, y demás) que equivalen a oraciones de lenguas indoeuropeas”

  • Forma parte de las locuciones adverbiales por demás y por lo demás.

    Por demás puede significar ‘inútilmente’ o ‘excesivamente’.
    “Con regalos trataba por demás de conseguir un amor sincero”.
    “La convivencia con algunos amigos, amantes por demás de prácticas orientalistas y esotéricas, le llevó a replantearse sus creencias.”

    Por lo demás significa ‘por lo que hace relación a otras consideraciones’.
    “En la frontera este del camposanto, lindando con la tapia, se erguían adustos y fantasmales, dos afilados cipreses. Por lo demás, el cementerio del pueblo era tibio y recoleto y acogedor.” (Miguel Delibes, El camino)
    “Aunque últimamente he tenido problemas económicos, por lo demás estoy muy bien”
    De más:
  • Es una locución adverbial que significa ‘de sobra, en demasía’:
    “Lo que hay de más en la vida es envidia, odio, rencor...”
  • Si está precedido del artículo neutro lo, se opone a lo de menos y significa ‘lo más importante’:
    “Lo de más [importancia] es confiar en nuestros amigos”.
    “...confiad en Dios y en el señor don Quijote, que os ha de dar un reino, no que una ínsula.
    Tanto es lo de más como lo de menos –respondió Sancho-;...” (Cervantes, Don Quijote de la Mancha).

  • También forma parte de las construcciones hablar de más (‘decir inconveniencias’) y estar de más (‘estar de sobra’ o ‘estorbar’):
    “Guardaba documentos comprometedores para utilizarlos en contra de su socio si éste hablaba de más”
    “Acaso en todo matrimonio llega el día en que la conversación está de más y molesta como un grano en la boca”. (Augusto Casola, “La catedral sumergida”).


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    Modista o modisto

    El caso de esta palabra es excepcional entre las terminadas en –ista que definen oficios, porque, en general, son sustantivos con forma común para los dos géneros. Las palabras artista, ascensorista, comentarista, dentista, electricista, economista, futbolista, pianista... designan tanto al hombre como a la mujer que desempeñan esos oficios. Sólo por provocación o broma se han utilizado falsas formas masculinas terminadas en –o.

    Modista significaba ‘el que observa y sigue demasiadamente las modas’; pero también, y mucho antes de que la Academia incluyera la acepción en su Diccionario de 1803, ‘el que hace las modas o tiene tienda de ellas’. En posteriores ediciones se añade la apostilla de que el uso más común es “terminación femenina” (1817), o “género femenino” (1822 – 1852). Este uso más frecuente del femenino se debía a que era un oficio desempeñado generalmente por mujeres. Por otra parte, tenía escasa valoración social, porque lo ocupaban personas de de modesta condición.


    Con la prosperidad económica de la segunda mitad del siglo XIX, el vestido de la mujer adquiere una mayor complejidad y, entre la burguesía, el vestuario de las mujeres se convierte en símbolo del estatus familiar por lo que el gasto en ropa aumenta. El oficio de modista podía convertirse en un gran negocio y hay hombres que entran en él. En 1858, el inglés Charles Frederick Worth abrió en París lo que puede considerarse la primera casa de alta costura (maison couture) y adquirió gran fama por vestir a Victoria Eugenia, esposa de Napoleón III y ser el primero en preparar cada año un colección de vestidos que firmaba como si se tratara de obras de arte. Era él quien proponía los modelos para que las mujeres los encargaran; hasta entonces, la costumbre de las modistas era acordar con cada clienta el diseño de su vestido. Para él se acuñó, en francés, el termino couturier, 'costurero', para diferenciarlo de quien sólo cosía, tailleur.
    A partir de aquí, también en España se empezó a utilizar el masculino modisto, para evitar confundir a estos varones de pretensiones artísticas con las tradicionales modistas. En los primeros ejemplos obtenidos del CORDE, la forma modisto suele asociarse a una superior calidad en los trabajosy a la influencia francesa. Se habla del “modisto francés”; de “los vestidos firmados por un buen modisto”; del “modisto herido en su infalibilidad” que espera no necesitar gran esfuerzo para encontrar algo delicioso; y las cuentas por sus trabajos son tan altas que estremecen a los maridos.
    Los Diccionarios de la Real Academia Española, durante la segunda mitad del s. XIX (entre 1869 y 1899) aún no incluyen la forma modisto, pero delatan su aparición en la lengua porque limitan la definición de modista a ‘la mujer que corta y hace los vestidos y adornos elegantes de las señoras, y la que tiene tienda de modas’. Esa referencia a la elegancia, que no existía antes, también delata una mayor consideración social del oficio. La lengua recurre a la creación de un diminutivo lexicalizado, modistilla (sin forma en masculino), que ‘suele decirse de las [modistas] de menos valer en su arte y de las oficialas y aprendizas’.

    Aunque modista sigue evocando un trabajo propio de mujeres modestas (“el humilde estado de modista”; “la modista se forma trabajando con otra ó por su gran disposicion natural”) la condición de modistilla es inferior: se las compara con “las nocturnas paseantas” o las coristas; se enamoran de horteras y se considera ridículo “hacer una irrisoria Beatrice con los materiales de una modistilla”.
    Los Diccionarios Manuales de 1927 y 1950, incluyen modisto como ‘neologismo por modista en género masculino’, pero no aparece en el Diccionario Usual de la RAE hasta 1984. En las últimas ediciones reserva la palabra para referirse al ‘hombre que tiene por oficio hacer prendas de vestir’, mientras que “modista” designa la “persona” (sin distinguir entre hombre o mujer).

    El reconocimiento por parte de la Academia del masculino anómalo modisto responde a un uso asentado, pero innecesario desde el punto de vista lingüístico, ya que modista admite (como periodista, artista, electricista) la doble moción genérica: el modista, la modista. La verdadera razón es que el masculino se asocia a un mayor valor profesional y social. Esta es la razón por la que puede aplicarse incluso a una mujer: en la novela Jarrapellejos de Felipe Trigo, la mujer que se hacía llamar L'Or du Rhin, porque era rubia y en recuerdo del oro de su traje, afirmaba que era el “maniquí de una gran modisto dedicada a lanzar modas”.

    El Diccionario de Sinónimos Signum evidencia la distinta valoración del oficio en función de la terminación en masculino (modisto: diseñador, creador) o femenino (modista: costurera, sastra, oficiala).

    No deja de ser curioso que se haya formado una forma masculina para este oficio, donde es frecuente la presencia de homosexuales declarados y no para otros donde el estereotipo es marcadamente masculino (futbolista, electricista, ebanista, etc). La lengua popular ha detectado esta aparente contradicción y con ha creado el aumentativo despectivo modistón para referirse a los modistas que exhiben su homosexualidad como aval de buen gusto y elegancia. En Internet, encontramos dos ejemplos: “Si los modistones, fueran normales y limpios, seria otra cosa, pero estos maricuecas y snifomanos (...) con sus fantasías son directamente responsables de que estas chicas (...) se vuelvan cadavéricas para poder “lucir” los modelos top (...) Responsabilicemos a los lagerfelds, los diors, los chanels, los versaces y otros “genios” maricuecas” (César Hildebrant, 17-3-09) “El papel de "modistón amanerado" que muestra en la telenovela "La fea más bella", Sergio Mayer, no tiene nada que ver con la verdadera personalidad del actor (...), luciendo varonil ciento por ciento” (Washington Hispano, 17-3-09)

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    ¿Qué significa álgido?

    El adjetivo álgido tiene tres acepciones en el Diccionario de la Real Academia Española (22ª edición, 2001): "1- Muy frío. 2- (Medicina) Acompañado de frío glacial. Fiebre álgida. Período álgido del cólera morbo. 3- Se dice del momento o período crítico o culminante de algunos procesos orgánicos, físicos, políticos, sociales, etc. "

    Así pues ya no puede afirmarse que sea incorrecto decir que algo llega a su momento álgido cuando alcanza el punto máximo o culminante.

    Descubre en el siguiente artículo la historia de esta palabra.
    Aún hay quienes siguen condenando su uso álgido con el significado de 'culminante' o 'máximo' y mantienen el antiguo criterio de la Real Academia Española, que, durante siglo y medio, se resistió a aceptarlo aunque este sentido fuera anterior y más frecuente, en la lengua común, que el de 'muy frío', que la Academia defiende como auténtico y original.

    Eso sí, para mantenernos en la corrección, deberemos evitar usarlo en grado comparativo o superlativo: este adjetivo, al igual que culminante, no admite grados, porque sólo uno de los momentos del proceso puede ser el “álgido o culminante”.
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    Acentuación de los verbos terminados en -uar.

    ¿Cómo se conjugan los verbos acabados en –uar? Todos los verbos acabados en –uar son regulares, aunque su acentuación presente vacilaciones o dudas. ¿Cómo se conjuga adecuar: adecuo o adecúo? Evacuar, ¿evacuo o evacúo? Y evaluar, ¿evaluo o evalúo?

    La regla general de la Real Academia Española, expuesta en su Diccionario Panhispánico de Dudas es que todos los verbos terminados en –guar y en –cuar se acentúan según el modelo de conjugación del verbo averiguar: la u final del lexema es átona en todas las formas verbales y forma diptongo con la primera vocal de la desinencia. La pronunciación sería: /a.be.rí.guo, a.be.rí.guas, a.be.ri.guá.mos/ (presente), /a.be.ri.guá.ba/ (pretérito imperfecto), /a.be.ri.gué, a.be.ri.guás.te, a.be.ri.guó/ (pretérito indefinido), /a.be.ri.gua.ré/ (futuro imperfecto).
    Según la misma regla académica, el resto de los verbos que terminan en –uar se acentúan como el verbo actuar: la u final del lexema nunca forma diptongo con la vocal de la desinencia, independientemente de que ésta sea átona o tónica. Se pronuncia: /ak.tú.o, ak.tú.as, ak.tu.á.mos/ (presente), /ak.tu.á.ba/ (pretérito imperfecto), /ak.tu.é, ak.tu.ás.te, ak.tu.ó/ (pretérito indefinido), /ak.tu.a.ré/ (futuro inperfecto).
    Los verbos anticuar y estatuar son excepciones a la regla general y siguen el modelo contrario al que les correspondería.
    A pesar de la condena de muchos lingüistas, la RAE ya considera válida la conjugación con hiato de los verbos acabados en –cuar y reconoce que es frecuente en la mayoría de ellos: adecuar, evacuar, promiscuar, licuar y colicuar. Nuestra percepción es que, al menos en España, la forma con hiato está ganando terreno. La fuerza de la analogía con la mayoría de los verbos en –uar y los medios de comunicación contribuyen a generalizarla. El único verbo que se resiste al hiato es apropincuar, seguramente por ser de uso poco frecuente.

    ¿Por qué los verbos acabados en –cuar sí son atraídos por las formas con hiato, mientras que los acabados en –güar no lo son?
    Del primer grupo, sólo hemos encontrado 7 verbos, de los cuales uno, anticuar, ya suponía excepción, por lo que el hablante no lo percibe como un grupo diferenciado del resto de verbos terminados en –uar.
    El segundo grupo es más numeroso (hemos encontrado trece verbos: achiguarse, aguar, amortiguar, apaciguar, atestiguar, averiguar, desaguar, desambiguar, deslenguar, fraguar, menguar, amenguar y santiguar) y no alberga excepciones. El hablante puede percibirlo diferenciado del resto de verbos terminados en –uar. En este grupo, también ha podido influir una imposibilidad ortográfica: se tendría que colocar una tilde sobre la diéresis en las que -gu- fuera tónica y fuera delande de e (amortigüe, averigüe).


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    Diferencias entre aquí y acá



    Aquí y acá son adverbios de lugar que tienen el mismo significado básico: ‘en este lugar en que estoy yo’ o ‘a este lugar en que estoy yo’, según denote reposo o movimiento.
    Ambos pueden ir precedidos de las preposiciones movimiento de, desde, hacia, hasta, para y por; pero no admiten la preposición a.

    Coloquialmente, pueden significar ‘esta persona’, para referirse a alguien cercano al que habla.

    Como adverbios de tiempo, también comparten el significado de ‘ahora, el momento presente’.

    Sin embargo, hay algunas diferencias:
    1. La deixis espacial de acá es menos precisa que la de aquí. Decimos “Ven aquí” si queremos que la otra persona venga al lugar donde estamos, a nuestro lado; y decimos “ven acá”, si nos conformamos con que se aproxime a nosotros.
    2. Como consecuencia de esa diferencia de matiz, acá admite los grados comparativo y superlativo: “se situó muy acá”, “llegó tan acá como pudo”, “acércate lo más acá que puedas”. Con aquí, el comparativo o superlativo son excepcionales y limitados a usos expresivos.
    3. Aquí puede tener el significado de un demostrativo: ‘en esto, en eso; esto, eso’: (“La herencia: aquí está el origen de los problemas” “de aquí [esto] vienen todas las desgracias”) o. ‘a este punto’ (“aquí había llegado la conversación”). Acá no suele tener este valor demostrativo.
    4. Con el significado “esta persona”, aquí suele utilizarse en las presentaciones de personas cercanas (“Aquí, mi amigo Juan”), mientras que acá se emplea para señalar a quien habla (“Acá, tiene razón”) o designar a un grupo de personas en el cual nos incluimos (“Acá sabemos de lo que hablamos”)
    5. Como adverbio de tiempo aquí puede representar el inicio o el final del transcurso de un tiempo: (“de aquí a dos años, el precio se duplicará”, “hasta aquí nos hemos mantenido con salud”) en tanto que acá representa el final del transcurso de un tiempo: (“Del lunes acá ha venido tres veces”)
    6. Aquí tiene un valor temporal pasado con el significado de ‘entonces, en tal ocasión’ del que carece acá: “Aquí ya no me pude contener y me salí de la reunión”
    Dado que los límites significativos no son demasiado precisos, todas estas diferencias a menudo pueden neutralizarse, especialmente en amplias áreas de Hispanoamérica. De hecho, en lugares como el Río de la Plata y los Andes, no existe diferencia entre aquí y acá, porque acá se impone en todos los sentidos de los dos adverbios.

    Para complicar un poco más las cosas, conviviendo con el adverbio acá, en áreas rurales del noroeste de Argentina existe el término aca (sin tilde, con acentuación grave), procedente del quechua 'aka' con el significado de 'excremento'. Una pronunciación más o menos cuidadosa, puede hacer que algunas personas confundan las palabras aca o acá, especialmente si no pertenecen a un ámbito rural de la zona.

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    Dos verbos: ojear

    Decíamos en un artículo anterior que hay dos verbos ojear:
  • Ojear, derivado de 'ojo', y que significa mirar hacia algún sitio de modo rápido o mirar superficialmente un texto para saber de qué trata;
  • Ojear, formado a partir de la interjección árabe ušš, en español ox, que significa ahuyentar la caza con voces, golpes, ruidos y acosarla para que vaya hacia donde están apostados los cazadores; también significa ahuyentar de cualquier manera a personas o animales.

    Ojear, con el sentido de mirar, no presenta dudas en contextos en los que no hay connotaciones de búsqueda, ni caza, ni consecución ni referencias a hojas de papel:

    “Por las tardes, cuando la música tocaba en El Pañuelo le veíamos [al rey] en la turbamulta de paseantes ojeando a las señoritas guapas y charlando jovialmente con sus amigos”. (Galdós, Amadeo I).

    Ojear, con el sentido propio de acosar y ahuyentar tampoco suele presentar dudas en un contexto de caza. En la temática militar también se ha utilizado con frecuencia:

    En la Historia de Mindanao y Joló, Francisco Combés narra cómo “prosiguió el Flamenco (el ejército holandés) ojeando nuestra Armada con su artillería”.

    Sin embargo, surgen sentidos híbridos de los dos verbos homógrafos porque se han ido contaminando mutuamente: se puede ojear (mirar) con intención de buscar, lograr, cazar; pero también, al ojear la caza (acosarla hacia los cazadores) lo que se hace es ponerla a la vista y alcance de quien ha de matarla.

    Aunque el DRAE sólo da para ojeador el significado de “hombre que ojea o espanta con voces la caza”, es frecuente encontrarlo referido a quien “echa el ojo”, es decir, a quien mira algo (o a alguien) con el propósito de llegar a conseguirlo. El trabajo de los actuales ojeadores de fútbol consiste ir a muchos partidos para echar ojeadas (miradas prontas y ligeras) a los jugadores por si conviene ficharlos, lo cual no deja de ser una forma de cazarlos. En el ámbito empresarial se le llamaría “cazatalentos”.

    Galdós, en su novela Fortunata y Jacinta, dice que la señora de Santa Cruz, lo mismo en los mercados que en las tiendas, contaba con un ojeador, llamado Plácido Estupiñá, que desde que se levantaba “echaba una mirada de águila sobre los cajones de la plaza, [...] y daba un vistazo a los puestos, enterándose del cariz del mercado y de las cotizaciones” para después informarla.

    Sin embargo, el mismo DRAE parece reconocer ese sentido híbrido en el sustantivo derivado ojeo, cuando, además de acción y efecto de ahuyentar la caza, lo define como acción de “buscar con cuidado algo que se desea o pretende”.

    El autor de La pícara Justina dice de la protagonista que no traza para de repente, sino a lo gatuno, que es estar “aguardando lance como cuando al ojeo de un ratón está un gato tan atento y de reposo, que le podrán capar sin sentir, según está atento a la caza”.


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    Es frecuente que surjan dudas en el uso de los verbos ojear y hojear. En algunos contextos no extrañaría el uso de uno u otro, siempre y cuando indicaran su sentido propio.

    En primer lugar, hay que diferenciar los significados de tres verbos homófonos (se pronuncian de la misma forma), de los cuales dos son homógrafos (se escriben igual):
    • Ojear [1], derivado de 'ojo', significa mirar a alguna parte rápida y superficialmente o mirar superficialmente un texto.
    • Ojear [2], procede de la interjección árabe ušš, que ha dado en español ox (pronunciado /osh/) y significa ahuyentar la caza con voces, golpes, ruidos y acosarla para que vaya hacia donde están apostados los cazadores; por extensión, es ahuyentar de cualquier manera a personas o animales.
    • Hojear es mover o pasar las hojas de un libro o cuaderno leyendo deprisa algunos pasajes.
    ¿Ojeamos u hojeamos los periódicos?

    Cuando en el contexto se mencionan libros, periódicos o papeles en general, casi siempre surge la duda ortográfica >ojear / hojear, que encierra la duda sobre lo que se quiere expresar:
    • Ojeamos papeles cuando les echamos una mirada rápida, sin demasiado detenimiento, prescindiendo de la idea de pasar las hojas, o situándola en un segundo plano.
    • Hojeamos esos mismos papeles cuando prima el sentido de pasar sus hojas, leyendo algo, pero de forma rápida y sin detenerse.
    Pedro Salinas, en una de sus cartas publicadas escribe a su corresponsal:
    “¿Viste ya el Dictionary of Modern European Literatura? Yo no lo tengo aún; lo he ojeado, prestado por Lancaster. (…) El ojeo es divertido.”
    Quevedo se aprovecha de la homofonía y confusión de estos verbos para hacer un juego de palabras al referirse a una prostituta:
    “Es por sus pasos contados,
    aunque son pasos sin cuento,
    más echada que un alano,
    más hojeada que un pleito,
    más arrimada que un barco,
    más raída que lo viejo,
    más tendida que una alfombra”.
    (Los papeles de un pleito se hojean mucho para buscar las posibilidades legales, a esta prostituta la habrían visto y echado ojeadas muchos hombres).
    Parece tratarse de un error el que Vargas Llosa, en su novela Conversación en la catedral escriba hojear cuando existe una referencia a los ojos y el objeto al que se refiere el verbo es un sobre (que no tiene hojas):
    “Él hojeaba el sobre que le había entregado don Fermín, y a ratos sus ojos se apartaban y se fijaban en la nuca de Ambrosio”.

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    ¿Palabras problemáticas?

    En muchas expresiones, "problema" equivale a 'dificultad' o 'preocupación'. Es un uso válido pero actualmente se abusa de él por influencia del inglés (“He tenido problemas en la oficina”, “¿Tienes algún problema para hacer eso?")
    En cambio no debería usarse el anglicismo problema con el significado de ‘asunto’. (“Si quiere comprarse un coche, que se lo compre. Ese no es mi problema”).
    El sustantivo femenino “problemática” significa ‘conjunto de problemas pertenecientes a una ciencia o actividad determinada’ (DRAE), y el Diccionario panhispánico de dudas, aunque lo considera aceptable, recomienda que no se abuse de él. y prefiere hablar de “los problemas” a “la problemática”. Condena el uso con el significado de 'problema' (en singular): no debe decirse “con la crisis económica vuelve la problemática del paro”, sino “vuelve el problema del paro”.
    El adjetivo “problemático, -a”, desde el Diccionario de Autoridades hasta la edición de 1992 ha sido definido por la Academia como ‘dudoso, incierto o que se puede defender por una y otra parte’. Pero en la 22ª edición, de 2001, se abandona esta definición por la de ‘que presenta dificultades o que causa problemas’. En 1995, Leonardo Gómez Torrego consideraba impropio este significado, aunque reconocía que estaba muy extendido.

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    ¿Cómo se dice: "el tequila" o "la tequila"?
    Hablamos de la bebida mexicana obtenida por fermentación y destilación de la savia de una especie de maguey, agave o pita.

    La mayoría de los que hablamos español usamos la palabra como masculina, porque consideramos que es un licor o aguardiente. Y pedimos en el bar “un (licor de) tequila” de la misma forma que “un (vino de) rioja”, “un (vino de) jumilla”. Pero muchos hablantes, incluso en México, la utilizan en femenino y dicen la tequila, por considerar que el nombre genérico omitido es la bebida(fem) y la fuerza analógica de la -a final, reforzada por el hecho de que las palabras terminadas en -quila (maquila y esquila) o símplemente en –ila (excepto gorila) sean siempre femeninas.

    La primera vez que apareció tequila en el Diccionario de la RAE fue en la edición de 1936, como sustantivo femenino. La Academia mantuvo esa consideración hasta su Diccionario Manual de 1985; a partir de entonces figura como un sustantivo masculino y en el Diccionario panhispánico de dudas, desaconseja el uso como femenino.
    No obstante, es frecuente encontrar esta palabra en femenino, incluso en reconocidos escritores:
    "Es un ‘Margarita’. Me tomé el trabajo de conseguir la tequila y los otros ingredientes. Todo para ti. Bebe un poco más" (Cabreta Infante, La Habana para un infante difunto, 1979).
    “Y, entre nosotros, hacemos dos clases de guaro. Uno que es un alcohol más fuerte que el ron, que la tequila y otro que es como un vino, suave”. (Elizabeth Burgos, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, 1983)
    Aunque el lingüista mexicano José G. Moreno de Alba afirma que el género de esta palabra es el masculino, porque así se emplea en México, donde la bebida forma parte de la idiosincrasia nacional, en Internet encontramos la página web de un restaurante de Guadalajara, México, llamado “La Tequila”. No obstante, al hablar de las bebidas que ofrece, destaca “la variedad de más de 150 tequilas exhibidos” . La misma vacilación de género la encontramos en la página Cocinalo.com, incluso en una misma receta de cócteles:
    "Tequila Sangriento: 2 oz. tequila. 1 oz. granadina. Soda. En un vaso highball, agregue la tequila y la granadina, y remueva. Añada soda.
    Te Killer: 1 1/2 oz. tequila. Té frío. 1/2 cucharada de azúcar.Vierta el tequila en un vaso highball con hielo. Añada el té, azúcar y la rodaja de limón".
    El tequila tomó el nombre por metonimia con el valle del Estado de Jalisco, del que es originario, y la ciudad en que existen numerosas fábricas de este licor. Es el mismo origen que tienen otras bebidas: cognac, champagne, jerez... El topónimo, en la lengua náhuatl, significa 'lugar de trabajo', referido al trabajo de cortar plantas.

    Como bebida nació durante la conquista americana, al unirse la tradición indígena de obtener bebidas fermentadas a partir de la savia del maguey y la técnica de destilación con alambiques, aportada por los conquistadores españoles.
    NOTA: En un foro de WordReference, una persona mexicana nos ha corregido sobre la obtención del tequila y afirma que es la parte central o piña del maguey, una vez molida, lo que se fermenta y destila.
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